Glenn alargó el brazo para agarrarme y me aparté fuera de su alcance. Su rostro se tensó y dio un paso atrás, exhalando lentamente.
—Ya lo sé. Vete a casa —dijo extendiendo la mano para que le devolviese la identificación temporal—. Agradezco tu ayuda para encontrar el cadáver, pero como tú misma has dicho, no eres detective. Cada vez que abres la boca haces que sea más fácil para el abogado de Trent convencer al jurado. Anda… vete a casa. Te llamaré ma?ana.
La rabia me enardeció. Los últimos rescoldos de adrenalina me hicieron sentirme más débil, no más fuerte.
—Yo he encontrado el cadáver, no puedes obligarme a irme.
—Acabo de hacerlo. Dame la identificación.
—Glenn —dije quitándome la identificación del cuello antes de que me la arrancase—, Trent es tan culpable de asesinar a ese brujo como si hubiese empu?ado el cuchillo él mismo.
Glenn apretó la identificación en la mano y su rabia se disipó lo suficiente como para dejar ver su frustración.
—Puedo hablar con él, incluso retenerlo para un interrogatorio, pero no puedo arrestarlo.
—?Pero si lo hizo él! —protesté—. Tienes el cadáver, tienes el arma, tienes una causa probable.
—Tengo un cadáver que ha sido trasladado —dijo con tono monótono reprimiendo sus emociones—, mi causa probable es una mera conjetura, tengo un arma que podrían haber colocado allí unos seiscientos empleados. Nada relaciona a Trent con el asesinato todavía. Si lo arresto ahora, podría salir libre, incluso si confesase más adelante. Ya lo he visto antes. El se?or Kalamack podría haberlo hecho a propósito, dejar ahí el cadáver y asegurarse de que nada lo relacionaba con él. Si fallamos ahora, será el doble de difícil colgarle otro muerto, incluso si comete un error más adelante.
—Tienes miedo de enfrentarte a él —le acusé intentando pincharle para que lo arrestase.
—Escúchame bien, Rachel —dijo obligándome a dar un paso atrás—, me importa bien poco que creas que lo hizo Kalamack. Tengo que demostrarlo y esta es la única oportunidad que voy a tener de hacerlo. —Dio media vuelta y recorrió con la mirada el aparcamiento—. ?Que alguien lleve a la se?orita Morgan a casa! —dijo en voz alta. Sin mirar atrás se fue dando grandes zancadas hacia los establos. Sus pesadas pisadas quedaron amortiguadas por el serrín del suelo.
Me quedé mirándolo sin saber qué hacer. Me fijé en Trent, que en ese momento entraba en el coche de policía. Su traje caro no encajaba en la escena. Me dedicó una insondable mirada antes de que la puerta se cerrase con un portazo metálico. Lentamente los dos coches se alejaron.
Notaba mi circulación como un zumbido y me palpitaba la cabeza. Trent no iba a salir impune de esta. Al final lograría relacionar cada uno de los asesinatos con él. El haber encontrado el cadáver de Dan en su propiedad le proporcionaría al capitán Edden argumentos para conseguir cualquier orden que pidiese. Trent iba a freírse. No me importaba esperar. Soy una cazarrecompensas, sé cómo acechar a una presa.
Me giré asqueada. Odiaba la ley aunque dependiese de ella. Preferiría enfrentarme a un aquelarre de brujas negras antes que a un tribunal. Entendía la moralidad de las brujas mejor que la de los abogados. Al menos las brujas tenían una.
—?Jenks! —grité cuando el capitán Edden salió de los establos haciendo sonar unas llaves en su mano. Estupendo, ahora tendría que aguantar un rollo de sermón del anciano sabio hasta casa. Gritar me había sentado bien y cogí aire para volver a gritarle a Jenks cuando el pixie se detuvo en seco delante de mí. Estaba literalmente brillando de excitación. El polvo que dejaba a su paso me cayó encima por la inercia.
—?Sí, Rachel? Oye, he oído que Glenn te ha echado. Te dije que no subieras allí, pero ?me hiciste caso? Noooo. Nadie me hace caso. Tengo treinta y tantos hijos y la única que me hace caso es mi libélula.
Mi rabia flaqueó un instante mientras me preguntaba si de verdad tenía una libélula de mascota. Luego me olvidé de la idea para centrarme en sacar algo en claro de todo aquello.
—Jenks —dije—, ?podrás llegar a casa sin problemas desde aquí?
—Claro, me llevarán Glenn o el de los perros, no hay problema.
—Bien. —Miré al capitán Edden, que se aproximaba—. Cuéntame lo que pase ?vale?
—Entendido. Oye, por si te sirve de algo, lo siento. Tienes que aprender a mantener la boca cerrada y los dedos quietos. Nos vemos luego. Mira quién fue a hablar.
—Yo no he tocado nada —dije fastidiada, pero el pixie ya se había marchado volando hasta la oficina provisional de Glenn, dejando tras de sí un rastro de polvo a la altura de la cabeza que tardó en disiparse.
Edden me dedicó una única mirada al pasar junto a mí. Lo seguí con el ce?o fruncido y abrí la puerta de par en par. Arrancó el coche, entré y cerré de un portazo. Me puse el cinturón, saqué el brazo por la ventanilla y me quedé contemplando los pastos vacíos.
—?Qué pasa? —dije malhumorada—. ?Glenn te ha echado a ti también?