El Código Enigma

Randy ha adquirido el hábito de llegar a Intramuros cortando por el Parque Rizal. No es una ruta directa. La ruta directa pasa sobre tierra de nadie, una intersección vasta y peligrosa llena de chozas y ocupas (es peligrosa por los coches, no los ocupas). Si atraviesas el parque, sólo tienes que deshacerte de un montón de putas. Pero a estas alturas Randy es un experto en esa tarea. La putas no pueden concebir la idea de un hombre tan rico como para hospedarse en el Hotel Manila que voluntariamente camine por la ciudad cada día, y lo han dejado por loco. Se ha desplazado a la región de las cosas irracionales que simplemente es preciso aceptar, y en las Filipinas se trata de una región casi infinita.

 

Randy no conseguía comprender por qué todo olía siempre tan mal hasta que se tropezó con un enorme hueco rectangular en la acera y miró para ver el fluir de la masa maloliente de las aguas residuales. Las aceras no son más que las tapas de las alcantarillas. El acceso a las profundidades viene dado por losas de cemento con asas circulares que sobresalen. Los ocupas fabrican arneses de alambre que se introducen en las asas para facilitar el retirarlas y crear así letrinas públicas instantáneas. Frecuentemente las losas llevan grabadas las iniciales, el nombre del equipo o el grafito de los caballeros que las fabricaron, y aunque su competencia y atención a los detalles varía, su esprit de corps está ajustado al nivel más alto.

 

Hay un número limitado de puertas que llevan a Intramuros. Randy debe esquivar un asedio diario de taxis tirados por caballos, algunos de los cuales no tienen nada mejor que hacer que seguirle por la calle durante un cuarto de hora diciéndole:

 

—?Se?or? ?Se?or? ?Taxi? ?Taxi?

 

Uno de ellos en particular es el capitalista más tenaz que Randy haya visto nunca. Cada vez que se coloca junto a Randy, una cuerda de orina surge del vientre de su caballo y choca contra el pavimento, silbando y formando espuma. Diminutos cometas de pis chocan contra los pantalones de Randy. él siempre viste pantalones largos, independientemente de la temperatura.

 

Intramuros es un vecindario extra?amente tranquilo y perezoso. Se debe especialmente a que fue destruido durante la guerra, y todavía no lo han destruido. En su mayoría siguen siendo granjas de malas hierbas, lo que es muy extra?o en medio de una vasta y abarrotada metrópoli.

 

Varios kilómetros hacia el sur, en dirección al aeropuerto, entre hermosas construcciones suburbanas, se encuentra Makati. Sería el lugar lógico para la central de Epiphyte Corp. Tiene un par de gigantescos hoteles de cinco estrellas en cada calle, torres de oficinas de aspecto limpio y genial, y modernos bloques de apartamentos. Pero Avi, haciendo gala de su perverso sentido de la propiedad inmobiliaria, ha decidido rechazar todas esas ventajas a favor de lo que ha descrito por teléfono como textura.

 

—No me gusta comprar o alquilar propiedades cuando los precios están llegando al máximo —dijo.

 

Comprender las motivaciones de Avi es como pelar una cebolla con un palillo. Randy sabe que hay más de lo que parece: quizá se gane un favor, o esté correspondiendo a un favor, de su casero. Quizás ha estado leyendo a algún gurú de la administración que aconseja a los jóvenes empresarios que se sumerjan en la cultura local. No es que Avi haya tenido jamás demasiado aprecio por los gurús. La última hipótesis de Randy es que todo está relacionado con las líneas de visión; las latitudes y las longitudes.

 

En ocasiones Randy. camina por lo alto de la muralla espa?ola. Alrededor de la calle Victoria, donde MacArthur tuvo el cuartel general antes de la guerra. Es tan ancha como una calle de cuatro carriles. Los amantes se acurrucan en los huecos trapezoidales para los ca?ones y abren los paraguas para conseguir intimidad. Bajo él, hacia la izquierda, está el foso, tan ancho como un par de calles, prácticamente seco. Los ocupas han construido chozas en su interior. En las partes que siguen sumergidas, cavan buscando cangrejos en el lodo o lanzan redes improvisadas entre los lotos púrpuras y magenta.

 

A la derecha está Intramuros. Unos pocos edificios sobresalen sobre un revoltijo confuso de piedras desparramadas. Hay antiguos ca?ones espa?oles, medio enterrados, salpicados por el lugar. Los tendederos y las antenas de televisión se mezclan con las enredaderas y el cableado eléctrico improvisado. Los postes eléctricos sobresalen en ángulos extra?os, como las ramas altas que pueden caer en cualquier momento en un bosque quemado, algunos casi completamente ocultos por las burbujas de vidrio de los contadores eléctricos. Cada doce metros aproximadamente, sin causa aparente, humea un montón de basura.

 

Al pasar frente a la catedral, los ni?os le siguen, gimoteando y pidiendo lastimeros hasta que pone algunos pesos en sus manos. Entonces sonríen y a continuación lanzan un alegre:

 

—?Gracias! —en un inglés con perfecto acento de centro comercial americano.

 

Los mendigos de Manila no parecen tomarse su trabajo demasiado en serio, porque incluso ellos han sido infectados por el hongo cultural de la ironía y parece que siempre están reteniendo una sonrisa, como si no pudiesen creerse que estén haciendo algo tan trillado.

 

No comprenden que él está trabajando. No importa.

 

Randy siempre ha tenido ideas más rápido de lo que puede usarlas. Pasó los primeros treinta a?os de su vida dejándose llevar por cualquier idea que le resultase atractiva en ese momento, descartándola en cuanto aparecía otra mejor.

 

Ahora vuelve a trabajar para una compa?ía, y siente la responsabilidad de usar su tiempo de forma productiva. Las buenas ideas le vienen tan rápido como siempre, pero debe mantener la vista fija en la pelota. Si la idea no es pertinente para Epiphyte, debe apuntarla y olvidarse de ella de momento. Si es pertinente, debe resistirse a la idea de sumergirse en ella y pensar: ??Se le habrá ocurrido esa idea a alguien antes?, ?es posible simplemente comprar la tecnología?, ?puede delegar el trabajo a un programador contratado en Estados Unidos??

 

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