El bueno, el feo yla bruja

Estaba aturdida y me uní al personal de la AFI junto a la furgoneta. Alguien me pasó un refresco y tras evitar el contacto visual con todos, parecieron dispuestos a ignorarme. No tenía especial interés en hacer amigos y no me sentía cómoda con la ligereza de la conversación. Jenks, sin embargo, se dedicó a ganarse sorbitos de azúcar y cafeína de todos con sus encantos, haciendo imitaciones del capitán Edden que les hicieron mucha gracia.

 

Al final acabé al margen del grupo, escuchando tres conversaciones mientras que el sol se ocultaba y empezaba a refrescar el ambiente. Se oía a lo lejos el sonido de la aspiradora. La oía ponerse en marcha y apagarse repetidamente y me estaba poniendo los pelos de punta. Finalmente se detuvo y no volvió a sonar. Nadie pareció darse cuenta. Levanté la vista hacia la planta de arriba y me apreté con más fuerza la chaqueta. Glenn había bajado hacía un momento para meterse en la furgoneta de criminalística. Inspiraba y espiraba con tanta facilidad como en el día que nací. Con un impulso, me encontré a mí misma dirigiéndome hacia la escalera. Inmediatamente Jenks se posó en mi hombro, lo que me hizo preguntarme si me estaba vigilando.

 

—Rachel —me advirtió—, no subas ahí.

 

—Tengo que verlo. —La sensación de la rugosa barandilla, aún caliente por el sol, resultaba irreal bajo mi mano.

 

—No lo hagas —protestó entrechocando las alas—. Glenn tiene razón, espera tu turno.

 

Sacudí la cabeza y el movimiento de mi trenza lo obligó a despegar de mi hombro. Tenía que verlo antes de que la atrocidad quedase empa?ada con bolsitas, tarjetas blancas con palabras cuidadosamente escritas y la meticulosa recopilación de pruebas, dise?ada para estructurar la locura de forma que pudiese ser entendida.

 

—Apártate de mi camino —dije inexpresivamente a la vez que lo apartaba con la mano cuando revoloteó beligerantemente frente a mi cara. Salió disparado hacia atrás y me detuve de golpe al notar una de sus alas en la yema de los dedos. ?Le había dado?

 

—?Eh! —gritó. Sorpresa, miedo y finalmente rabia se dibujaron en su rostro—. ?Vale! —me soltó—: Sube a ver, no soy tu padre. —Se alejó maldiciendo y volando a la altura de mi cabeza. La gente se giraba a su paso mientras una retahíla de insultos brotaba sin cesar de su boca.

 

Notaba las piernas pesadas y tuve que hacer un esfuerzo para subir las escaleras. Un repentino pisoteo llamó mi atención y levanté la vista. Me aparté para que uno de los hombres de la aspiradora pasase junto a mí a toda prisa, dejando una estela de olor a carne podrida que me revolvió las tripas. Controlé las náuseas y continué, sonriéndole empalagosamente al agente de la AFI que estaba de pie junto a la puerta.

 

El olor era peor allí arriba. Mi mente recuperó las imágenes de las fotos que había visto en el despacho de Glenn y casi me mareo. La doctora Anders no podía llevar muerta más de unas pocas horas, ?cómo podía haberse descompuesto tanto tan rápido?

 

—?Nombre? —dijo el hombre con la cara rígida e intentando aparentar que no le afectaba el asfixiante olor.

 

Me quedé mirándolo durante un momento y luego vi la libreta que llevaba en la mano. Había varios nombres escritos. El último iba seguido de la palabra ?fotógrafo?. El otro hombre que había en el pasillo exterior cerró de golpe la maleta y la arrastró dando golpes por la escalera. Junto a la puerta había una cámara de vídeo, cuya sofisticación estaba entre la de la que tendría un equipo de reporteros de las noticias y la de la que usaba mi padre antes de morir para grabar los cumplea?os de mi hermano y míos.

 

—Oh, mmm, Rachel Morgan —dije con voz débil—, asesora especial inframundana.

 

—Tú eres la bruja, ?no? —dijo mientras escribía mi nombre junto con la hora y el número de mi identificación temporal—. ?Quieres una mascarilla además de los patucos y los guantes?

 

—Sí, gracias.

 

Noté mis dedos débiles al colocarme primero la mascarilla. Apestaba a gaulteria, bloqueando el hedor a carne descompuesta. Agradecida por ello, miré el suelo de madera del interior que brillaba bajo los últimos rayos de sol. Dentro, sonaba el clic, clic de una cámara de fotos.

 

—No iré a molestarlo, ?no? —pregunté en voz baja.

 

El hombre negó con la cabeza.

 

—Molestarla, no, no creo que a Gwen le importe. Si te descuidas te pondrá a sujetarle la cinta métrica.

 

—Gracias —dije a la vez que decidía que no pensaba hacer nada parecido. Miré hacia el aparcamiento de abajo mientras me colocaba los patucos de papel. Mientras más tiempo estuviese allí fuera, más probable sería que Glenn se diese cuenta de que ya no estaba donde me dejó. Me armé de valor, me apreté la mascarilla contra la nariz y me estremecí con el punzante aroma que despedía. Se me saltaron las lágrimas, pero no pensaba quitármela por nada del mundo. Me metí las manos enguantadas en los bolsillos, como si estuviese en una tienda de magia negra, y entré.

 

—?Y tú quién eres? —preguntó una potente voz femenina cuando mi sombra le tapó la luz.

 

Kim Harrison's books