—Solo les asesoro —le dije ignorando que su líquida voz me había constre?ido la respiración. Había olvidado su voz, todo ámbar y miel, si con los colores y el gusto se pudiesen describir los sonidos. Era resonante y profunda. Cada sílaba era clara y precisa, aunque se fundía con la siguiente como un líquido. Era hipnótica de una manera en que solo podía serlo la voz de los vampiros ancianos. Y me fastidiaba que me gustase.
Lo miré a los ojos intentando reflejar su propia confianza. Estaba como un flan y le tendí la mano para obligarle a responder. Su mano estrechó la mía sin la menor vacilación. Una punzada de satisfacción me espoleó al haber logrado que hiciese algo que él no quería hacer, aunque fuese algo tan peque?o.
Envalentonada, deslicé la mano en la suya. Aunque sus ojos verdes mantenían la frialdad, reconociendo que lo había obligado a tocarme, su apretón fue cálido y firme. Me preguntaba cuánto tiempo habría estado practicándolo. Satisfecha, lo solté, pero en lugar de hacer lo mismo, la mano de Trent se deslizó por la mía con una lentitud íntima que no resultaba en absoluto profesional. Habría dicho que se estaba insinuando si no fuese por la tensión de sus ojos, que expresaban una desconfiada cautela.
—Se?or Kalamack —dije con ganas de restregarme la mano en la falda—, tiene buen aspecto.
—Lo mismo digo. —Su sonrisa estaba como congelada en la misma posición y se llevó la mano derecha casi hasta la espalda—. Creo que le va razonablemente bien con su peque?a agencia de investigación. Imagino que resulta difícil cuando uno está empezando.
?Mi peque?a agencia de investigación? Mi inquietud se tornó irritación.
—Gracias —logré decir.
Con una sonrisa en la comisura de sus labios, Trent dirigió su atención hacia Edden. Mientras los dos hombres profesionalmente intercambiaban educadas, políticamente correctas e hipócritas sutilezas, contemplé el despacho de Trent. La falsa ventana seguía mostrando una imagen real de sus potros pastando. La luz artificial brillaba a través de la pantalla de vídeo, iluminando cálidamente un trozo de la moqueta. Había un nuevo banco de peces blancos y negros en el enorme acuario y había sido encastrado en la pared detrás de la mesa. Donde había estado mi jaula ahora había un naranjo en un macetón y el recuerdo olfativo del pienso me provocó un nudo en el estómago. La lucecita roja de la cámara de la esquina del techo parpadeó en mi dirección.
—Es un placer conocerle, capitán Edden —estaba diciendo Trent con una suave cadencia en la voz que atrajo mi atención—, ojalá hubiese sido en otras circunstancias.
—Se?or Kalamack —dijo Edden con un áspero staccato en contraposición a la voz de Trent—, lamento cualquier inconveniente que podamos ocasionarle durante el registro.
Jonathan le entregó a Trent la orden y él la miró brevemente antes de devolvérsela.
—??Pruebas físicas que conduzcan a un arresto en relación a las muertes conocidas como “los asesinatos del cazador de brujos”?? —dijo mirándome de reojo—. ?No le parece un poco general?
—Nos pareció insensible poner ?cadáver? —dije algo tensa y Edden se aclaró la garganta sin el más mínimo rastro de preocupación que empa?ase su compostura profesional. Me había fijado en que Edden se había colocado en posición de ?descansen? y me preguntaba si el ex marine lo haría de forma inconsciente—. Usted fue la última persona que vio a la doctora Anders —a?adí deseando comprobar la reacción de Trent.
—Eso está fuera de lugar, se?orita Morgan —masculló Edden, pero yo estaba más interesada en las emociones que reflejaba Trent: rabia, frustración, pero no conmoción. Miró a Jonathan, quien se encogió de hombros de la forma más imperceptible que hubiese visto jamás. Lentamente, Trent se apoyó en la mesa con sus alargadas y morenas manos entrelazadas delante de sí.
—No sabía que hubiese muerto —dijo.
—Yo no he dicho que haya muerto —dije. Edden me agarró del brazo a modo de advertencia y me dio un vuelco el corazón.
—?Ha desaparecido? —dijo Trent haciendo un encomiable esfuerzo por demostrar únicamente alivio—. Me alegro… de que esté desaparecida y no, eh, muerta. Cené con ella anoche. —Un leve rastro de preocupación se reflejó en su cara al se?alar las dos sillas detrás de nosotros—. Por favor, tomen asiento —dijo y dio la vuelta a su mesa—. Estoy seguro de que tienen algunas preguntas para mí, teniendo en cuenta que están registrando mi propiedad.
—Gracias, se?or. Sí, las tengo. —Edden se sentó en la silla más cercana al pasillo. Con la vista seguí a Jonathan que se acercó a cerrar la puerta. Se quedó de pie junto a ella, con aspecto de estar a la defensiva. Yo me senté en el otro asiento bajo el sol artificial e hice un esfuerzo consciente por sentarme pegada al respaldo. Intenté adoptar un aire despreocupado, me coloqué el bolso en el regazo y me metí la mano en el bolsillo de la chaqueta en busca de la aguja digital. El pinchazo de la hoja me sorprendió. Metí el dedo ensangrentado en el bolso y con cuidado busqué el amuleto. Ahora veríamos a Trent mentir para salirse con la suya.