El bueno, el feo yla bruja

—Soy cazarrecompensas, no detective —dije amargamente—. La mayoría de la gente que apresaba ya estaba acusada antes de que yo los entregase.

 

Gru?ó a modo de respuesta. En mi opinión el apego del capitán Edden a las reglas podía provocar que Trent desapareciese en una nube de humo para no volver a verlo jamas. Advirtió que me movía nerviosa y me se?aló a mí y luego al suelo para indicarme que me quedase donde estaba antes de acercarse a Quen y a Trent. Las manos del humano de menor estatura iban en sus bolsillos, no lejos de su arma. Quen no llevaba armas, pero observándolo balancearse ligeramente sobre sus pies, decidí que tampoco las necesitabas.

 

Me sentí mejor cuando Edden separó sutilmente a ambos hombres al enganchar a un agente que pasaba y pedirle que se llevase a Quen para que le explicase sus procedimientos de seguridad, mientras él hablaba con Trent acerca de la próxima cena benéfica de la AFI. Bien hecho.

 

Miré hacia otro lado y observé el sol brillar sobre el chaleco amarillo de uno de los perros. Me dejé empapar por el calor y el olor de los establos me trajo recuerdos a la memoria. Había disfrutado mucho de los tres veranos en el campamento. El olor del sudor de los caballos y el heno mezclado con el tufillo a estiércol seco era como un bálsamo. Había recibido clases de equitación para aumentar mi equilibrio, mejorar el tono muscular e incrementar los glóbulos rojos, pero creo que el mayor beneficio que me aportaron fue el aumento de la confianza que obtuve al controlar a un animal tan grande y hermoso que hacía todo lo que le pedía. Para una ni?a de once a?os, esa sensación de poder resultaba adictiva.

 

Sonreí y cerré los ojos, sintiendo el sol oto?al penetrar más profundamente. Mi amiga y yo nos habíamos escapado en una ocasión de nuestra caba?a para dormir en los establos con los caballos. El suave sonido de sus respiraciones era indescriptiblemente reconfortante. Nuestra jefa de caba?a se puso furiosa, pero fue la vez que mejor dormí.

 

Abrí los ojos de pronto. Probablemente fuese la única noche en la que había dormido ininterrumpidamente. Jasmin también había dormido bien en el establo, y la pobre estaba tan pálida que se notaba que necesitaba el sue?o desesperadamente. ?Jasmin!, pensé aferrándome al nombre. Ese era el nombre de la ni?a morena, Jasmin. El sonido de una comunicación de radio atrajo mi atención del campo y me dejó una sensación más melancólica de lo que hubiese imaginado. Tenía un tumor cerebral no operable. Creo que ni las actividades ilegales del padre de Trent habrían podido curarla.

 

Mi atención se centró de nuevo en Trent. Sus verdes ojos se clavaban en mí, incluso mientras hablaba con Edden. Me coloqué el sombrero derecho y me metí un mechón de pelo detrás de la oreja. Sin dejar que me pusiese nerviosa, le devolví la mirada. Sus ojos se fijaron entonces en algo detrás de mí y me giré para ver el coche rojo de Sara Jane aparcar junto a los vehículos de la AFI despidiendo serrín a su paso.

 

La menuda mujer salió disparada de su coche y parecía una persona diferente vestida con vaqueros y una blusa informal. Dio un portazo y se dirigió hacia mí con aire ofendido.

 

—?Tú! —me acusó cuando se detuvo acalorada ante mí, y tuve que dar un paso atrás sorprendida—. Esto es cosa tuya, ?no? —me gritó.

 

—?Eh? —alcancé a decir anonadada. Se encaró conmigo y tuve que dar otro paso atrás.

 

—?Te pedí ayuda para encontrar a mi novio —chilló con voz aguda y echando fuego por los ojos—, no para que acusases a mi jefe de asesinato! Eres una bruja mala, tan mala que serías capaz de… ?de despedir a Dios!

 

—Mmm —tartamudeé echándole una mirada de auxilio a Edden, que venía de vuelta junto con Trent. Di otro paso atrás y me apreté el bolso contra el cuerpo. No había contado con esto.

 

—Sara Jane —intentó tranquilizarla Trent antes incluso de llegar—, no pasa nada.

 

Sara Jane se giró hacia él y su pelo rubio reflejó los rayos del sol.

 

—Se?or Kalamack —dijo cambiando la expresión repentinamente hacia el miedo y la preocupación. Con los ojos arrugados se retorció las manos—, lo siento. He venido en cuanto lo he sabido. Yo no quería que viniese aquí. Yo… yo… —Se le llenaron los ojos de lágrimas y emitiendo un sollozo dejó caer la cabeza entre las manos y se echó a llorar. Entreabrí los labios, sorprendida. ?Estaba preocupada por su trabajo, por su novio o por Trent?

 

Trent por su parte me echó una mirada sombría, como si fuera culpa mía que se hubiese disgustado. Su mirada se transformó en verdadera compasión al poner una mano sobre los temblorosos hombros de la mujer.

 

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