El bueno, el feo yla bruja

Dirigí mi atención hacia una mujer esbelta con el pelo oscuro recogido en una austera cola de caballo. Tenía una cámara en la mano y estaba guardando un carrete en la bolsa negra que llevaba en la cadera.

 

—Rachel Morgan —dije—. Edden me ha traído en calidad de… —Mis palabras se helaron al ver un torso atado al respaldo de una silla que estaba parcialmente oculto tras ella. Me llevé la mano a la boca y me esforcé por cerrar la garganta.

 

Es un maniquí, pensé. Tenía que ser un maniquí. No podía ser la doctora Anders. Pero sabía que sí lo era. Estaba atada con una cuerda de nailon amarillo a la silla. Su pesado torso estaba hundido y le colgaba la cabeza hacia delante, ocultando su cara. Unos mechones de pelo cubiertos de una sustancia pegajosa negra le caían hacia delante, ocultando aun más su expresión y le di gracias a Dios por ello. Le faltaban las piernas por debajo de las rodillas y le colgaban los mu?ones como los pies de un ni?o peque?o por el borde del asiento. Los cortes estaban desgarrados y feos, hinchados por la descomposición. Le faltaban los brazos a la altura de los codos. Los riachuelos de sangre cuajada negra cubrían su ropa, creando un dibujo de fantasía tan profuso que no podía adivinar su color original.

 

Miré a Gwen, conmocionada por su expresión indiferente.

 

—No toques nada, no he terminado todavía, ?vale? —masculló volviendo a su trabajo—. Cielo santo, ?es que no pueden pasar ni cinco minutos sin que entre alguien a pisotearlo todo?

 

—Lo siento —dije con un hilo de voz, aunque me sorprendió que pudiese hablar. El desplomado cuerpo de la doctora Anders estaba cubierto de sangre, pero había sorprendentemente poca bajo la silla. Me sentí mareada, pero no podía apartar la vista. Le habían abierto el abdomen por el ombligo. Le habían cortado un trozo de piel perfectamente circular del tama?o de mi pu?o con un cuchillo de plata para dejar a la vista una meticulosa disección de sus entra?as. Había algunos huecos sospechosos y la incisión carecía por completo de sangre, como si la hubiesen lavado, o lamido. Allí donde la carne no estaba cubierta de sangre se veía blanca como la cera. Observé las paredes y el suelo totalmente limpios. El cuerpo no encajaba allí. Lo habían mutilado en otro lugar para luego trasladarlo aquí.

 

—Menudo psicópata —dijo Gwen sin dejar de disparar su cámara—. Mira la ventana.

 

La se?aló con la barbilla y me giré. Parecía que habían construido una diminuta ciudad en el ancho y sombrío alféizar. Achaparrados edificios se agrupaban en líneas rectas sin aparente orden de tama?o. Se mantenían derechos gracias a peque?os pegotes de masilla gris a modo de pegamento. Estaban organizados alrededor de un anillo de graduación, colocado como si fuese un monumento entre las calles de la ciudad. Miré con más detenimiento y el horror me atenazó las entra?as. Me giré hacia el cadáver desmembrado y volví a mirar hacia la ventana.

 

—Sí —dijo Gwen disparando su cámara—, lo ha expuesto ahí y ha tirado los trozos más grandes en el armario.

 

Mis ojos saltaron hacia el diminuto armario y luego de vuelta a la ventana en sombras. No eran edificios, eran dedos de las manos y de los pies. Le había cortado los dedos nudillo a nudillo y los había colocado como si fuesen piezas de un juego de construcción. La masilla eran trocitos de sus entra?as. Las vísceras lo mantenían todo unido.

 

Noté que me entraba calor y luego frío. El estómago me flotaba y creí que me iba a desmayar. Contuve la respiración y me di cuenta de que estaba híper ventilando. Estaba segura de que la doctora había estado viva durante todo el proceso.

 

—Sal de aquí —dijo Gwen enfocando sin inmutarse otra foto—. Si potas aquí a Edden le va a dar un ataque.

 

—?Morgan! —oímos un lejano grito furibundo desde el aparcamiento—. ?Está ahí esa bruja?

 

La respuesta del agente de la puerta sonó amortiguada. No podía apartar los ojos del despojo de la silla. Las moscas se arremolinaban entre las calles formadas por los dedos mutilados, escalando por los edificios como monstruos de película de serie B. Los disparos de la cámara de Gwen sonaban como mis latidos, rápidos y rabiosos. Alguien me agarró del brazo y di un grito ahogado.

 

—Rachel —dijo Glenn girándome hacia él—, saca tu culo de bruja de aquí.

 

—Detective Glenn —dijo tartamudeando el agente de la puerta—, ha firmado al entrar.

 

—Pues que firme al salir —gru?ó—. Y no la dejes entrar de nuevo.

 

—Me haces da?o —susurré, sintiéndome mareada e irreal. Me arrastró hasta la puerta.

 

—Te dije que te quedaras fuera —musitó con firmeza.

 

—Me estás haciendo da?o —repetí, intentando soltarme de sus dedos apretados alrededor del brazo del que tiraba de mí. Me sacó fuera, bajo el sol que se ponía y de pronto se hizo la luz en mi cabeza. Tomé aire con una gran bocanada, saliendo de pronto de mi estupor. Esa no era la doctora Anders. El cadáver llevaba muerto demasiado tiempo y el anillo era de un hombre. Parecía que llevaba el escudo de la universidad. Creo que acababa de encontrar al novio de Sara Jane.

 

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