El bueno, el feo yla bruja

Mi padre me traía aquí los sábados por la ma?ana para comer dónuts y echar las migas a los patos. Me entristecí al recordar una ocasión en la que me trajo después de una de sus pocas discusiones con mi madre. Era de noche y contemplamos las luces tintineantes de los Hollows al otro lado del río. El mundo parecía seguir girando a nuestro alrededor mientras que nosotros estábamos atrapados en una burbuja de tiempo, suspendida en el borde del presente, negándose a caer para dejar paso a la siguiente. Suspiré y me encogí más en mi chaqueta corta de piel y me fijé en donde iba pisando.

 

La noche anterior le había enviado una bolsa de galletas a Trent por mensajería especial con una tarjeta que simplemente decía: ?Lo sé?. El papel de celofán y las galletas estaban cuajados de una insultante mezcla de propaganda élfica y de magia que ni los más enardecidos tiempos posteriores a la Revelación pudieron erradicar. Como era de esperar, me despertó el teléfono esa misma ma?ana. Luego volvió a sonar cuando el contestador colgó. Y otra vez, y otra y otra más. Las ocho de la ma?ana era una hora indecente para una bruja. Solo había dormido cuatro horas, pero Jenks no podía contestar al teléfono y despertar a Ivy no era una buena idea. El mensaje decía que Trent me invitaba a su jardín para tomar el té. Ni hablar. Le dije a Jonathan que me reuniría con Trent en Eden Park a las cuatro, en el puente de Twin Lake. Era un nombre demasiado pomposo para un puente peatonal de hormigón, pero conocía al trol que vivía debajo y pensaba que podría recurrir a él si fuese necesario. El sonido del agua cayendo por los rápidos artificiales distorsionaría cualquier hechizo para escucharnos. Y lo que era aun mejor, con el fútbol del domingo, el parque estaría casi desierto, proporcionándonos la privacidad necesaria para hablar, pero con la gente suficiente como para descartar cualquier acción estúpida que Trent pudiese estar tentado de realizar, como matarme directamente.

 

Levanté la vista al pasar por delante del coche camuflado de Glenn, aparcado en la acera. Probablemente lo habían asignado para tener a Trent vigilado. Bien, eso significaba que no tendría que reducir a quienquiera que Edden hubiese asignado para seguir a Trent para que pudiésemos hablar sin interrupciones.

 

Le había dejado claro que no llevaría ningún amuleto encima, aparte de mi anillo para el me?ique. Tampoco un gran bolso. Solo llevaba mi poco usado carné de conducir y mi bonobús. La razón para tan escasos efectos personales era doble; no solo podría correr más rápido si Trent intentaba hacerme algo, sino que no le daría la oportunidad de acusarme de colarle ningún amuleto.

 

Me empezaban a doler las pantorrillas por el paso rápido. Recorrí con la vista el gran parque y lo encontré tan vacío de gente como esperaba. Me había pasado de la primera parada para echar un buen vistazo antes de bajarme; por no mencionar que era imposible hacer una entrada elegante bajándose del autobús, incluso a pesar de vestir pantalones de cuero con chaqueta a juego y top de cuello halter rojo.

 

Caminé más despacio y contemplé el estanque de agua, verde por el sulfato de cobre y la frondosa hierba. Los árboles estaban moteados de color al no estar todavía afectados por las heladas. La manta roja de Trent destacaba como una pincelada de color sobre el suelo. Estaba solo y hacía ver que leía. Me pregunté dónde estaría Glenn. Si no estaba entre los pocos árboles grandes o en los diminutos apartamentos al otro lado de la calle, probablemente se escondería en los servicios.

 

Caminé balanceando los brazos y saludé a Jonathan al otro lado del parque, de pie junto a la limusina Gray Ghost a pleno sol. Obviamente disgustado, levantó la mu?eca y habló hacia su reloj. Se me hizo un nudo en el estómago al imaginar que Quen me estaría observando desde los árboles. Me impuse un paso sosegado y entré en los servicios públicos sin hacer ruido con mis botas de vampiresa.

 

Para ser unos servicios públicos eran elegantes y recordaban otros tiempos más lujosos. La hiedra cubría la piedra de la fachada y el tejado de madera. Las persianas y puertas metálicas se prestaban tanto a la permanencia de la estructura como las plantas que la ahogaban. Como esperaba, encontré a Glenn dentro del servicio de caballeros. Estaba de pie sobre el váter, dándome la espalda y observando con unos prismáticos a Trent a través de la ventana rota.

 

Tenía el puente en su campo de visión y me sentí mejor sabiendo que me estaría vigilando.

 

—Glenn —dije y se giró de golpe, casi resbalándose del váter.

 

—?Por Dios bendito! —maldijo, echándome una mirada de enfado antes de volver a mirar por la ventana—. ?Qué haces aquí?

 

—Buenos días a ti también —dije educadamente, deseando darle una bofetada y preguntarle por qué no me había defendido el día anterior para que pudiese seguir trabajando. El servicio apestaba a cloro y no tenía ninguna división; al menos el servicio de se?oras tenía compartimentos.

 

Su cuello se puso tenso y le reconocí el mérito por no apartar la vista de Trent ni un instante.

 

—Rachel —me advirtió—, vete a casa. No sé cómo has averiguado que el se?or Kalamack estaba aquí, pero si te acercas a él, te entregaré yo mismo a la SI.

 

—Oye, lo siento —dije—. Cometí un error. Debí quedarme quieta hasta que me dijeses que podía entrar en el escenario del crimen, pero Trent me ha pedido que nos reunamos aquí, así que puedes irte al cuerno.

 

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