El bueno, el feo yla bruja

—Jonathan —susurré mientras notaba que mi desagrado hacia el extremadamente alto hombre se tornaba odio. Por una vez me gustaría subir esos escalones sin notar sus arrogantes ojos clavados en mí.

 

Apreté los labios y de pronto me alegré de haberme puesto mi mejor traje con falda a pesar del calor. El traje de Jonathan era exquisito. Tenía que ser hecho a medida, ya que era demasiado alto como para comprar nada que no lo fuese. Su pelo oscuro encanecía en las sienes y las arrugas alrededor de sus ojos eran profundas, como si un ácido las hubiese tallado sobre el cemento. Su ni?ez había transcurrido durante la Revelación y el miedo parecía marcado para siempre en su macilenta, casi mal nutrida apariencia. Ordenados y exagerados, sus gestos parecían los de un caballero inglés, pero su acento era tan del Medio Oeste como el mío. Llevaba un afeitado apurado y sus mejillas y labios jamás perdían un perpetuo rictus estricto, a menos que fuese a costa de la desgracia de alguien. Sonrió durante los tres días completos en los que me tuvo encerrada en una jaula en la oficina de Trent, cuando era un visón. Recordaba sus ojos azules, vivaces y entusiasmados mientras me atormentaba.

 

Quen subió rápidamente las escaleras y me adelantó. Me entró un ligero tic en el ojo al ver que ambos hombres juntaban las cabezas. Cuando se volvieron la sonrisa profesional de Jonathan mostraba una también profesional irritación. Bien.

 

—Capitán Edden —dijo extendiendo su delgada mano cuando Edden y yo nos detuvimos frente a ellos. La constitución musculosa de Edden le hacía parecer casi regordete al estrecharle la mano—, soy Jonathan, encargado de relaciones públicas. El se?or Kalamack le espera —a?adió con una cordialidad en la voz que en ningún momento se reflejó en sus ojos—. Me ha pedido que le transmita su deseo de colaborar en lo que esté en su mano.

 

Desde mi hombro, Jenks se rió por lo bajo.

 

—Podría decirnos dónde ha escondido a la doctora Anders.

 

Aunque lo había dicho con un susurro, tanto Quen como Jonathan se pusieron tensos. Yo disimulé, comprobando la trenza con la que me había recogido el pelo… amenazando sutilmente con azotar con ella a Jenks. Luego me agarré las manos en la espalda para evitar darle la mano a Jonathan. No quería tocarlo si no era para darle un pu?etazo en el estómago. Maldita sea, ?cómo echaba de menos mis esposas!

 

—Gracias —dijo Edden arqueando las cejas ante las malvadas miradas que Jonathan y yo estábamos intercambiando—. Intentaremos acabar lo antes posible y con las mínimas molestias.

 

Cuando le lancé una mirada fulminante, Edden se llevó a Glenn a un lado.

 

—Haced un registro sin revuelo pero exhaustivo —le dijo mientras Jonathan miraba por encima de mi hombro hacia los agentes de la AFI, que se agrupaban en los anchos escalones. Habían traído varios perros con ellos, todos vestidos con chalecos azules con las letras de la AFI en amarillo. Movían las colas con entusiasmo y obviamente estaban deseando ponerse a trabajar. Glenn asintió.

 

—Toma —le dije sacando de mi bolso un pu?ado de amuletos para dejarlos caer en su mano—. Los he activado por el camino. Están listos para encontrar a la doctora Anders, viva o muerta. Dáselos a quien quiera usarlos. Se volverán rojos si se acercan a treinta metros de ella.

 

—Me aseguraré de que cada equipo tenga uno —dijo Glenn a la vez que hacía gestos preocupados con los ojos mientras evitaba que se les cayesen de las manos.

 

—Oye, Rachel —dijo Jenks elevándose desde mi hombro—, Glenn me ha pedido que vaya con él, ?te importa? No puedo hacer nada sentado como un adorno en tu hombro.

 

—Claro, vete —le dije sabiendo que podría registrar un jardín mejor que una manada de perros.

 

En la alargada cara de Jonathan apareció una expresión de preocupación y le sonreí de oreja a oreja con sarcasmo. No estaban permitidos ni los pixies ni las hadas en la finca como regla general y no me importaría llevar las braguitas por fuera durante una semana si alguien me dijese qué temía Trent que Jenks pudiese encontrar.

 

Quen y Jonathan intercambiaron miradas en silencio. El más bajo de los dos apretó los labios y entornó sus ojos verdes. Parecía preferir hacer castillos con bo?igas de vaca antes que dejar a Jonathan solo para que nos acompa?ase hasta Trent, pero Quen se apresuró a seguir a Jenks. Seguí con la mirada al vigilante, quien bajó los escalones con movimientos fluidos y una elegancia apresurada que me cautivó.

 

Jonathan se puso recto y se dirigió a nosotros.

 

—El se?or Kalamack les espera en su oficina —dijo con sequedad al abrir la puerta.

 

Le dediqué una maliciosa sonrisa al emprender la marcha.

 

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