El Código Enigma

Amy se muerde el labio y mira el horizonte.

 

—El noventa por ciento de las veces su presencia es se?al de que está sucediendo algo muy siniestro. —Abre la escotilla del puente y la sostiene para Randy, se?alando un escalón alto.

 

—?Y el diez por ciento restante?

 

—Está aburrido, o por ahí con su novia.

 

El piloto del Glory está intensamente concentrado y les ignora, lo que Randy considera se?al de profesionalidad. El puente tiene muchas mesas fabricadas con puertas o contrachapado grueso, y todo el espacio disponible está cubierto con equipos electrónicos: un fax, una máquina más peque?a que vomita boletines meteorológicos, tres ordenadores, un teléfono por satélite, unos cuantos teléfonos GSM metidos en sus cargadores, aparatos de exploración del fondo. Amy lo guía hasta una máquina de gran pantalla que muestra lo que parece una fotografía en blanco y negro de un terreno accidentado.

 

—Sidescan sonar —le explica—, una de las mejores herramientas para este tipo de trabajo. Nos muestra lo que hay en el fondo. —Comprueba las pantallas de los ordenadores para obtener sus coordenadas actuales y realiza unos cálculos rápidos en la cabeza—. Ernesto, cambia el rumbo cinco grados a estribor, por favor.

 

—Sí, se?or —dice Ernesto, y hace que suceda.

 

—?Qué está buscando?

 

—Es gratis… como los cigarrillos en el hotel —le explica Amy—. Simplemente un extra por hacer negocios con nosotros. En ocasiones nos gusta hacer de guías. ?Ve? Mire eso. —Usa el me?ique para se?alar algo que comienza a aparecer en la pantalla. Randy se inclina y lo mira con atención. Claramente es de fabricación humana: un conjunto de líneas rectas y ángulos rectos.

 

—Parece un montón de desechos —dice.

 

—Ahora lo es —dice Amy—, pero solía ser una buena parte del tesoro filipino.

 

—?Qué?

 

—Durante la guerra —dice Amy—, después de Pearl Harbor, pero antes de que los japoneses ocupasen Manila, el gobierno se deshizo del tesoro. Metieron todo el oro y la plata en cajones y los enviaron a Corregidor para protegerlo… supuestamente.

 

—?Qué quiere decir con supuestamente?

 

Ella se encoge de hombros.

 

—Estamos en Filipinas —dice—. Tengo la sensación de que buena parte acabó en otro sitio. Pero gran parte de la plata acabó allí. —Se pone recta y mueve la cabeza en dirección a Corregidor—. En aquella época pensábamos que Corregidor era inexpugnable.

 

—?Cuándo fue eso, más o menos?

 

—Diciembre de 1941 o enero de 1942. En todo caso, quedó claro que Corregidor caería. Llegó un submarino y se llevó el oro a principios de febrero. Luego vino otro submarino y se llevó a los hombres cuya captura no podía permitirse, como los rompecódigos. Pero no tenían submarinos suficientes para llevarse toda la plata. MacArthur se fue en marzo. Empezaron a sacar la plata, en cajones, en medio de la noche, y la arrojaban al mar.

 

—?Está de co?a!

 

—Siempre podían regresar e intentar recuperarla —dice Amy—. Pero lo perderían todo si dejaban que los japoneses se apoderasen de ella, ?no?

 

—Supongo.

 

—Los japoneses recuperaron mucha plata; capturaron en Batan y Corregidor a un grupo de submarinistas americanos, y les obligaron a bajar, justo por debajo de donde nos encontramos ahora, para recogerla. Pero muchos de esos mismos submarinistas se las arreglaron para ocultar mucha plata y hacérsela llegar a filipinos, quienes la transportaron de contrabando a Manila, donde se volvió tan común que desvalorizó la moneda de ocupación japonesa.

 

—?Qué vemos ahora mismo?

 

—Los restos de viejos cajones que se abrieron al dar con el fondo marino —dice Amy.

 

—?Quedó algo de plata al final de la guerra?

 

—Oh, claro —responde Amy despreocupadamente—. La mayoría fue arrojada aquí, y los submarinistas la recuperaron, pero parte fue arrojada en otras zonas. Mi papá recuperó parte ya en los a?os setenta.

 

—Guau. ?Eso no tiene sentido!

 

—?Por qué no?

 

—No puedo creer que montones de plata permaneciesen en el fondo del océano durante treinta a?os para que cualquiera los recogiese.

 

—No conoce demasiado bien a los filipinos —dice Amy.

 

—Sé que es un país pobre. ?Por qué no vino nadie a recoger la plata?

 

—La mayor parte de los cazadores de tesoros de esta parte del mundo van tras premios mayores —dice Amy—, o más fáciles.

 

Randy está perplejo.

 

—Un montón de plata en el fondo de la bahía me suena a grande y fácil.

 

—No lo es. La plata no vale tanto. Un jarrón de la dinastía Sung, limpio, puede superar su peso en oro. Oro. Y es más fácil encontrar el jarrón… sólo hay que examinar el fondo marino buscando algo con forma de junco chino. Un junco hundido produce una imagen característica en el sonar. Mientras que un viejo cajón, roto y cubierto de coral y percebes, tiene el aspecto de una piedra.

 

Al acercarse a Corregidor, Randy aprecia que la cola de la isla está llena de bultos, con grandes montones de roca sobresaliendo aquí y allá. El color de la tierra se difumina gradualmente del verde profundo de la selva al verde pálido y luego a un marrón rojizo chamuscado a medida que la cola se extiende desde el centro grueso de la isla hasta el final, y la tierra se vuelve más seca. La mirada de Randy está fija en uno de esos pe?ascos rocosos, que está coronado por una torre de acero nueva. En lo alto de la torre se encuentra un cuerno de microondas apuntando al este, hacia el edificio de Epiphyte en Intramuros.

 

—?Ve esas cuevas a nivel del agua? —dice Amy. Parece lamentar haber mencionado los tesoros, y ahora quiere cambiar de tema.

 

Randy se obliga a dejar de admirar la antena de microondas, de la que es due?o en parte, y mira en la dirección que le indica Amy. El flanco de piedra caliza de la isla, que cae en vertical en los últimos metros hacia el agua, está lleno de agujeros.

 

—Sí.

 

—Fueron construidas por los americanos para contener ca?ones de defensa, y ampliadas por los japoneses como lugares para el lanzamiento de botes suicidas.

 

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