El olor a carbón es más fuerte de lo habitual, y se oye mucho ruido proveniente de algún lugar cercano. Waterhouse mira y descubre grandes obras industriales en los múltiples apartaderos. Se pone en pie y observa durante un par de minutos, mientras el tren se aleja en dirección al norte, y comprueba que en la estación de Bletchley se están encargando de reparar locomotoras de vapor. A Waterhouse le gustan los trenes.
Pero no ha sido por eso por lo que le han dado varios trajes gratis y un billete a Bletchley, por lo que, una vez más, Waterhouse se enfrenta a Petate y sube las escaleras del puente cerrado que vuela sobre las líneas paralelas. Mirando hacia la estación, ve más chicas de Bletchley (miembros de la Fuerza Aérea Auxiliar de Mujeres, WAAF, y Sección Femenina de la Marina Británica, WREN) viniendo en su dirección; el turno de día, que ha terminado su trabajo, que consiste en procesar letras y dígitos claramente caóticos a escala industrial. Como no quiere tener aspecto ridículo, consigue al fin cargarse a Petate a la espalda, pasa los brazos por las cintas y permite que el peso le impulse por el puente.
Las WAAF y WREN sólo están moderadamente interesadas en ver a un oficial americano recién llegado. O quizá simplemente se muestran tímidas. En cualquier caso, Waterhouse sabe que es uno de los pocos, pero no el primero. Petate lo arrastra por la estación como un policía gordo cargando a un borracho esposado por el vestíbulo de un hotel de dos estrellas. Waterhouse se ve eyectado a una franja de territorio abierto junto a la carretera norte-sur. Justo frente a él se eleva el bosque. Cualquier fantasía de que podría tratarse de un bosque acogedor se disuelve con rapidez con la densa lluvia de luz gélida que brilla en el extremo del bosque a medida que el sol se pone y que indica que aquel lugar está repleto de metal afilado. En el bosque hay un orificio, que escupe WAAF y WREN como el estrecho orificio de salida de un enorme nido de avispas.
Waterhouse sólo tiene la opción de avanzar o dejarse caer de espaldas por el peso de Petate y quedarse agitando los miembros indefensos como un escarabajo patas a arriba, por lo que se tambalea hacia delante, atraviesa la calle y llega al sendero que penetra en el bosque. Queda rodeado por las chicas Bletchley. Celebran el final del turno poniéndose maquillaje. El carmín bélico es forzosamente un remiendo fabricado con los restos de cartílagos una vez que el material bueno se ha utilizado para recubrir los ejes de las hélices. Es necesario un aroma florido y empalagoso para ocultar sus atroces orígenes minerales y animales.
Es el olor de la Guerra.
Waterhouse todavía no ha visitado todo BP, pero conoce lo esencial. Sabe que esas chicas recatadas, tecleando obedientemente hojas y hojas de galimatías en sus máquinas, turno tras turno, día tras día, han matado a más hombres que Napoleón.
Avanza lenta y penosamente enfrentándose a la oleada del turno de día que está saliendo. Llegado un momento se rinde sin más, se hace a un lado, empuja con el cuerpo a Petate hacia la hiedra, enciende un cigarrillo y espera a que pase una ráfaga de un centenar de chicas. Algo le golpea en el tobillo: una vara de frambuesas, llena de espinas. Sobre ella hay una tela de ara?a extraordinariamente diminuta y precisa cuyas hebras geodésicas relucen bajo un rayo de luz del atardecer. La ara?a situada en el centro es del tipo británico imperturbable, perfectamente tranquila frente a las torpes payasadas yanquis de Waterhouse.
Waterhouse alarga la mano y coge una hoja casta?o dorada de olmo que cae del aire frente a él. Se agacha, se mete el cigarrillo en la boca y, empleando ambas manos para estabilizarse, pasa el borde dentado de la hoja por uno de los filamentos radiales de la red, que, ya lo sabe, no tendrá ninguna sustancia pegajosa. Como un arco de violín sobre la cuerda, la hoja produce una vibración razonablemente regular en la red. La ara?a se gira para encararse a ella, rotando instantáneamente, como un personaje en una película mal montada. Waterhouse se sobresalta tanto por la velocidad del movimiento que retrocede un poco, luego vuelve a pasar la hoja por la red. La ara?a se tensa, atenta a la vibración.
Pasados unos segundos, vuelve a su posición original y sigue con sus asuntos, ignorando por completo a Waterhouse.
Las ara?as saben por la vibración qué tipo de insecto han atrapado, y se dirigen hacia él. Hay un motivo para la disposición radial de la web, y para que la ara?a se sitúe justamente en la convergencia de los radios. Los hilos son extensiones de su sistema nervioso. La información se propaga por la tela hasta la ara?a, donde es procesada por una máquina de Turing interna. Waterhouse ha probado con muchos trucos diferentes, pero nunca ha sido capaz de enga?ar a una ara?a. ?No es buena se?al!
La hora punta parece haber finalizado durante el experimento científico de Waterhouse. Se enfrenta a Petate una vez más. La lucha les lleva otros cien metros, hasta el punto en que el camino se abre a una carretera cerrada por una cancela de hierro colgada entre dos estúpidos obeliscos de ladrillo rojo. Los guardias son, una vez más, hombres de la RAF con subfusiles Sten, y ahora mismo examinan los papeles de un hombre con abrigo de lona y gafas protectoras, que ha llegado en una motocicleta verde del ejército con alforjas sobre la rueda trasera.
Las alforjas no están muy llenas, pero han sido selladas cuidadosamente; contienen la munición que las chicas meten entre los dientes casta?eteantes de sus hambrientas armas.
Con un gesto le indican al motociclista que entre, y éste gira inmediatamente a la izquierda por un camino estrecho. La atención se dirige hacia Lawrence Pritchard Waterhouse, quien, después de un adecuado intercambio de saludos, presenta sus credenciales.