El bueno, el feo yla bruja

Era Glenn y mi alegría se desvaneció ante su tono preocupado.

 

—?Qué? —dije mirando hacia los árboles a través de las ventanas. Las manchas de agua que me cubrían me dieron frío de repente y me rodeé con los brazos.

 

—Llegaré allí en diez minutos —dijo—, ?estarás lista?

 

Me eché hacia atrás el pelo mojado.

 

—?Por qué? ?Qué ha pasado? —le pregunté.

 

Noté que cubría el auricular y le gritaba algo a alguien.

 

—Tenemos la Orden para registrar la propiedad de Kalamack como tú querías —dijo cuando termin\1.

 

—?Y eso? —le pregunté sin poder creerme que Edden hubiese cedido—. ?No es que me esté quejando!

 

Glenn titubeó. Respiró hondo y oí las voces excitadas de fondo.

 

—La doctora Anders me llamó anoche —dijo—. Sabía que ibas a seguirla, así que cambió su reunión a anoche y me pidió que fuese con ella.

 

—La muy bruja —exclamé en voz baja, deseando haber podido ver lo que se había puesto Glenn. Seguro que iba elegante. Pero como seguía en silencio, la sensación de frío en el estómago se me acentuó convirtiéndose en un nudo.

 

—Lo siento, Rachel —dijo Glenn en voz baja—. Su coche cayó desde el Puente Roebling esta ma?ana, empujado por lo que parecía una enorme burbuja de fuerza de líneas luminosas. Acaban de sacar el coche del río, pero todavía estamos buscando el cadáver.

 

 

 

 

 

19.

 

 

Movía el pie con impaciencia mientras esperaba en la garita de la mansión de Trent, sentada junto a una pila de manuales y de vasos de cartón vacíos que ocupaban el alféizar. Jenks estaba posado en mi pendiente, mascullando improperios mientras observaba a Quen, quien pulsó un botón del teléfono. Solo había visto a Quen una vez… puede que dos. La primera iba disfrazado de jardinero y logró atrapar a Jenks en una bola de cristal. Tenía la firme sospecha de que Quen era el tercer jinete que intentó darme caza a caballo la noche que robé de la oficina de Trent el disco para chantajearlo. Era una sensación que se ratificó cuando Jenks me dijo que Quen olía igual que Trent y Jonathan.

 

Quen alargó el brazo justo delante de mí para alcanzar un bolígrafo y di un respingo hacia atrás. No quería que me rozase. Aún al teléfono, me sonrió con cautela, ense?ándome unos dientes extremadamente blancos y uniformes.

 

Este, pensé, sabía de lo que yo era capaz. Este no me subestimaba como había hecho continuamente Jonathan y aunque era agradable que me tomasen en serio por una vez, deseé que Quen fuese tan egoísta y machista como Jonathan.

 

Trent me dijo en una ocasión que Quen estaba dispuesto a aceptarme como aprendiz… una vez el vigilante hubiese superado su deseo de matarme por infiltrarme en la finca de Kalamack. Me preguntaba si habría sobrevivido a un profesor así. Quen parecía tener la edad de mi padre, si aún estuviese vivo. Tenía el pelo muy oscuro y rizado alrededor de las orejas y unos ojos verdes que parecían observarme siempre. Iba vestido con un uniforme negro de guarda jurado sin insignias. Parecía que pertenecía a la noche. Era un buen trozo más alto que yo con tacones y la fuerza que despedía su físico, algo arrugado, me estaba poniendo de los nervios. Sus dedos eran rápidos sobre el teclado y sus ojos más aun. La única debilidad que percibí fue una ligera cojera. Como el resto de las personas que había junto a mí, tampoco llevaba armas, al menos que pudiese ver.

 

El capitán Edden estaba de pie junto a mí, vestido con sus pantalones caqui y camisa blanca, achaparrado pero hábil. Glenn se había puesto otro de sus trajes negros e intentaba aparentar serenidad, a pesar de su evidente nerviosismo. Edden también parecía preocupado por si no encontraba nada y quedaba en ridículo.

 

Me subí la correa del bolso más arriba en el hombro y me moví nerviosamente. Llevaba el bolso cargado de amuletos para encontrar a la doctora Anders, viva o muerta. Había hecho esperar a Glenn mientras los improvisaba usando el trozo de papel en el que me había escrito su dirección como objeto focal. Si había algún resto de ella, por peque?o que fuese, los amuletos se encenderían en rojo. Junto con ellos tenía un amuleto detector de mentiras, mis gafas de montura metálica para ver a través de disfraces de líneas luminosas y un comprobador de hechizos. Iba a aprovechar la oportunidad mientras hablaba con Trent para averiguar si usaba un hechizo para ocultar su apariencia. Nadie tenía tan buena presencia sin ayuda.

 

Fuera, aparcadas en el aparcamiento junto a la garita, había tres furgonetas de la AFI. Las puertas estaban abiertas y parecía que los agentes pasaban calor mientras esperaban bajo el sol de una tarde inusualmente cálida para esta época del a?o. Un mechón de pelo me hizo cosquillas en el cuello al moverse con la brisa de las alas de Jenks.

 

—?Lo oyes? —le susurré cuando Quen se giró para hablar por teléfono.

 

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