El Código Enigma

Camina despacio, en parte porque en caso contrario sufriría una insolación y caería muerto en el arroyo. Peor aún, podría caerse por una abertura a un torrente de basura, o rozar los cables eléctricos de los ocupas, que cuelgan sobre su cabeza como áspides pacientes. Los peligros constantes de electrocución total por arriba y de ahogarse en mierda líquida por abajo le obligan a mirar continuamente de arriba abajo además de un lado a otro. Randy nunca se ha sentido más atrapado entre un cielo caprichoso y peligroso y un submundo infernal. El país está tan macerado en religión como la India, pero aquí es catolicismo.

 

En el extremo norte de Intramuros hay un peque?o distrito comercial. Está encajado entre la catedral de Manila y el Fuerte Santiago, que los espa?oles construyeron para controlar la desembocadura del río Pasig. Está claro que es un distrito comercial porque hay servicio telefónico. Como en otras Economías Asiáticas en Rápida Expansión, no es fácil decidir si se trata de un cableado pirata o de una instalación oficial increíblemente mal realizada. Son el ejemplo perfecto de por qué el dise?o incremental es malo. En algunos sitios el conjunto de cables es tan grueso que Randy probablemente no podría abarcarlos con ambos brazos. El peso y la tensión han empezado a tirar de los postes, especialmente en las curvas de las calles, donde los cables dan la vuelta a las esquinas y ejercen una fuerza neta lateral sobre el poste.

 

Todos los edificios han sido construidos de la forma más barata posible: cemento vertido en moldes de madera sobre rejillas formadas por barras de metal atadas a mano. Son mazacotes, grises y por completo indistinguibles unos de otros. Un par de edificios más altos, veinte o treinta pisos, se alzan sobre el distrito desde una intersección cercana, con el viento y los pájaros circulando por entre las ventanas rotas. Fueron gravemente da?ados en un terremoto durante los a?os ochenta y todavía no los han arreglado.

 

Pasa junto a un restaurante con una rechoncha fortaleza de cemento enfrente, con las salidas recubiertas de rejas de acero ennegrecido y las tuberías oxidadas, que sirven de ventilación al generador diesel oculto en su interior, sobresaliendo de la parte superior.

 

En el exterior han pintado un orgulloso NADA DE APAGONES PARCIALES. Detrás hay un edificio de oficinas posterior a la guerra, de cuatro pisos de altura, con un fajo especialmente grueso de cables telefónicos surgiendo de él. La parte baja de la fachada tiene atornillado el logo de un banco. Hay un aparcamiento enfrente. Las dos plazas que quedan frente a la entrada principal están bloqueadas por carteles pintados a mano: RESERVADO PARA VEHíCULO BLINDADO Y RESERVADO PARA EL DIRECTOR DEL BANCO. Un par de guardas están apostados frente a la entrada sujetando los mangos de madera de rifles antidisturbios, armas con aspecto de armatoste y la apariencia caricaturesca de accesorios de figuras de acción. Uno de los guardas se encuentra detrás de una plataforma blindada que ostenta un cartel: POR FAVOR ENTREGUE LAS PISTOLAS/ARMAS AL GUARDA

 

Randy intercambia un saludo con el guarda y entra en el vestíbulo del edificio, donde hace tanto calor como fuera. Rodea el banco e ignora el poco fiable ascensor, atraviesa una puerta de acero que le conduce hasta una escalera estrecha. Hoy está a oscuras. El sistema eléctrico del edificio es un conjunto de remiendos: varios sistemas diferentes que coexisten en el mismo espacio, controlados por paneles diferentes, algunos con generador y otros sin él. Por tanto, los apagones se inician y concluyen en fases. En algún punto de lo alto de la escalera se oye el canto de los pájaros, que compite con las alarmas de coches que se disparan en el exterior.

 

Epiphyte Corp. tiene alquilado el piso más alto del edificio, aunque por el momento él es la única persona que trabaja allí. Gracias a Dios; el aire acondicionado sí ha estado funcionando. El dinero que pagaron por su propio generador ha valido la pena. Desactiva el sistema de alarma, va a la nevera y saca dos botellas de agua de un litro. Su regla de oro, después de caminar, es beber agua hasta que empieza a orinar de nuevo. Sólo después de eso puede pensar en otras actividades.

 

Ha sudado demasiado para sentarse. Debe seguir moviéndose para que el aire frío y seco fluya alrededor de su cuerpo. Se sacude el sudor de la barba mientras realiza una órbita por el suelo, mirando por la ventanas y comprobando las líneas de visión. Se saca una espantosa cartera de nylon del bolsillo y la deja colgar del cinturón para que la piel que había debajo se seque. Contiene su pasaporte, una tarjeta de crédito sin usar, diez billetes de cien dólares nuevos y un disco con la clave de cifrado de 4096 bits.

 

Al norte puede examinar las zonas verdes y murallas del Fuerte Santiago, donde se afana una falange de turistas nipones, preservando su diversión con precisión forense. Al otro lado del río está Quiapo, una zona urbanizada: altos edificios de apartamentos y oficinas con nombres corporativos grabados en los pisos más altos y con antenas de satélite en los tejados.

 

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