—Ignoti et… ?qué co?o significa eso? —pregunta.
—Oculto y desconocido… más o menos —dice el hombre. Habla con un acento extra?o, como australiano o alemán. El a su vez examina la insignia de Shaftoe—. ?Qué es un marine raider? ?Un equipo nuevo?
—Como un marine, pero más —dice Shaftoe. Lo que puede sonar a bravuconada. Y en realidad, lo es a medias. Pero el comentario está tan cubierto de ironía como su uniforme de arena, porque en ese momento en particular de la historia un marine no es sólo un hijo de puta peligroso. Es un HIJO DE PUTA peligroso atrapado en medio de ninguna parte (Guadalcanal), sin comida ni armas (cosa debida, como te dirá cualquier marine, a una siniestra conspiración entre el general Mac-Arthur y los nipos) inventando a cada paso, improvisando armas con los objetos que encuentra, confundido, la mitad del tiempo, por las enfermedades y los medicamentos que le han dado para mantener a raya a las enfermedades. Y en cada uno de esos sentidos, un marine raider es (como dice Shaftoe) como un marine, pero más.
—?Es usted una especie de comando o algo así? —pregunta Shaftoe, interrumpiendo el farfulleo de Rojo.
—No. Vivo en la monta?a.
—Oh, ?sí? ?Qué haces allá arriba, Rojo?
—Observo. Y hablo por la radio, en código —y vuelve a farfullar.
—?Con quién hablas, Rojo?
—?Te refieres a ahora, en latín, o en código por la radio?
—Ambos, supongo.
—En código por la radio hablo con los buenos.
—?Quiénes son los buenos?
—Es una larga historia. Si sobrevives, quizá te los presente —contesta Rojo.
—?Y ahora mismo en latín?
—Hablo con Dios —dice Rojo—. Extremaunción, en caso de que no sobrevivas.
Eso le hace pensar en los otros. Recuerda por qué tomó la alocada decisión de ponerse en pie.
—?Eh! ?Eh! —intenta sentarse, y como descubre que es imposible, se da la vuelta—. ?Esos cabrones están saqueando los cuerpos!
No consigue enfocar la mirada y debe limpiarse la arena de uno de los ojos.
En realidad, enfoca perfectamente. Lo que parecen bidones de acero salpicados por la playa resultan ser… bidones de acero salpicados por la playa. Los nativos los sacan de la arena, usando las manos para cavar como los perros, haciéndolos rodar sobre la arena hasta la jungla.
Shaftoe se desmaya.
Cuando despierta hay una hilera de cruces en la playa… palos unidos con lianas, cubiertos con flores salvajes. Rojo las clava con la culata del rifle. La mayoría de los bidones de acero, y la mayoría de los nativos, han desaparecido. Shaftoe necesita morfina. Se lo dice a Rojo.
—Si crees que la necesitas ahora —dice Rojo—, espera. —Le lanza el rifle a un nativo, se acerca a Shaftoe y lo carga sobre el hombro. Shaftoe lanza un grito. Un par de Zeros les sobrevuelan mientras ellos penetran en la selva—. Mi nombre es Enoch Root —dice Rojo—, pero puedes llamarme Hermano.
Galeón
Una ma?ana, Randy Waterhouse se levanta temprano, se da una larga ducha caliente, se planta frente al espejo de la suite, y se afeita la cara dejándosela hecha un cristo. Estuvo considerando encomendarle el trabajo a un especialista: el barbero del hotel. Pero es la primera vez en diez a?os que su rostro estará visible, y quiere ser la primera persona que lo vea. Su corazón se acelera, en parte por el miedo primario a la navaja y en parte por pura expectación. Es como una escena de una de esas películas malas de anta?o, cuando por fin retiran las vendas de la cara del paciente y le colocan un espejo delante.
La sensación, antes de nada, es de intenso deja vu, como si los últimos diez a?os de su vida no hubiesen sido más que un sue?o, y ahora los hubiese recuperado para vivirlos de nuevo.
A continuación, comienza a apreciar los peque?os detalles en que ha cambiado su rostro desde la última vez que estuvo expuesto a la luz y el aire. Se sorprende ligeramente al descubrir que alguno de esos cambios no han sido del todo malos. Randy nunca se ha considerado especialmente atractivo, y tampoco le ha preocupado nunca. Pero el semblante salpicado de sangre del espejo es, sin duda, más atractivo que el que se hundió entre el pelo una década atrás. Parece el rostro de un adulto.
Ha pasado una semana desde que Avi y él decidieron todo el plan para los altos representantes de la APL: la Autoridad Postal y de Telecomunicaciones. APL es el nombre genérico que los empresarios de telecomunicaciones asignan, como si fuera un post-it, a cualquier departamento gubernamental que administre esos asuntos en el país en el que estén de visita esa semana. De hecho, en Filipinas se llama de otra forma.
Los americanos llevaron, o al menos acompa?aron, a Filipinas al siglo XX y erigieron el aparato de su gobierno central. Intramuros, el corazón muerto de Manila, está rodeado por un anillo inconexo de enormes edificios neoclásicos, muy al estilo del Distrito de Columbia. que dan cabida a diferentes partes del aparato de gobierno. La APL tiene su central en uno de esos edificios, justo al sur del Pasig.
Randy y Avi llegan pronto, porque Randy, acostumbrado al tráfico de Manila, insiste en que reserven una hora para cubrir el trayecto en taxi de unos tres kilómetros que les separa desde el hotel. Pero el tráfico se muestra perversamente ligero y acaban con veinte minutos extra. Pasean por un lateral del edificio y llegan al dique verde. Avi mira directamente al edificio de Epiphyte Corp., simplemente para asegurarse de que la línea de visión está libre. Randy ya lo ha comprobado a su satisfacción, y se limita a quedarse de pie con los brazos cruzados, mirando el río. Está lleno, de orilla a orilla, de basura flotante: algo de materia vegetal, pero en su mayoría viejos colchones, cojines, piezas de plástico, pedazos de espuma, y, sobre todo, bolsas de plástico de diversos colores brillantes. El río tiene la consistencia del vómito.
Avi arruga la nariz.
—?Qué es eso?