—Sara Jane —dijo de modo tranquilizador agachando la cabeza para intentar mirarla a los ojos—, no pienses ni por un momento que te culpo de esto. Las acusaciones de la se?orita Morgan no tienen nada que ver con que fueses a la AFI por lo de Dan. —Su fabulosa voz ascendía y descendía como ondas de seda.
—P-pero ella cree que usted mató a toda esa gente —tartamudeó entre sollozos a la vez que levantaba la cara de entre las manos y se emborronaba la máscara de pesta?as, dejando un rastro marrón bajo un ojo.
Edden se balanceaba nerviosamente de un pie a otro. El sonido de la radio de la AFI se elevó por encima de los grillos. Me negaba a sentirme culpable por hacer llorar a Sara Jane. Su jefe estaba lleno de mierda, y mientras antes se enterase, mejor para ella. Trent no había inalado a esa gente con sus propias manos, pero lo había organizado, lo que lo hacía tan culpable como si los hubiese descuartizado él mismo. Me acordé de la foto de la mujer de la armería y me armé de valor.
Trent hizo que Sara Jane levantase la mirada con amables palabras de ánimo. Me maravilló su compasión. Me pregunté cómo sería que una voz así me calmase, me dijese que todo iba bien. Luego me pregunté si Sara Jane tendría alguna oportunidad por remota que fuese de escapar de él manteniendo su vida intacta.
—No saques conclusiones precipitadas —dijo Trent ofreciéndole un pa?uelo de tela bordado con sus iniciales—, nadie ha sido acusado de nada y no hay ninguna necesidad de que estés aquí. ?Por qué no te vas a casa? Este feo asunto acabará en cuanto encontremos el perro callejero que ha se?alado el hechizo de la se?orita Morgan.
Sara Jane me dedicó una mirada envenenada.
—Sí, se?or —dijo con voz áspera.
?Perro callejero?, pensé debatiéndome entre el deseo de llevármela a almorzar para hablar de mujer a mujer y la imperiosa necesidad de darle una bofetada para que entrase en razón.
Edden se aclaró la garganta.
—Quisiera pedirles a la se?orita Gradenko y a usted que se quedasen aquí hasta que sepamos algo más, se?or.
La sonrisa profesional de Trent flaqueó.
—?Nos está arrestando?
—No, se?or —dijo con todo el respeto—, solo se lo estoy pidiendo.
—?Capitán! —gritó uno de los agentes adiestradores de perros desde el rellano de la segunda planta. El corazón me dio un vuelco ante la excitación en la voz del hombre—. Calcetín no ha indicado nada, pero hay una puerta cerrada con llave.
La adrenalina me empezó a bombear con fuerza. Miré hacia Trent, pero su rostro no dejaba entrever nada.
Quen y un hombre bajito se aproximaron acompa?ados por un agente de la AFI. El hombre más bajo obviamente había sido jinete profesional y ahora trabajaba de entrenador. Su cara era morena y arrugada como el cuero y llevaba un manojo de llaves con él. El manojo tintineó cuando sacó una y se la entregó a Quen. Con el cuerpo en tensión mostrando su habitual y desconcertante aire amenazador, se la entregó a su vez a Edden.
—Gracias —dijo el capitán de la AFI—. Ahora vaya junto a los agentes. —Titubeó y sonrió—. Si no le importa, por favor. —Hizo un gesto con el dedo a un par de agentes que acababan de llegar y se?aló hacia Quen. Ambos se acercaron al trote.
Glenn salió de la furgoneta de criminalística con su radio y se acercó a nosotros. Jenks iba con él. El pixie dio tres vueltas alrededor suyo antes de salir disparado por delante.
—Dame la llave —dijo al detenerse entre una nube de polvo pixie entre Edden y yo—, yo se la subo.
Glenn le echó una mirada molesta al pixie y se unió a nosotros.
—Tú no eres de la AFI. La llave, por favor.
Edden dejó escapar un silencioso suspiro. Se notaba que estaba deseando ver qué había en esa habitación pero que estaba haciendo un gran esfuerzo para dejar que su hijo se encargase del asunto. En realidad él no debía estar aquí, pero imagino que acusar a un miembro del ayuntamiento de la ciudad de asesinato le facilitaba una justificación que no habría tenido normalmente.
Jenks hizo entrechocar sus alas enérgicamente cuando el capitán Edden le dio la llave a Glenn. Podía oler el sudor y la ansiedad de Glenn por encima de su colonia. Se había reunido un grupo de gente con el perro y su adiestrador junto a la puerta y aferrándome al bolso, subí las escaleras de la derecha, junto a Glenn.
—Rachel —dijo deteniéndose y agarrándome por el codo—, tú te quedas aquí.
—?Ni hablar! —exclamé soltándome de su mano. Miré al capitán Edden buscando su apoyo y el achaparrado hombre se encogió de hombros, con aire ofendido al no haber sido invitado tampoco.
La expresión de Glenn se volvió más dura al ver la dirección de mi mirada. Me soltó y dijo:
—Quédate aquí. Quiero que vigiles a Kalamack, observa sus emociones por mí.
—Déjate de rollos —dije, pensando que probablemente fuese una buena idea—. Tu pa… —me mordí la lengua—, tu capitán puede encargarse de eso —intenté corregir.
Frunció el ce?o molesto.
—Está bien, es un rollo, pero tú te quedas aquí. Si encontramos a la doctora Anders, quiero que el escenario del crimen esté tan cerrado como…