El Código Enigma

Los cables llaman la atención de Waterhouse: cuidadosamente fijados en paralelo a las paredes de piedra. Son como las trepadoras de una hiedra plutónica que se extiende por la oscuridad del metro cuando el personal de mantenimiento no presta atención, buscando un lugar por el que avanzar y llegar a la luz.

 

Cuando caminas por las calles, en el mundo superior, ves los primeros zarcillos abriéndose camino por las antiguas paredes de los edificios. Parras cubiertas de neopreno que crecen en línea recta subiendo por la piedra para infiltrarse por agujeros en las ventanas, centrándose especialmente en las oficinas. A veces están cubiertas de tubos de metal. En ocasiones sus propietarios las han pintado. Pero todos comparten unas raíces comunes que florecen en las grietas y canales no usados del metro, convergiendo en grandes estaciones de conmutación situadas en profundas bóvedas a prueba de bombas.

 

El tren invade una catedral de lúgubre luz amarilla y se detiene con un gemido, acaparando el espacio. Chillones iconos de la paranoia nacional brillan en los nichos y grutas. Una mujer angelical con la barbilla levantada sostiene un extremo del continuo moral. En el extremo opuesto tenemos una súcubo vestida con una falda ce?ida, tendida sobre un sofá en medio de una fiesta, sonriendo afectadamente con sus pesta?as postizas mientras mira de reojo al joven e ingenuo soldado que charla a su espalda.

 

Los carteles identifican el lugar como Euston en una elegante tipografía sans-serif que destila credibilidad oficial. Waterhouse y casi todos los demás bajan del tren.

 

Después de quince minutos más o menos de dar tumbos por la estación pidiendo ayuda y extra?ándose ante los horarios, Waterhouse se encuentra a bordo de un tren interurbano en dirección a Birmingham. Por el camino, le han prometido, se detendrán en un lugar llamado Bletchley.

 

Parte del motivo de la confusión es que hay otro tren a punto de partir en el andén adyacente, que va directo a Bletchley, su destino final, sin paradas intermedias. Parece que todos los ocupantes de ese tren son mujeres con uniformes cuasi militares.

 

Los hombres de la RAF, con los subfusiles Sten, vigilando cada puerta del tren, comprobando papeles y pases, no le dejan subir a bordo. Waterhouse mira por las ventanas a las muchachas Bletchley del tren, unas frente a otras en grupos de cuatro y cinco, sacando la costura de la bolsa, convirtiendo bolas de lana escocesa en pasamonta?as y manoplas para los tripulantes de los convoyes del Atlántico Norte, escribiendo cartas a sus hermanos en servicio y a sus mamas y papas en casa. Los pistoleros de la RAF se quedan junto a las puertas hasta que todas están dentro y el tren ha comenzado a salir de la estación. A medida que gana velocidad, las filas y filas de chicas, tejiendo, escribiendo y charlando, se fusionan en algo que muy probablemente se parece a lo que soldados y marineros de todo el mundo ven en sus sue?os. Waterhouse no será nunca uno de esos soldados, en el frente, en contacto directo con el enemigo. Ha probado la manzana del conocimiento prohibido. Tiene prohibido ir a cualquier parte del mundo donde el enemigo pueda capturarle.

 

El tren sale de la noche por un cauce de ladrillos, en dirección a las afueras del norte de la ciudad. Son como las tres de la tarde; ese tren especial BP debía estar llevando a las chicas del cambio de turno.

 

Waterhouse tiene la sensación de que no va a trabajar en nada que se parezca, ni remotamente, a turnos regulares. Su mochila —que le prepararon— está pre?ada de posibilidades: gruesos jerséis de lana, uniformes de ligereza tropical del Ejército de Tierra y la Marina, pasamonta?as negros, condones.

 

El tren se libera lentamente de la ciudad y penetra en un territorio parcheado de peque?as ciudades residenciales. Waterhouse se siente pesado, y sospecha que hay una ligera tendencia colina arriba. Pasan a través de una hendidura que han abierto en una sierra, como una muesca en la parte superior de un tronco, y entran en un encantador territorio de campos verde esmeralda sutilmente hinchados, salpicados caóticamente por peque?as cápsulas blancas que toma por ovejas.

 

Evidentemente, es probable que la distribución no sea en absoluto caótica… es probable que refleje las variaciones locales de la química del suelo que produce la hierba que las ovejas encuentran más o menos deseable. Por medio de un reconocimiento aéreo, los alemanes podrían dibujar un mapa de la química del suelo de Inglaterra basándose simplemente en la distribución de las ovejas.

 

Los campos están rodeados por viejas cercas, muros de piedra, o, especialmente en las tierras altas, largas franjas de bosque. Al cabo de más o menos una hora, el bosque aparece por la izquierda del tren, cubriendo un terraplén que se eleva suavemente desde el apartadero. Los frenos del tren resuenan gaseosos y el tren se detiene quejumbroso en la estación. Pero la línea se ha dividido y ramificado bastante, más de lo que daría a entender el tama?o de la estación. Waterhouse se pone en pie, se cuadra, se agacha en una pose de luchador de sumo, y se enfrenta a Petate. Petate parece ser el ganador cuando aparentemente empuja a Waterhouse fuera del tren y hacia la plataforma.

 

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