El Código Enigma

—Guau.

 

Randy nota un sonido profundo a gárgaras, y vuelve la mirada para ver un bote que se ha puesto a su lado. Tiene forma de canoa de quizás unos doce metros de largo, con largos estabilizadores a cada lado. Un par de banderas andrajosas ondean en lo alto del mástil corto, y la chillona colada flamea con alegría desde las líneas tendidas por aquí y por allá. Un enorme motor diesel descubierto se encuentra en medio del casco, llenando la atmósfera de un humo negro. Frente a él, varios filipinos, incluyendo a mujeres y ni?os, están reunidos bajo la sombra de una lona azul brillante, comiendo. A popa, un par de hombres manejan equipos de submarinismo. Uno de ellos sostiene algo a la altura de la boca: un micrófono. Una voz ladra desde la radio del Glory, en tagalo. Ernesto contiene la risa, coge el micrófono y contesta brevemente. Randy no sabe lo que dicen, pero sospecha que es algo como ?hagamos el payaso más tarde, nuestro cliente está ahora mismo en el puente?.

 

—Asociados mercantiles —le explica Amy con sequedad. Su lenguaje corporal dice que desea alejarse de Randy y volver al trabajo.

 

—Gracias por el tour —dice Randy—. Una pregunta.

 

Amy arquea las cejas, intentando parecer paciente.

 

—?Qué parte de los ingresos de Semper Marine provienen de la búsqueda de tesoros?

 

—?Este mes? ?Este a?o? ?En los últimos diez a?os? ?Durante toda la vida de la empresa? —dice Amy.

 

—Lo que sea.

 

—Ese tipo de ingresos es esporádico —dice Amy—. El Glory quedó pagado, e incluso algo más, por la cerámica recuperada de un junco. Pero hay a?os en que todos nuestros ingresos provienen de trabajos como éste.

 

—En otras palabras, ?trabajos aburridos de mierda?—dice Randy. Lo suelta sin más. Normalmente controla la lengua un poco mejor. Pero afeitarse la barba ha distorsionado los límites de su yo, o algo así.

 

Espera que ella se ría o al menos gui?e un ojo, pero se lo toma con seriedad. Tiene una cara de póquer bastante buena.

 

—Considérelo como fabricar matrículas —dice.

 

—Por tanto, básicamente son un grupo de buscadores de tesoros —dice Randy—. Simplemente fabrican matrículas para estabilizar el flujo de capital.

 

—Llámenos buscadores de tesoros si quiere —dice Amy—. ?Por qué hace usted negocios, Randy?—Se da la vuelta y sale de allí.

 

Randy sigue mirando su partida cuando oye a Ernesto jurar por lo bajo, no tanto enfadado como sorprendido. El Glory está ahora bordeando la punta de la cola de Corregidor y todo el lado sur de la isla se está haciendo visible por primera vez. El último kilómetro de la cola, más o menos, se curva para formar una bahía semicircular. Anclado en el centro de esa bahía hay un barco blanco que Randy identifica, en principio, como un peque?o trasatlántico de líneas desenfadadas y pícaras. Luego ve el nombre pintado en la popa: RUI FALEIRO — SANTA MONICA, CALIFORNIA.

 

Randy se acerca a Ernesto y los dos contemplan la nave blanca durante un rato. Randy ha oído hablar de ella, y Ernesto, como todo el mundo en Filipinas, la conoce. Pero verla es algo completamente diferente. Hay un helicóptero posado sobre la cubierta de popa como si se tratase de un juguete. Un bote en forma de daga cuelga de un pescante, listo para ser usado como bote de vela. Un hombre de piel morena vestido con un reluciente uniforme blanco está dando brillo a una baranda de metal.

 

—Rui Faleiro era el cosmógrafo de Magallanes —dice Randy.

 

—?Cosmógrafo?

 

—El cerebro de la operación —dice Randy dándose un golpecito con el dedo en la cabeza.

 

—?Vino aquí con Magallanes'?

 

En casi todo el mundo, Magallanes se considera el primer tío que dio la vuelta al mundo. Aquí, todo el mundo sabe que no pasó de la isla de Mactán, donde los filipinos lo mataron.

 

—Cuando Magallanes partió en el barco, Faleiro se quedó en Sevilla —dice Randy—. Se volvió loco.

 

—Sabes mucho sobre Magallanes, ?eh? —dice Ernesto.

 

—No —dice Randy—, sé mucho sobre el Dentista.

 

—No hables con el Dentista. Nunca. Sobre nada. Ni siquiera asuntos técnicos. Cualquier pregunta técnica que te haga no es más que un cebo para alguna táctica empresarial que está tan lejos de tu comprensión como la demostración del teorema de Gódel para el Pato Lucas —le dijo espontáneamente Avi una noche, mientras cenaban en un restaurante del centro de Makati. Avi se niega a discutir ningún asunto importante a menos de un kilómetro del Hotel Manila porque piensa que cada una de las habitaciones, y cada una de las mesas, está siendo vigilada.

 

—Gracias por el voto de confianza —respondió Randy.

 

—Eh —dijo Avi—. Sólo intento defender mi territorio… justificar mi existencia en este proyecto. Yo me encargaré de los asuntos de negocios.

 

—?No estás siendo un poco paranoico?

 

—Escucha. El Dentista posee al menos mil millones de dólares, y controla otros diez mil millones. La mitad de los putos odontólogos del sur de California se retiraron a los cuarenta porque él decuplicó sus fondos de pensiones en dos o tres a?os. No consigues esos resultados siendo un buen tipo.

 

—A lo mejor sólo tuvo suerte.

 

—Tuvo suerte. Pero eso no significa que sea un buen tío. Lo que quiero decir es que metió ese dinero en inversiones extremadamente arriesgadas. Jugó a la ruleta rusa con los ahorros de toda la vida de sus inversores, mientras mantenía en secreto lo que hacía. Vamos, que ese tipo invertiría en una mafia de secuestros de Mindanao si le ofreciesen una buena tasa de ganancias.

 

—Me pregunto si él mismo comprende que tuvo suerte.

 

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