Randy olisquea el aire y huele, entre otras cosas, a plástico quemado. Hace un gesto corriente abajo.
—Campamentos de ocupas al otro lado del Fuerte Santiago —explica—. Toman el plástico del río y lo queman como combustible.
—Hace un par de semanas estuve en México —dice Avi—. ?Tienen bosques de plástico!
—?Qué significa eso?
—Fuera de la ciudad, en dirección al viento, los árboles cogen del aire las bolsas de plástico y quedan totalmente cubiertos. Se mueren porque la luz y el aire no pueden llegar a las hojas. Pero siguen en pie, totalmente envueltos en bolsas de plástico, de diferentes colores, rotas, que se agitan.
Randy se quita la chaqueta, se sube las mangas; Avi no parece percibir el calor.
—Así que eso es el Fuerte Santiago —dice Avi, empezando a caminar en esa dirección.
—?Has oído hablar de él? —pregunta Randy, siguiéndole mientras lanza un suspiro. El aire está tan caliente que cuando sale de los pulmones se ha enfriado varios grados.
—Se lo menciona en el vídeo —dice Avi mientras levanta una cinta de vídeo y la agita.
—Oh, sí.
No tardan en encontrarse frente a la entrada del fuerte, que está flanqueada por las esculturas de un par de guardias realizadas con la espumosa roca volcánica: espa?oles blandiendo alabardas con pantalones anchos y cascos de conquistadores. Llevan allí de pie casi medio milenio y un centenar de miles de tormentas tropicales han caído sobre sus cuerpos suavizándolos.
Avi se encuentra en un horizonte temporal mucho más corto: sólo tiene ojos para los agujeros de bala que han desfigurado los rostros de los soldados más que el agua y el tiempo. Les pone la mano encima, como un Tomás escéptico. Luego se echa atrás y empieza a farfullar en hebreo. Dos turistas alemanes, con colas de caballo y sandalias rústicas, cruzan la puerta.
—Nos quedan cinco minutos —dice Randy.
—Vale, volveremos más tarde.
Charlene no estaba del todo equivocada. La sangre sale de peque?os, invisibles e indoloros cortes en la cara de Randy, y sigue así durante diez o quince minutos después de que se haya afeitado. Momentos antes, esa sangre se veía acelerada por los ventrículos, o fluía por las partes de su cerebro que lo convierten en un ente consciente. Ahora, esa misma materia está expuesta al aire; puede alzar la mano y limpiársela. La separación entre Randy y el ambiente ha sido aniquilada.
Coge un tubo de una potente crema solar resistente al agua y se cubre la cara, cuello y la peque?a zona en lo alto de la cabeza donde empieza a perder el pelo. Se pone los pantalones caqui, los náuticos, una camisa de algodón suelta y una ri?onera que contiene el receptor GPS y un par de otros elementos esenciales como un poco de papel higiénico y una cámara desechable. Deja la llave en recepción, y los empleados reaccionan con sorpresa y le sonríen. Los botones parecen especialmente encantados por su cambio. O quizá sea que por primera vez lleva zapatos de piel: náuticos, que siempre ha considerado como elemento distintivo del pijo total, pero que hoy son un elemento más que razonable de su vestuario. Los botones se preparan para abrirle la puerta principal, pero Randy cruza el vestíbulo hacia la salida trasera del hotel, esquiva la piscina y atraviesa una hilera de palmeras hasta llegar i una baranda de piedra en la parte alta del rompeolas. Debajo de él se encuentra el muelle del hotel, que sobresale hacia una peque?a cala que i su vez se abre hacia la bahía de Manila.
Su transporte todavía no está, así que se queda en la baranda durante un minuto. Un lado de la cala es accesible desde el Parque Rizal, algunos ocupas filipinos de mal aspecto están ganduleando en los bancos y le miran fijamente. En el rompeolas hay un hombre de mediana:dad, vestido sólo con unos pantalones cortos, mirando con intensidad felina el agua. Un helicóptero negro ejecuta giros lentos y ladéalos sobre un cielo de color blanco azúcar. Es un Huey de la era del "Vietnam, un helicóptero que además produce un silbido reptiliano y feroz al desplazarse en el aire.
Un barco se materializa entre el vapor que se eleva en la bahía. Detiene los motores y se acerca a la cala, provocando una ola frente a él, como una arruga en una alfombra gruesa. Una mujer alta y esbelta va en la proa, como un mascaron vivo, sosteniendo un pesado rollo de cuerda.
Las grandes antenas parabólicas del tejado del edificio de la APT apuntan casi directamente hacia arriba, como bebederos para pájaros, debido a que Manila está muy próxima al ecuador. En las paredes de piedra se está soltando la masilla de los agujeros de balas y metralla rellenados tras la guerra. Los acondicionadores de aire de las ventanas, centrados en los arcos romanos del edificio, gotean agua sobre las balaustradas de piedra caliza que hay debajo, disolviéndolas lentamente. La piedra caliza está ennegrecida por una especie de limo orgánico, y está marcada por las raíces de las minúsculas plantas que han construido su hogar allí; probablemente han crecido a partir de las semillas de la mierda de los pájaros que se reúnen allí para ba?arse y beber, ocupas del reino aéreo.