—Centésimo vigésimo quinta —le corrigió Randy—, las acciones de FiliTel han subido últimamente.
Randy pasa todo el día siguiente intentado no cruzarse con el Dentista. Se hospeda en una peque?a posada privada en lo alto de la isla, tomando todas las ma?anas un desayuno continental con un grupo variopinto de veteranos de guerra americanos y nipones que han venido con sus esposas para (supone Randy) enfrentarse con cuestiones emocionales un millón de veces más profundas que cualquiera con las que haya tenido que tratar Randy. El Rui Faíeiro es de lo más evidente, y Randy se hace una idea de si el Dentista está a bordo observando los movimientos del helicóptero y la lancha rápida.
Cuando cree que es seguro, baja a la playa bajo la antena de microondas y ve trabajar a los submarinistas de Amy en la instalación de cable. Algunos trabajan en la zona de olas, atornillando piezas de hierro alrededor del cable. Otros trabajan varios kilómetros mar adentro, en coordinación con una gabarra que inyecta el cable directamente sobre el fondo marino con un gigantesco apéndice en forma de cuchilla.
El extremo del cable en la orilla penetra en un nuevo edificio reforzado con cemento situado a un centenar de metros del nivel más alto de la marea. Es básicamente una enorme habitación llena de baterías, generadores, unidades de aire acondicionado y conjuntos de equipos electrónicos. El software que corre en ese equipo es responsabilidad de Randy, por lo que pasa la mayor parte del tiempo en el edificio, mirando una pantalla de ordenador y tecleando. Desde allí, las líneas de transmisión van colina arriba hasta la torre de microondas.
El otro extremo lo están llevando hasta una boya que se agita en el mar de China Meridional, a unos kilómetros de distancia. Unido a esa boya está el extremo del festón costero del norte de Luzón, un cable, propiedad de FiliTel, que llega hasta la costa de la isla, donde llega un enorme cable de Taiwán. Taiwán, a su vez, está fuertemente conectado a la red submarina mundial; es fácil y barato mover datos dentro y fuera de Taiwán.
Sólo hay un hueco en la cadena privada de transmisión que Epiphyte y FiliTel están intentando establecer desde Taiwán al centro de Manila, y ese hueco es más peque?o cada día, a medida que la gabarra de cable se acerca a la boya.
Cuando finalmente llega allí, el Rui Faíeiro leva el ancla y se desliza a su encuentro. El helicóptero y la lancha rápida, así como la flotilla de barcos de alquiler, se ponen en acción para llevar dignatarios y periodistas desde Manila. Avi se presenta con dos esmóquines nuevos de un sastre de Shanghai (?Todos esos famosos sastres de Hong Kong eran refugiados de Shanghai?). El y Randy rompen el papel, se los ponen y luego descienden la colina en un jeepney con aire acondicionado hasta el muelle, donde les espera el Glory,
Dos horas más tarde, Randy puede ver al Dentista y a la Diva por primera vez… en el gran salón de baile del Rui Faleiro. Para Randy esa fiesta es como cualquier otra: da la mano a algunas personas, olvida sus nombres, encuentra un sitio para sentarse y disfruta del vino y de la comida en dichosa soledad.
El aspecto especial de esa fiesta son esos dos cables cubiertos de alquitrán, cada uno del espesor de un bate de béisbol, que llegan hasta el alcázar. Si te diriges a la baranda y miras abajo puedes ver como desaparecen en el agua salada. Los extremos de los cables se encuentran sobre una mesa en medio de la cubierta, a la que hay sentado un técnico, que han traído volando desde Hong Kong y al que le han puesto un esmoquin, intentando unirlos con sus herramientas. También intenta superar una tremenda resaca, pero a Randy no le importa ya que sabe que todo es una farsa; los cables no son más que trozos sueltos y que los extremos se hunden en el agua junto al yate. La verdadera unión se realizó ayer y ya se encuentra en el fondo del océano transmitiendo bits.
Hay otro hombre en el alcázar, la mayor parte del tiempo contemplando Batan y Corregidor pero también vigilando a Randy. En cuando Randy se da cuenta, el hombre asiente, como si marcase algo en una lista de su cabeza, se pone en pie, camina y se acerca a él. Viste un uniforme muy ornamentado, el equivalente de una corbata para la Marina de los Estados Unidos. Está casi calvo, y el poco pelo que le queda es de un gris acorazado; está trasquilado hasta una longitud de cinco milímetros. Al acercarse a Randy, varios filipinos le observan con evidente curiosidad.
—Randy —dice. Al darle la mano resuenan las medallas. Parece tener unos cincuenta a?os, pero tiene la piel de un beduino de ochenta a?os. Tiene un montón de cintas en el pecho, y muchas son rojas y amarillas, que son colores que Randy vagamente asocia con Vietnam. Sobre el bolsillo lleva una plaquita que dice SHAFTOE—. No se deje enga?ar, Randy —dice Douglas MacArthur Shaftoe—, no estoy en el servicio activo. Me retiré hace eones. Pero todavía tengo derecho a llevar el uniforme. Y es mucho más fácil que intentar encontrar un esmoquin que me siente bien.
—Encantado de conocerle.
—El placer es mío. Por cierto, ?dónde ha conseguido el suyo?
—?Mi esmoquin?
—Sí.
—Mi compa?ero hizo que lo confeccionasen.
—?Su compa?ero de negocios o su compa?ero sexual?
—Mi socio de negocios. En este momento no tengo compa?era sexual.
Doug Shaftoe asiente impasible.
—Es extra?o que no la haya obtenido en Manila. Como, por ejemplo, hizo nuestro anfitrión.
Randy mira el salón de baile donde se encuentra Victoria Vigo, quien, si fuese aún más radiante, haría que la pintura se cayese de las paredes y que el vidrio se curvase como caramelo.
—Supongo que soy tímido o algo así —dice Randy.
—?Es demasiado tímido para prestar atención a una propuesta de negocios?
—En absoluto.
—Mi hija afirma que usted y nuestro anfitrión podrían tender más cables por aquí en los próximos a?os.