—Tengo cuidado —dijo y le solté una carcajada de miedo—. Rachel, te prometo que se lo llevaré a primera hora de la ma?ana. No lo va a mirar hasta entonces de todas formas. —Titubeó y casi pude oír cómo tomaba una decisión—. Voy a invocarlo. Por favor, no me obligues a hacerlo a tus espaldas. Me sentiría mejor si alguien más lo sabe.
—?Para que? ?Para que pueda decirle a tu madre quién te mató? —dije amargamente para luego callarme. Cerré los ojos y apreté la bola roja entre los dedos. Nick permanecía en silencio, esperando. Odiaba no tener derecho a pedirle que lo dejase. Ni siquiera siendo su novia. Invocar a un demonio no era ilegal. Simplemente era algo verdaderamente estúpido—. Prométeme que me llamarás cuando acabes —le pedí sintiendo un temblor en el estómago—. Estaré levantada hasta las cinco, más o menos.
—Claro —dijo en voz baja—, gracias. Luego quiero saber cómo te ha ido la cena con Trent.
—Por supuesto —le contesté—, hablamos más tarde. —Si es que sobrevives.
Colgué y crucé la mirada con Jenks, que planeaba en mitad de la habitación con una bola bajo el brazo.
—Los dos vais a terminar reducidos a una mancha negra en un círculo de líneas luminosas —dijo y le tiré la bola que tenía en la mano. La atrapó con una de las suyas, retrocediendo varios centímetros hasta detener el impulso. Me la devolvió y me aparté. La bola chocó contra el sillón de Ivy sin romperse. Agradecida por haber tenido suerte en eso, al menos, la cogí y me dirigí hacia la cocina.
—?Ahora! —gritó Jenks cuando entré en la iluminada habitación.
—?A por ella! —chillaron una docena de pixies.
Me hicieron salir de golpe de mi depresión y me encogí cuando una granizada de bolas me golpeó, estrellándose contra mi cabeza aunque intenté protegerme con las manos. Corrí hasta la nevera y abrí la puerta para esconderme detrás. Parecía que mi sangre cantaba por la adrenalina. Sonreí al oír que seis o más bolas se estrellaban contra la puerta metálica.
—?Malditos pordioseros! —grité asomándome para verlos revolotear al otro lado de la cocina como luciérnagas enloquecidas. Abrí los ojos como platos, ?debía de haber al menos unos veinte!
Las bolas de líquido cubrían el suelo, rodando lentamente al alejarse de mí. Con gran excitación repetí rápidamente el ensalmo tres veces y devolví los siguientes tres misiles directamente hacia ellos.
Los ni?os de Jenks chillaban encantados, formando un remolino de colores con sus alegres vestidos y pantalones de seda. El polvo de pixie atrapaba los rayos del sol poniente. Jenks estaba sentado en el cazo que colgaba sobre la isla central con la espada que usaba para luchar contra las hadas en la mano, blandiéndola en alto mientras les gritaba consignas de ánimo. Bajo su ruidosa dirección los ni?os se agrupaban. Al organizarse, los susurros y risitas salpicadas de gritos de entusiasmo llenaban el ambiente. Con una amplia sonrisa, me volví a esconder tras la puerta de la nevera. Se me estaban enfriando los tobillos por la corriente de aire que despedía. Repetí el ensalmo una y otra vez, sintiendo que la fuerza de la línea luminosa aumentaba detrás de mis ojos. Me iban a atacar en masa sabiendo que no podría desviarlas todas.
—?Ahora! —gritó Jenks blandiendo su diminuto sable y lanzándose desde el cazo.
Grité ante la alegre ferocidad de sus ni?os, que se lanzaron como un enjambre contra mí. Protesté entre risas y desvié las bolas rojas. Recibí peque?os golpes de las que no pude alcanzar. Jadeante, rodé hasta debajo de la mesa y me siguieron, continuando con el bombardeo.
Me había quedado sin ensalmos.
—?Me rindo! —grité con cuidado de no golpear a ninguno de los ni?os de Jenks al poner las manos debajo de la mesa. Estaba cubierta de manchas de agua y me aparté de la cara los mechones de pelo empapados—. ?Me rindo! ?Vosotros ganáis!
Gritaron alborozados y el teléfono volvió a sonar. Orgulloso y engreído, Jenks empezó a cantar a grito pelado una canción acerca de echar al invasor de su tierra y de volver a casa para plantar semillas. Con la espada en alto, dio una vuelta a la cocina con sus ni?os en fila detrás. Todos cantaban en gloriosa armonía y fueron saliendo por la ventana hacia el jardín.
Me quedé sentada en el suelo bajo la mesa en el repentino silencio. Todo mi cuerpo se estremeció al inspirar profundamente y sonreí al exhalar.
—?Uff! —resoplé riéndome aún al pasarme la mano por debajo de un ojo. No me extra?a que las hadas asesinas enviadas para matarme el a?o pasado no tuvieran nada que hacer. Los ni?os de Jenks eran listos, rápidos… y agresivos.
Sin dejar de sonreír, me puse en pie y caminé lentamente hacia la salita para coger el teléfono antes de que saltase el contestador. Pobre Nick. Estoy segura de que había notado el último ensalmo.
—Nick —le solté al auricular antes de que pudiese decirme nada—, lo siento. Los ni?os de Jenks me habían acorralado bajo la mesa de la cocina arrojándome bolas de líquido. Que Dios me perdone, pero ha sido muy divertido. Ahora están en el jardín, dando vueltas alrededor del fresno y cantando algo acerca del frío acero.
—?Rachel?