El bueno, el feo yla bruja

Mis tacones repiqueteaban con más energía de la que en realidad sentía al caminar sobre las tablas del alargado porche de los establos para los potros de Trent, por delante de Trent y Quen. La fila de establos vacíos miraba hacia el sur, hacia el sol de la tarde. Encima estaban las dependencias del veterinario. No había nadie allí, teniendo en cuenta que estábamos en oto?o y aunque los caballos podían tener crías en cualquier época del a?o, la mayoría de los establos seguían un estricto programa de cría con las yeguas para que todas pariesen a la vez, acabando con ese peligroso periodo simultáneamente.

 

Iba pensando que el edificio temporalmente abandonado era el lugar perfecto para esconder un cadáver. Que Dios me ampare, pensé con un repentino sentimiento de culpabilidad. ?Cómo podía ser tan arrogante? La doctora Anders estaba muerta.

 

El lejano aullido de un beagle se oyó en la brumosa tarde. Levanté la cabeza de golpe y el corazón me dio un brinco en el pecho. Más adelante por el camino de tierra había una perrera del tama?o de un peque?o complejo de apartamentos. Los perros se agolpaban frente a las vallas, observando.

 

Trent pasó junto a mí rozándome. La brisa que dejó a su paso olía a hojas caídas.

 

—Nunca olvidan a su presa —murmuró y me puse tensa.

 

Trent y Quen nos habían acompa?ado hasta aquí, dejando a Jonathan detrás para controlar a los agentes de la AFI que seguían llegando de los jardines. Los dos hombres giraron hacia una sala entre las filas de establos. La sala con paredes de madera estaba completamente expuesta al viento y al sol por un lado. A juzgar por el mobiliario rústico, supuse que era un establo convertido en sala de reuniones al aire libre para que los veterinarios pudiesen descansar entre partos y cosas así. No me gustaba que no hubiese nadie con ellos, pero no pensaba unirme al grupo. Lentamente me apoyé en un poste y decidí que podía echarles un ojo desde aquí.

 

Los tres agentes de la AFI con sus perros rastreadores de cadáveres estaban listos junto a la furgoneta de la brigada canina, aparcada a la sombra de un enorme roble. Tenía las puertas abiertas y se oía la autoritaria voz de Glenn, extendiéndose hasta los pastos ba?ados por el sol. Edden estaba con ellos pero parecía fuera de lugar. Resultaba obvio que quien estaba al mando era Glenn por la forma en la que Edden se mantenía con las manos en los bolsillos y la boca cerrada.

 

Jenks revoloteaba sobre ellos con las alas rojas por la excitación. Se metía por medio y ofrecía una inacabable retahíla de consejos no solicitados que eran totalmente ignorados. El resto de agentes de la AFI se había quedado bajo el anciano roble que daba sombra al aparcamiento. Mientras los observaba, llegó una furgoneta de forense con exagerada lentitud. El capitán Edden los había llamado después de encontrar el cuerpo.

 

Le eché un vistazo a Trent y pensé que el hombre de negocios parecía simplemente un poco molesto, allí de pie con las manos entrelazadas a la espalda. Personalmente, estaría visiblemente disgustada si alguien estuviese a punto de encontrar un cadáver en mi propiedad. Estaba segura de que era aquí donde había visto brillar la tumba sin marcar.

 

Me entró frío y salí de la pasarela cubierta hacia el sol. Me froté los codos con las manos y me detuve en el aparcamiento cubierto de virutas de madera, observando de reojo a Trent desde detrás de un mechón de pelo que se me había escapado de la trenza. Se había puesto un sombrero ligero color crema para el sol y se había cambiado los zapatos por botas para la visita a los establos. La combinación le quedaba bien. No era justo que tuviese un aspecto tan calmado y relajado, pero entonces lo vi dar un respingo por el sonido del portazo de un coche. Estaba tan tenso como yo, solo que él lo disimulaba mejor.

 

Glenn dijo unas últimas palabras en voz alta y el grupo rompió filas. Agitando las colas, los perros empezaron su metódica búsqueda: dos hacia el pasto cercano, uno al propio edificio. No pude evitar advertir que el agente asignado a los establos también usaba sus habilidades en lugar de dejarlo todo en manos del olfato de su perro e iba inspeccionando las vigas y abriendo las portezuelas.

 

El capitán Edden tocó a su hijo en el hombro y se dirigió hacia mí balanceando sus cortos brazos.

 

—Rachel —dijo incluso antes de estar cerca de mí y levanté la cabeza sorprendida de que hubiese usado mi nombre—, ya hemos revisado este edificio antes.

 

—Si no es en este edificio, entonces es por aquí cerca. Puede que tus hombres no hayan usado mis amuletos correctamente. —O que no lo hayan hecho en absoluto, pensé para mis adentros sabiendo que a veces los humanos disimulaban sus prejuicios con sonrisas, mentiras e hipocresía. Sin embargo también sabía que no debía precipitarme. Estaba casi segura de que Trent había usado un hechizo de líneas luminosas para ocultar sus fechorías y por eso podía ser que mis amuletos no sirviesen de nada. Miré a los perros y después a Trent. Quen le susurraba algo al oído—. ?No debería estar arrestado, o detenido, o algo? —pregunté.

 

Edden entornó los ojos bajo el sol.

 

—No te embales. Los casos de asesinato se ganan y se pierden en la fase de búsqueda de pruebas, Morgan. Deberías saberlo.

 

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