El mayor y el coronel se miran y asienten aprobadores.
Todo el asunto de ?se?or, sí se?or?, que probablemente le sonaría a gilipollez a cualquier civil cuerdo, es perfectamente razonable para Shaftoe y los oficiales de un modo profondo e importante. Como muchos otros, al principio Shaftoe tuvo problemas con la etiqueta militar. La absorbió bastante bien creciendo en una familia militar, pero vivirla era un asunto diferente. Habiendo ahora experimentado todas las fases de la existencia militar excepto las terminales (muerte violenta, corte marcial, retiro), ha acabado comprendiendo la cultura militar por lo que es: un sistema de etiqueta que hace posible que un grupo de hombres vivan juntos durante a?os, viajen al fin del mundo y hagan todo tipo de cosas increíbles sin matarse los unos a los otros o perder la chaveta en el proceso. La extrema formalidad con la que se dirige a esos oficiales conlleva un subtexto importante: su problema, se?or, es decir qué quiere que yo haga, y mi problema, se?or, es hacerlo. Mi postura gung-ho indica que en cuanto me dé una orden no voy a molestarle con los detalles… y su parte del trato es que mejor se queda en su lado de la línea, se?or, y no me moleste con la mierda de politiqueo con la que usted tiene que tratar para vivir. La responsabilidad implícita colocada sobre los hombros del oficial por la voluntad total del subordinado a seguir las órdenes es una carga fulminante para cualquier oficial con medio cerebro, y Shaftoe en más de una ocasión ha visto cómo suboficiales veteranos convertían a tenientes novatos en montones de gelatina temblorosa simplemente permaneciendo frente a ellos y aceptando, con alegría, ejecutar sus órdenes.
—Ese teniente Reagan se quejó de que intentaba contarle una historia sobre un lagarto —dice el mayor.
—?Se?or! ?Sí, se?or! ?Un lagarto gigante, se?or! ?Una historia interesante, se?or! —dice Shaftoe.
—No me importa —dice el mayor—. La cuestión es si se trataba de una historia apropiada para contarla en esas circunstancias.
—?Se?or! ?Avanzábamos por la costa de la isla, intentando situarnos entre los nipos y el punto de desembarco del Expreso de Tokio, se?or!… —empieza a decir, Shaftoe.
—?Cállese!
—?Se?or! ?Sí, se?or!
Se produce un silencio bochornoso roto al fin por el coronel.
—Hicimos que los loqueros repasasen su declaración, sargento Shaftoe.
—?Se?or! ?Sí, se?or!
—Opinan que el asunto del lagarto es un ejemplo clásico de proyección.
—?Se?or! ?Podría por favor explicarme qué co?o significa eso, se?or!
El coronel enrojece, se da la vuelta y mira por entre las persianas el ligero tráfico de Eye Street.
—Bien, lo que dicen es que no hubo lagarto gigante. Que mató a ese japo [7] en combate cuerpo a cuerpo. Y que el recuerdo de un lagarto gigante es una manifestación de su ello freudiano.
—?Ello, se?or!
—Que ese ello está en su cerebro, tomó el control y le dio energías para matar a ese japo con las manos desnudas. Luego su imaginación conjuró toda esa mierda sobre un lagarto gigante para poder explicarlo.
—?Se?or! ?Está diciendo que el lagarto no fue más que una metáfora, se?or!
—Sí.
—?Se?or! ?En ese caso, respetuosamente me gustaría saber cómo el nipo quedó masticado por la mitad, se?or!
El coronel hace un gesto desde?oso con la cara.
—Bien, para cuando fue rescatado por la vigilancia costera, sargento, llevaba tres días en esa cala junto con todos aquellos cadáveres. Y bajo ese calor tropical, y con los bichos y animales carro?eros, no había forma de saber sólo mirándolo si el japo había sido comido por un lagarto gigante o lo habían pasado por una trituradora de madera, si me entiende.
—?Se?or! ?Le entiendo, se?or!
El mayor vuelve al informe.
—Ese tipo Reagan dice que repetía continuos comentarios desde?osos hacia el general MacArthur.
—?Se?or, sí se?or! ?Es un hijo de puta que odia al Cuerpo de Marines, se?or! ?Intenta matarnos a todos, se?or!
El mayor y el coronel se miran. Está claro que, sin hablar, han llegado a la misma decisión.
—Como insiste en alistarse de nuevo, lo normal sería pasearle por el país mostrando sus medallas y reclutando jóvenes para el Cuerpo. Pero esa historia del lagarto no lo permite.
—?Se?or! ?No comprendo, se?or!
—La Oficina de Reclutamiento ha repasado su expediente. Han visto el informe de Reagan. Les pone nerviosos que se encuentre en West Bumfuck, Arkansas, en el desfile del día de los caídos vestido con su reluciente uniforme y que de pronto se ponga a soltar tonterías sobre lagartos y todos se caguen de miedo y eso afecte el esfuerzo bélico.
—?Se?or! ?Respetuosamente…!
—Denegado el permiso para hablar —dice el mayor—. Ni siquiera comentaré esa obsesión con el general MacArthur.
—?Se?or! ?El general está asesinando…!
—?Cállese!
—?Se?or! ?Sí, se?or!
—Tenemos otro trabajo para usted, marine.
—?Se?or! ?Sí, se?or!
—Va a ser parte de algo especial.
—?Se?or! ?Los marine raiders ya son una parte muy especial de un Cuerpo muy especial, se?or!
—No me refiero a eso. Me refiero a que el puesto es… inusual. —El mayor mira al coronel. No está seguro de cómo seguir.
El coronel mete la mano en el bolsillo, agita las monedas, la levanta y comprueba su afeitado.
—No es exactamente un puesto en el Cuerpo de Marines —dice al fin—. Formará parte de un destacamento internacional especial. Un pelotón de marine raiders americanos y un escuadrón del Servicio Especial de la Aviación Británica, SAS, operando bajo un único mando. Un montón de hombres duros que han demostrado que pueden soportar cualquier misión, bajo cualquier condición. ?Es una descripción adecuada de usted, marine?
—?Se?or! ?Sí, se?or!
—Se trata de una situación muy especial —reflexiona el coronel—, para nada algo que hubiesen concebido los militares. ?Sabe a qué me refiero, Shaftoe?