El bueno, el feo yla bruja

—?Como el culo de un hetero en la cárcel? —sugirió Jenks despidiendo un ligero brillo. Aterrizó en mi hombro y lo dejé quedarse.

 

—Vamos, Glenn —le rogué—, no tocaré nada y me necesitas para comprobar que no hay ningún hechizo mortal.

 

—Eso puede hacerlo Jenks —dijo—, y él no tiene que pisar el suelo para hacerlo.

 

Frustrada, ladeé la cadera enfadada. Sabía que debajo de su fachada oficial, Glenn estaba preocupado y excitado al mismo tiempo. Era detective desde hacía muy poco tiempo y me imagino que este era el caso más importante en el que había trabajado. Había polis que se pasaban la vida en el puesto y a los que nunca les asignaban un caso con tantas ramificaciones políticas en potencia. Motivo de más para que yo estuviese allí.

 

—Pero soy tu asesora inframundana —dije aferrándome a un clavo ardiendo.

 

Me puso su mano oscura en el hombro y se la aparté.

 

—Mira —dijo poniéndosele las orejas rojas—, hay que cumplir con el procedimiento. Perdí mi primer caso en los tribunales por culpa de un escenario contaminado y no voy a arriesgarme a perder a Kalamack porque tú estés demasiado impaciente para esperar tu turno. Hay que recoger restos, hacer fotografías, sacar huellas, analizar y todo lo que se me ocurra. Tú entras justo después del médium, ?lo pillas?

 

—?El médium? —pregunté y él frunció el ce?o.

 

—Vale, lo del médium era broma, pero si atraviesas con una sola de tus u?as pintadas ese umbral antes de que te lo diga, te hago salir cagando humo.

 

?Cagando humo? Debía dé hablar en serio si hasta mezclaba los dichos.

 

—?Quieres un traje de EAH? —me preguntó mirando hacia la furgoneta de los perros.

 

Respiré lentamente ante la sutil amenaza. Un equipo antihechizos; la última vez que intenté detener a Trent, este mató al testigo justo ante nuestras narices.

 

—No —contesté. Mi tono apagado pareció satisfacerle.

 

—Está bien —dijo dándose la vuelta y avanzando a grandes zancadas.

 

Jenks se quedó suspendido en el aire delante de mí, esperando. Sus alas de libélula estaban rojas por la emoción y el sol se reflejaba en los destellos de polvo pixie.

 

—Cuéntame lo que encuentres, Jenks —le dije, contentándome con que al menos un representante de nuestra peque?a y triste empresa pudiese entrar.

 

—Por supuesto, Rachel —dijo y luego salió zumbando en pos de Glenn.

 

Edden se acercó a mí en silencio y me sentí como si fuésemos los dos únicos del instituto que no habían sido invitados a la superfiesta en la piscina y tuviésemos que quedarnos mirando desde el otro lado de la calle. Esperamos junto a un tenso Trent, una indignada Sara Jane y un Quen con los labios apretados mientras que Glenn golpeaba en la puerta anunciando la presencia de la AFI antes de abrir, como si no fuese lo bastante evidente.

 

Jenks fue el primero en entrar. Salió de nuevo casi inmediatamente volando como dando tumbos hasta que aterrizó en la barandilla. Glenn se asomó y salió rápidamente del oscuro rectángulo.

 

—Buscadme una mascarilla —le oí mascullar claramente en el silencio.

 

Se me aceleró la respiración. Había encontrado algo. Y no era un perro.

 

Tapándose la boca con la mano, una agente de la AFI le dio una mascarilla médica a Glenn. Un nauseabundo hedor nos llegó levemente entre el reconfortante aroma del heno y el estiércol. Arrugué la nariz y miré a Trent para ver su cara inexpresiva. Todo el mundo en el aparcamiento guardaba silencio. Un insecto chilló y otro le contestó. Junto a la puerta de arriba, Calcetín lloriqueaba y tocaba con la pata la pierna de su adiestrador, buscando consuelo. Sentí náuseas. ?Cómo no habían notado el olor antes? Yo tenía razón, debían haber usado un hechizo para mantener el olor dentro de la habitación.

 

Glenn se adentró en la habitación. Durante un instante su espalda brilló con los rayos del sol, luego dio otro paso y desapareció, dejando el negro marco de la puerta vacío. Un agente uniformado de la AFI le pasó una linterna desde el umbral, con una mano sobre la boca. Jenks no se atrevía a mirarme. Estaba de espaldas a la puerta, de pie en la barandilla con las alas gachas e inmóviles.

 

El corazón me martilleaba en el pecho y contuve la respiración cuando la mujer junto a la puerta retrocedió al ver salir a Glenn.

 

—Es un cadáver —le dijo a otro de los agentes más jóvenes. Aunque lo dijo en voz baja, las palabras nos llegaron con claridad—. Detened al se?or Kalamack para interrogarlo. —Tomó aire—. Y a la se?orita Gradenko también.

 

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