—Oh, sí —musitó el pixie—, está hablando con Jonathan. Quen le está contando que está en la garita contigo y con Edden y que tiene una orden para registrar la propiedad y que más le vale ir a despertarlo.
—?A quién, a Trent? —adiviné y noté que mi pendiente oscilaba al asentir el pixie vehementemente. Miré el reloj sobre la puerta y vi que eran las dos de la tarde pasadas. Debía de ser agradable dormir hasta esa hora.
Edden se aclaró la garganta cuando Quen colgó. El vigilante de seguridad de Trent no se cortó a la hora de dejarnos entrever que estaba molesto. Sus ligeras arrugas se profundizaron y apretó la mandíbula. Sus ojos verdes tenían una expresión de dureza.
—Capitán Edden, el se?or Kalamack está comprensiblemente disgustado y le gustaría hablar con usted mientras su gente realiza el registro.
—Por supuesto —dijo Edden y dejé escapar un ruidito de incredulidad.
—?Por qué estará siendo tan amable? —mascullé cuando Quen nos condujo a través de las pesadas puertas de cristal y metal de vuelta a pleno sol.
—Rachel —dijo Edden en voz muy baja y cargada de tensión—, o te comportas con educación y gentileza, o te quedas en el coche.
Gentileza, pensé, ?desde cuándo eran gentiles los ex marines? Eran inflexibles, agresivos, políticamente correctos hasta un punto obsesivo… ah, estaba siendo políticamente correcto.
Edden se me acercó mientras me abría la puerta de una de las furgonetas.
—Y después le clavaremos el culo a un árbol —a?adió confirmando mis sospechas—. Si Kalamack la mató, lo atraparemos —dijo con los ojos clavados en Quen que se estaba subiendo a un coche familiar—. Pero si entramos arrasando como soldados de asalto, un jurado lo dejaría libre aunque confesase. Todo depende del procedimiento. He cerrado el tráfico entrante y saliente, nadie saldrá sin ser registrado.
Lo miré con los ojos entornados y me sujeté el sombrero con una mano para evitar que se me volase. Yo habría preferido entrar a lo grande, con veinte coches y las sirenas a todo gas, pero tendría que conformarme con esto.
El camino de acceso de cinco kilómetros a través del bosque que Trent tenía alrededor de su mansión fue tranquilo, ya que Jenks había ido con Glenn en el otro coche para intentar averiguar qué clase de inframundano era Quen. Seguimos al coche del vigilante y giramos en la última curva hasta aparcar en el aparcamiento para visitantes.
No puede evitar sentirme impresionada por el edificio principal de Trent. La construcción de tres plantas estaba rodeada de vegetación, como si llevase allí cientos de a?os en lugar de cuarenta. El mármol blanco reflejaba los rayos del sol hacia los árboles, como si el sol estuviese saliendo por el este. Enormes columnas y anchos escalones bajos creaban una atractiva entrada. El edificio de oficinas, rodeado por árboles y jardines, despedía una sensación de permanencia de la que carecían los de la ciudad. Varios edificios más peque?os se expandían junto al principal, unidos a él mediante pasarelas cubiertas. Los lamosos jardines amurallados de Trent ocupaban gran parte de la parcela y por detrás aún había más amplias extensiones de plantas bien cuidadas, rodeadas por campos de hierba y después, el fantasmagórico bosque planificado al detalle.
Fui la primera en saltar de la furgoneta y miré al otro lado de la carretera, hacia los edificios más bajos donde Trent criaba a sus purasangres. Una visita guiada estaba saliendo justo en ese momento en autobús, odiosamente ruidoso y adornado con carteles con información para visitar los jardines de Trent.
Jenks voló hasta aterrizar en mi hombro, ya que mis pendientes eran demasiado peque?os para posarse en ellos. Venía refunfu?ando acerca de que era imposible descubrir qué era Quen. Me volví hacia el edificio principal y me dirigí hacia los escalones de piedra, taconeando con paso firme. Edden venía justo detrás.
Entonces se me encogieron las tripas al ver a una silueta familiar esperándonos junto a las columnas de mármol.