El Código Enigma

Fue una historia épica que no vale la pena relatar. La idea habitual a principios de los noventa era que los magos técnicos del norte de California se encontrarían a mitad de camino con las mentes creativas del sur de California y surgiría una nueva y brillante colaboración. Pero se fundamentaba en una creencia ingenua sobre la naturaleza de Hollywood. Hollywood no era más que un banco especializado, un consorcio de grandes entidades financieras que contrataba talento, casi siempre por un precio fijo, ordenaba al talento crear un producto y luego promocionaba ese producto hasta la muerte, por todo el mundo, por todos los medios concebibles. La meta era encontrar productos que siguiesen generando dinero eternamente, mucho después de que el talento hubiese recibido su paga y hubiese sido enviado de vuelta a casa. Casablanca, por ejemplo, seguía sentando a la gente en las butacas décadas después de que Bogart hubiese recibido su parte y se ganase una tumba temprana a base de fumar.

 

Desde el punto de vista de Hollywood, los técnicos de Silicon Valley no eran más que una forma especialmente ingenua de talento. Por tanto, cuando la tecnología alcanzó cierto punto —el punto en que podía ser vendida con buenos beneficios a cierta compa?ía electrónica nipona— los inversores de la compa?ía de Avi ejecutaron un veloz golpe de estado que evidentemente había sido planeado con todo cuidado. A Randy y a los otros se les dio a elegir: podían abandonar la empresa ahora y conservar parte de sus acciones, que todavía valían una cantidad de dinero bastante decente. O podían quedarse; en cuyo caso se verían saboteados desde dentro por quintacolumnistas infiltrados en posiciones clave. Mientras tanto, se les acosaría con abogados que reclamarían sus cabezas por las cosas que de pronto iban mal.

 

Algunos de los fundadores se quedaron como eunucos de la corte. La mayoría abandonó la compa?ía y, de ese grupo, la mayoría vendió inmediatamente sus acciones porque no les parecía que fuesen en ninguna dirección más que hacia abajo. La compa?ía fue destripada, transfiriendo su tecnología a Japón, y la carcasa acabó secándose y se convirtió en polvo.

 

Incluso hoy en día, fragmentos de aquella tecnología siguen apareciendo en los lugares más insospechados, como anuncios de nuevas plataformas de videojuegos. Verlos siempre le produce a Randy un escalofrío. Cuando todo empezó a ir mal, los nipones intentaron contratarle directamente, y llegó a ganar algo de dinero volando allí para trabajar, durante una semana o un mes, como asesor. Pero no podían mantener la tecnología en funcionamiento con los programadores que tenían, por lo que no ha llegado a alcanzar sus potencialidades.

 

Así terminó la Segunda Aventura Empresarial de Randy. Salió de ella con un par de cientos de miles de dólares, que en su mayoría invirtió en la casa victoriana que compartía con Charlene. No se fiaba de sí mismo con tanto dinero líquido, e inmovilizarlo en la casa le ofrecía una sensación de segundad, como alcanzar la zona de seguridad en un encuentro frenético de kabaddi.

 

Había pasado los a?os posteriores administrando el sistema informático de las Tres Hermanas. No había ganado mucho dinero, pero tampoco había sufrido demasiado estrés.

 

Randy siempre estaba diciéndole a la gente, sin rencor, que eran unos imbéciles. Era la única manera en que se podía hacer algo en programación. Nadie se lo tomaba de forma personal.

 

El grupo de Charlene se lo tomaba definitivamente de forma personal. No les ofendía que les dijesen que se equivocaban; lo que les ofendía era la suposición subyacente de que una persona podía equivocarse o tener razón sobre cualquier cosa. Por tanto, la Noche en Cuestión —la noche de la fatídica llamada de Avi— Randy había hecho lo que hacía habitualmente, que era mantenerse apartado de la conversación. En el sentido de Tolkien, no en el sentido endocrinológico o de Blancanieves, Randy era un enano. Los enanos de Tolkien eran personajes robustos, taciturnos y vagamente mágicos que pasaban mucho tiempo en la oscuridad creando a martillazos objetos hermosos, por ejemplo. Anillos de Poder. Considerarse a sí mismo un enano que había colgado el hacha de guerra durante un tiempo para ir de viaje por la Comarca, donde estaba rodeado por peleones hobbits (es decir, los amigos de Charlene), había sido muy beneficioso para la tranquilidad mental de Randy en los últimos a?os. Sabía perfectamente que, si estuviese implicado en el mundo académico, esa gente y lo que decían le parecería trascendental. Pero de donde él venía, hacía a?os que nadie les tomaba en serio. Así que se limitaba a retirarse de la conversación, beber vino, contemplar las olas del Pacífico e intentar no hacer nada demasiado obvio, como negar con la cabeza o poner los ojos en blanco.

 

Entonces surgió el tema de la Superautopista de la Información, y Randy pudo sentir que los rostros se volvían hacia él cuales ca?ones de luz, haciendo que su piel se sintiese casi palpablemente caliente.

 

El doctor G. E. B. Kivistik tenía algunas cosas que decir sobre la Superautopista de la Información. Era un profesor de Yale cincuentón, que acababa de llegar desde algún lugar cuyo nombre había sonado realmente genial e impresionante cuando se aseguró de citarlo varias veces. Su nombre era fines, pero era británico como sólo un anglófilo no británico puede serlo. Supuestamente estaba allí para asistir a La Guerra como Texto. Realmente estaba allí para reclutar a Charlene, y realmente ?realmente? (sospechaba Randy) para follársela. Eso último probablemente no era cierto en absoluto, sino un simple síntoma de hasta que punto se sentía agotado en ese momento. El doctor G. E. B. Kivistik había estado apareciendo en la tele con bastante frecuencia. El doctor G. E. B. Kivistik había publicado un par de libros. El doctor G. E. B. Kivistik estaba, en resumen, explotando su opinión fuertemente contraria a la Superautopista de la Información durante más tiempo en antena de lo que merecería cualquiera que no hubiese sido acusado de volar una guardería.

 

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