—Puede reembolsarme con información —dice ella sin vacilar. Amy levanta una mano para frotarse la nuca. Su codo se alza en el aire. Randy puede ver el vello de su axila, como de un mes de largo, y luego percibe el borde de un tatuaje que sobresale bajo la camiseta—. Usted está en el negocio de la información, ?no? —Lo mira a la cara, esperando que él ría, o al menos sonría. Pero Randy está demasiado preocupado para pillar la broma. Amy aparta la vista, ahora con un gesto sardónico y astuto en la cara: ?No me comprendes, Randy, lo que es totalmente típico y me parece bien.? A Randy le recuerda a las lesbianas sensatas y trabajadoras que ha conocido, bolleras urbanas que tienen gatos y practican esquí nórdico.
Ella le conduce hasta un camarote con aire acondicionado, un montón de ventanas y una cafetera. El pandado es imitación de madera como un sótano suburbano, y exhibe documentos enmarcados en las paredes: documentos oficiales como licencias y registros, y grandes fotografías en blanco y negro de personas y barcos. Huele a café, jabón y grasa. Hay un equipo sostenido por cuerdas y una caja de zapatos con un par de docenas de compactos, en su mayoría álbumes de cantautoras americanas del tipo poco convencional, incomprendidas, extremadamente inteligentes pero intensamente emocionales, que se hacen ricas vendiendo música a consumidores que comprenden lo que es ser un incomprendido [5]. Amy sirve dos tazas de café y las coloca sobre la mesa, atornillada, del camarote. A continuación, mete la mano en los ajustados bolsillos de los vaqueros, saca una cartera de nylon a prueba de agua, extrae dos tarjetas de visita y las arroja al otro lado de la mesa, una tras otra, en dirección a Randy. Amy parece disfrutar; una sonrisita privada aparece en sus labios y se desvanece justo cuando Randy la ve. Las tarjetas muestran el logotipo de Semper Marine Services y el nombre America Shaftoe.
—?Se llama America? —pregunta Randy.
Amy mira por la ventana, aburrida, temiendo que él vaya a emocionarse con eso.
—Sí —dice.
—?Dónde creció?
Ella parece estar fascinada por lo que se ve tras el cristal: grandes buques de carga por toda la bahía de Manila hasta el mismo horizonte, buques que llegan de Atenas, Shanghai, Vladivostok, Ciudad del Cabo, Monrovia. Randy infiere que contemplar grandes barcos oxidados es más interesante que hablar con él.
—Bien, ?le importaría decirme de qué va todo esto? —pregunta Amy. Se vuelve, se lleva la taza a los labios y le mira directamente a los ojos.
Randy se encuentra algo perplejo. Viniendo de America Shaftoe la pregunta es básicamente impertinente. Su compa?ía, Semper Marine Services, es un contratista del nivel más bajo en la corporación virtual de Avi —sólo una de la docena de empresas de botes y submarinistas que podrían haber contratado—, así que es como si el taxista o el portero te estuviesen interrogando.
Pero ella es lista y extra?a, y precisamente porque se esfuerza en no serlo, es encantadora.
Como una mujer interesante y compatriota americana, está exigiendo su contrapartida, exigiendo que se le reconozca un status superior. Randy intenta ir con cuidado.
—?Hay algo que le preocupe? —pregunta él.
Amy aparta la vista. Teme haberle causado una impresión equivocada.
—Nada en particular —dice—. Simplemente soy curiosa. Me gusta oír historias. Los submarinistas siempre están reuniéndose para contar historias.
Randy bebe café. America sigue hablando:
—En este negocio, nunca sabes de dónde va a salir el próximo encargo. Algunas personas tienen motivos increíblemente extra?os para hacer cosas bajo el agua, que a mí me gusta escuchar —termina—. ?Es divertido! —Que claramente es el único motivo que le hace falta.
Randy considera todo lo anterior un montón de chorradas razonablemente profesional. Decide contarle sólo lo que se ha dicho a la prensa.
—Todos los filipinos están en Manila. Ahí es a donde debe ir la información. Resulta bastante incómodo llevar información hasta Manila, porque al fondo tiene monta?as y por delante la bahía de Manila. La bahía es un lugar infernal para colocar cables submarinos.
Ella asiente. Evidentemente, ya lo sabía. Randy acelera.
—Corregidor es un lugar bastante bueno. Desde Corregidor puedes lanzar un rayo de microondas con la línea de visión libre hasta el centro de Manila.
—Así que ustedes van a extender el festón costero del norte de Lu-zón desde la bahía de Subic hasta Corregidor —dice ella.
—Eh… dos cosas sobre lo que acaba de decir —dice Randy, y se detiene un momento para situar la respuesta en el buffer de salida—. Una, tiene que ser cuidadosa con los pronombres… ?a qué se refiere con ?ustedes?? Yo trabajo para Epiphyte Corporation, que desde su base está dise?ada para actuar no por sí sola, sino como un elemento en una corporación virtual, como una especie…
—Sé qué es una epífita —dice ella—. t,El número dos?
—Vale, bien —dice Randy, algo desconcertado—. Lo segundo es que la extensión del festón del norte de Luzón será la primera de lo que esperamos sean muchas conexiones. Con el tiempo queremos tender un montón de cables hasta Corregidor.
Alguna maquinaria en la cabeza de Amy se pone en marcha. El mensaje está muy claro. Habrá trabajo más que suficiente para Semper Marine, si desarrollan bien el primer encargo.
—En este caso, la entidad que se encargará del trabajo es una corporación conjunta que nos incluye a nosotros, FiliTel, 24 Jam y una gran compa?ía de electrónica nipona, entre otras.
—?Qué tiene que ver 24 Jam con todo esto? Son una cadena de tiendas.
—Son el punto de venta, el sistema de distribución, para el producto de Epiphyte.
—?Que sería…?
—Pinoy-gramas. —Randy consigue evitar el impulso de decirle que el nombre está registrado.
—?Pinoy-gramas?
—Funciona así. Usted es una Trabajadora Contratada en el Extranjero. Antes de partir hacia Arabia Saudita, Singapur, Seattle o a donde sea, nos compra o alquila un peque?o dispositivo. Tiene más o menos el tama?o de un libro de bolsillo y contiene una peque?a cámara de vídeo, una pantalla diminuta y muchos chips de memoria. Los componentes vienen de todas partes: se envían al puerto franco de Subic y se ensamblan en una planta nipona. Así que cuestan casi nada. En cualquier caso, te llevas el dispositivo contigo al extranjero. Cuando te entran ganas de comunicarte con tus familiares, lo enciendes, apuntas la cámara hacia ti y grabas un peque?o saludo en vídeo. Todo va a los chips de memoria. Se comprime mucho. Luego conectas el dispositivo a la línea telefónica y dejas que haga su magia.