El Código Enigma

—?Se?or, no se?or! ?Pero ahora detecto un fuerte olor a política en la habitación, se?or!

 

Al coronel le tiembla ligeramente un párpado y mira por la ventana hacia el Capitolio.

 

—Los políticos pueden ponerse muy tontos con su forma de hacer las cosas. Todo tiene que hacerse de cierta forma. No les gustan las excusas. ?Me comprende, Shaftoe?

 

—?Se?or! ?Sí, se?or!

 

—El Cuerpo tuvo que luchar para conseguir esta oportunidad. Iban a dárselo al Ejército de Tierra. Hicimos uso de algunos contactos con viejas personas de la Marina en puestos importantes. Ahora la operación es nuestra. Algunos dirían que es nuestra para cagarla.

 

—?Se?or! ?No cagaremos la operación, se?or!

 

—La razón por la que ese cabrón de MacArthur mata marines como moscas en el Pacífico sur es porque en ocasiones no jugamos demasiado bien el juego político. Si usted y su nueva unidad no tienen un comportamiento brillante, la situación sólo podrá empeorar.

 

—?Se?or! ?Puede confiar en este marine, se?or!

 

—Su oficial al mando será el teniente Ethridge. Un hombre de Annapolis. No tiene demasiada experiencia en combate, pero sabe cómo moverse en los círculos importantes. Puede intervenir por usted a nivel político. Sobre el terreno, la responsabilidad de que las cosas se hagan es totalmente suya, sargento Shaftoe.

 

—?Se?or! ?Sí, se?or!

 

—Trabajará muy de cerca con el Servicio Especial de la Aviación Británica. Hombres muy buenos. Pero queremos que usted y sus hombres los eclipsen.

 

—?Se?or! ?Puede contar con ello, se?or!

 

—Bien, entonces, prepárese para embarcar —dice el mayor—. Está de camino al norte de áfrica, sargento Shaftoe.

 

 

 

 

 

Londinium

 

 

 

 

Las pesadas monedas británicas resuenan en su bolsillo como platos de peltre. Lawrence Pritchard Waterhouse recorre la calle vistiendo el uniforme de capitán de fragata de los Estados Unidos. Tal hecho no debe tomarse como si implicase que es capitán de fragata, o que siquiera pertenezca a la Marina, aunque es así. La referencia a Estados Unidos, sin embargo, es una apuesta bastante segura, porque cada vez que llega a un bordillo, o está a punto de ser atropellado por un vehículo que frena en seco o pierde el paso, desvía su tren de pensamientos a un lado, para desagrado de pasajeros y personal, y hace que gran parte de su circuito mental de cálculo se dedique al trabajo de reflejar lo que le rodea sobre un gran espejo. Aquí conducen por la izquierda.

 

Ya lo sabía antes de llegar. Ha visto fotografías. Y Alan se había quejado en Princeton, corriendo siempre el riesgo de morir atropellado cuando, perdido en sus pensamientos, bajaba de la acerca mirando hacia el lado equivocado.

 

Los bordillos son afilados y perpendiculares, no como las suaves curvas americanas de sección sigmoide. La transición entre la acera y la calle es una caída en vertical. Si pones una bombilla verde en la cabeza de Waterhouse y le miras de lado durante un apagón, su trayectoria tendría el aspecto de una onda cuadrada sobre un osciloscopio de un solo rayo: arriba, abajo, arriba, abajo. Si estuviese en Estados Unidos, las aceras tendrían un espaciamiento equitativo, como unas doce por milla, porque su ciudad natal está cuidadosamente trazada sobre una rejilla.

 

 

 

 

 

Aquí en Londres, la distribución de calles es irregular y por tanto las transiciones de la onda cuadrada se producen aleatoriamente, en ocasiones muy juntas, a veces muy separadas.

 

Un científico que examinase esa onda probablemente renunciaría a encontrar ningún patrón; le parecería algo al azar, producto del ruido, efecto quizá de los rayos cósmicos del espacio profundo, o de la desintegración de un isótopo radioactivo.

 

 

 

 

 

Pero si tuviese profundidad e ingenio, la cuestión sería muy diferente.

 

Podría obtenerse profundidad poniendo una bombilla verde en la cabeza de cada una de las personas de Londres y luego grabando el camino durante algunas noches. El resultado sería un grueso conjunto de gráficos, cada uno aparentemente tan caótico como los otros. Cuanto más grueso sea el montón, mayor profundidad.

 

El ingenio es un asunto completamente distinto. No hay forma sistemática de obtenerlo. Una persona podría observar el montón de ondas cuadradas y no ver más que ruido. Otra podría encontrar en ellas una fuente de fascinación, una sensación irracional imposible de explicar a otra persona que no la compartiese.

 

 

 

 

 

Una parte profunda de la mente, experta en el descubrimiento de patrones (o la existencia de un patrón) despertaría de un salto y le indicaría frenética a las partes cotidianas del cerebro que siguiesen mirando el montón de gráficos. La se?al es débil y no siempre se escucha, pero indicaría al receptor que repasase, durante días si fuese necesario, el montón de gráficos como un autista, extendiéndolos por el suelo, amontonándolos según algún sistema inescrutable, apuntando números y letras de alfabetos muertos en las esquinas, preparando referencias cruzadas, encontrando patrones, comparando unos con otros.

 

Un día esa persona saldría de la habitación llevando un mapa extremadamente exacto de Londres, reconstruido a partir de la información contenida en todos esos gráficos cuadrados.

 

Lawrence Pritchard Waterhouse es una de esas personas.

 

Por esa razón, las autoridades de su país, los Estados Unidos de América, le han hecho prestar un solemne juramento de secreto, y le suministran continuamente nuevos uniformes de varios tipos y graduaciones y, ahora, le han enviado a Londres.

 

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