Por fin, una ma?ana, se les reúne en una clase frente a la pizarra más limpia que Waterhouse haya visto nunca. Los días pasados le han imbuido tal nivel de paranoia que sospecha que está limpia por una razón: borrar la tiza no se toma a la ligera en tiempo de guerra.
Están sentados en sillas peque?as con pupitres unidos a ellas, pupitres dise?ados para diestros. Lawrence se pone el cuaderno de notas sobre el regazo, luego apoya la mano derecha vendada sobre el pupitre y comienza a tocar una melodía del Arte de la fuga, haciendo muecas e incluso gimiendo de dolor a medida que la piel quemada se estira y se desliza sobre los nudillos.
Alguien le toca el hombro. Abre los ojos para ver que es la única persona en toda la habitación que está sentada; hay un oficial en la tarima. Se pone en pie y casi le falla la pierna débil. Cuando al final consigue ponerse por completo en pie, ve que el oficial (si ?es? realmente un oficial) no lleva uniforme. No hay nada más diferente de un uniforme. Viste una bata y fuma en pipa. La bata está extraordinariamente gastada, pero no en el sentido, digamos, de una bata de hospital u hotel, que se lava mucho. Hace tiempo que no lavan aquella prenda, pero chico, vaya si le han dado uso. Los hombros están gastados casi por completo, y el extremo de la manga derecha es de color gris grafito, de arrastrarse de izquierda a derecha, decenas de miles de veces, sobre hojas de papel cubiertas de números escritos a lápiz. La felpa parece cubierta de caspa, pero no tiene nada que ver con la exfoliación del cuero cabelludo; esos copos son demasiado grandes y demasiado geométricos: restos rectangulares y circulares de cartulina, producto de perforar tarjetas y cinta respectivamente. La pipa se consumió hace mucho tiempo y el oficial (o lo que sea) ni siquiera finge preocuparse de encenderla de nuevo. Su única función es proporcionarle algo que morder, lo que hace vigorosamente como si fuese un soldado de la guerra civil al que le están cortando una pierna.
Otro tipo —uno que sí se ha molestado en afeitarse, ducharse y ponerse un uniforme— presenta al hombre de la bata como el capitán de fragata Shane, deletreado-s—c-h—o-e—n, pero a Schoen eso no le interesa; les da la espalda, mostrándoles la parte de atrás de la bata, que alrededor del trasero es tan transparente como un salto de cama. Copiando de un bloc de notas, escribe lo siguiente:
19 17 17 19 14 20 23 18 19 8 12 16 19 8 3 21
8 25 18 14 18 6 3 18 8 15 18 22 18 11
Cuando aparece el cuarto o quinto número en la pizarra, Waterhouse siente cómo se le eriza el pelo de la nuca. Antes de que termine de escribir el tercer grupo de cinco números, ya ha percibido que ninguno de ellos es mayor que 26, el número de letras del alfabeto. Su corazón late con mayor fuerza que cuando las bombas niponas realizaban trayectorias parabólicas sobre la cubierta del Nevada. Se saca un lápiz del bolsillo. Como no tiene papel a mano, escribe los números del 1 al 26 sobre la superficie de la mesilla.
Para cuando el hombre de la bata ha terminado de escribir el último grupo de números, Waterhouse está inmerso en un recuento de frecuencia. Lo completa cuando el Hombre de la Bata está diciendo algo como: ?Para ustedes esto podría parecer una secuencia sin sentido de números, pero para los oficiales navales nipos es algo completamente diferente.?
A continuación el hombre ríe nervioso, agita la cabeza con tristeza, cuadra la mandíbula con resolución y lanza una letanía de expresiones extremadamente emotivas ninguna de las cuales es apropiado reproducir aquí.
El recuento de frecuencia de Waterhouse se limita simplemente a anotar el número de veces que cada cifra aparece en la pizarra. Tiene esté aspecto:
1
2
3 ll
4
5
6
7
8 llll
9
10
11 l
12 l
13
14 ll
15 l
16 l
17 ll
18 lllll l
19 llll
20 l
21 l
22 l
23 l
24
25 i
26
Lo más interesante del asunto es que diez de los posibles símbolos (es decir, 1, 2, 4, 5, 7, 9, 10, 13, 24 y 26) ni siquiera se usan. En el mensaje sólo aparecen dieciséis números diferentes. Dando por supuesto que cada uno de esos dieciséis representa una, y sólo una, letra del alfabeto, ese mensaje tiene (Lawrence lo calcula de cabeza) 111136315345735680000 posibles significados.
Es un número curioso porque empieza con cuatro unos y termina con cuatro ceros; Lawrence deja escapar una risita, se limpia la nariz y sigue con el asunto.
El número más repetido es 18. Probablemente representa la letra E. Si sustituye E en el mensaje cada vez que aparece un 18, entonces…
Bien, para ser sinceros, tendría que escribir otra vez todo el mensaje, cambiando los 18 por E, y le llevaría mucho tiempo, que podría ser tiempo perdido porque la suposición podría estar equivocada. Por otra parte, si ?obliga? a su mente a interpretar los 18 como E —una operación que considera libremente análoga a cambiar los ajustes del cuadro de un órgano— entonces lo que ve en su ojo mental cuando mira a la pizarra es:
19 17 17 19 14 20 23 E 19 8 12 16 19 8 3 21
8 25 E 14 E 6 3 E 8 15 E 22 E 11
que sólo tiene 10103301395066880000 posibles significados. También se trata de un número curioso, por todos esos unos y ceros, pero se trata de una coincidencia sin la más mínima importancia.
—La ciencia de crear códigos secretos se llama criptografía —dice el capitán de fragata Schoen—. y la ciencia de romperlos criptoanálisis.