El Código Enigma

Con Chattan se encuentra un hombre más menudo vestido con el uniforme de diario británico: estrecho en mu?ecas y tobillos, pero por lo demás amplio, de una franela gruesa caqui que sería intolerablemente calurosa si esa gente no pudiese confiar en una temperatura ambiente fija, dentro y fuera, de unos cincuenta y cinco grados Fahren-heit. El aspecto general siempre le recuerda a Waterhouse al doctor Dentons. Se lo presentan como teniente Robson, y es el líder de uno de los dos pelotones del 2702, el de la RAF. Tiene un bigote áspero, muy recortado, de cabellos grises y casta?os. Es un tipo risue?o, al menos en presencia de superiores, y sonríe con frecuencia. Los dientes se le abren radialmente desde la mandíbula, de forma que cada mandíbula tiene la apariencia de una lata de café sobre la que hubiesen detonado una peque?a granada.

 

—éste es el hombre que estábamos esperando —le dice Chattan a Robson—. El que podría habernos sido muy útil en Argel.

 

—?Sí! —dice Robson—. Bienvenido al Destacamento 2702, capitán Waterhouse.

 

—2702 —le corrige Waterhouse.

 

Chattan y Robson parecen ligeramente asombrados.

 

—No pueden usar 2702 porque es el producto de dos primos.

 

—?Perdone? —dice Robson.

 

Una cosa que a Waterhouse le gusta mucho de los británicos es que cuando no saben de qué demonios estás hablando, al menos admiten la posibilidad de que sean ellos los equivocados. Robson tiene el aspecto de un hombre que ha ascendido en el escalafón. Un yanqui de su misma posición estaría resoplando y mostrándose desde?oso.

 

—?Cuáles? —dice Chattan. Eso le anima; al menos sabe qué es un primo.

 

—73 y 37 —dice Waterhouse.

 

La respuesta causa una gran impresión a Chattan.

 

—Ah, sí, comprendo. —Agita la cabeza—. Tendré que tomarle el pelo al profesor por esto.

 

Robson ha inclinado tanto la cabeza hacia un lado que casi descansa sobre la gruesa y lanuda boina que lleva metida en la charretera. Tiene los ojos entrecerrados y parece horrorizado. Su hipotético homólogo yanqui muy probablemente exigiría en ese momento una completa explicación de la teoría de los números primos, y cuando hubiese terminado, la acusaría de ser una chorrada. Pero Robson lo deja pasar:

 

—?Debo entender que vamos a cambiar el número de nuestro Destacamento?

 

Waterhouse traga saliva. Por la reacción de Robson parece estar claro que eso implicará mucho trabajo duro por su parte y la de sus hombres; semanas de repintar con plantillas y de intentar propagar el nuevo número por toda la burocracia militar. Será un co?azo.

 

—Será 2702 —dice Chattan con tranquilidad. Al contrario que Waterhouse, no le causa ningún problema dar órdenes difíciles e impopulares.

 

—Muy bien, debo ocuparme de algunas cosas. Ha sido un placer conocerle, capitán Waterhouse.

 

—El placer ha sido mío.

 

Robson vuelve a dar la mano a Waterhouse y sale.

 

—Tenemos alojamiento para usted en uno de los barracones situados al sur de la cantina —dice Chattan—. Bletchley Park es nuestro cuartel general nominal, pero predecimos que pasaremos la mayor parte del tiempo en las zonas donde se hace más uso de Ultra.

 

—Asumo que ha estado en el norte de áfrica —dice Waterhouse.

 

—Sí. —Chattan alza las cejas, o más bien, las franjas de piel donde presumiblemente están localizadas las cejas; los pelos están decolorados y son transparentes, como hebras de monofilamento de nylon—. Me temo que salimos de allí por los pelos.

 

—Estuvo cerca, ?no?

 

—Eh, no me refiero a eso —dice Chattan—. Hablo de la integridad del secreto Ultra. No estamos todavía seguros de que hayamos escapado. Pero el profe ha realizado algunos cálculos que sugieren que es posible que no haya peligro.

 

—?Profe es el nombre que utiliza para referirse al doctor Turing?

 

—Sí. Ya sabe que le recomendó personalmente.

 

—Es lo que supuse cuando llegaron las órdenes.

 

—Turing está en estos momentos ocupado en otros dos frentes de la guerra de la información, y no pudo participar en nuestro alegre encuentro.

 

—?Qué sucedió en el norte de áfrica, coronel Chattan?

 

—Sigue sucediendo —dice Chattan con perplejidad—. Nuestro equipo de marines sigue en la zona, ampliando la curva de campana.

 

—?Ampliando la curva de campana?

 

—Bueno, usted sabe mejor que yo que las cosas que suceden al azar normalmente tienen una distribución en forma de campana. Alturas, por ejemplo. Acerqúese a la ventana, capitán Waterhouse.

 

Waterhouse se une a Chattan frente al ventanal, desde donde se ven los acres que antes solían ser terreno agrícola. Mirando más allá del cin-turón boscoso a las tierras altas situadas a varios kilómetros de distancia, puede ver el aspecto que probablemente tenía Bletchley Park: campos verdes salpicados con grupos de peque?os edificios.

 

Pero ése no es el aspecto que tiene ahora. Apenas queda un trozo de tierra en un radio de un kilómetro que no haya sido pavimentado y sobre el que no hayan construido. Una vez que dejas atrás la Mansión y sus singulares dependencias, el parque consiste en estructuras de ladrillo de un piso, nada más que largos pasillos con múltiples cruces: +++++++, y se a?aden más + tan rápido como los alba?iles pueden poner el barro en los ladrillos (Waterhouse se pregunta, divagando, si Rudy no habrá visto fotografías aéreas de ese lugar y habrá deducido a partir de todas esas cruces la naturaleza matemática de sus actividades). Los tortuosos corredores que conectan los edificios son estrechos, y cada uno se reduce a la mitad por medio de un muro de impacto de metro y medio de alto que los atraviesa por el medio, de forma que los germanos tengan que gastar al menos una bomba por edificio.

 

—En ese edificio de ahí —dice Chattan, se?alando una peque?a construcción no muy alejada, un tugurio de ladrillo de aspecto muy feo—, están las bombes de Turing. Es ?bombe?, con e al final. Son las máquinas de calcular inventadas por el profe.

 

—?Son máquinas universales de Turing de verdad? —suelta Waterhouse. Está dominado por una asombrosa visión sobre la verdadera naturaleza de Bletchley Park: un reino secreto en el que Alan ha encontracto los recursos para dar forma a su gran sue?o. Un reino que no está dirigido por hombres sino por la información, donde humildes edificios con forma de signos de sumar contienen Máquinas Universales que pueden configurarse para realizar cualquier operación compu-table.

 

—No —dice Chattan, con una amable y triste sonrisa.

 

Waterhouse deja escapar un suspiro prolongado.

 

—Ah.

 

—Quizás el a?o que viene, o el siguiente.

 

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