El Código Enigma

El sistema informático de la universidad era mejor que no tener ordenador. Pero Randy se sentía humillado. Como toda otra red informática académica de alta potencia, aquélla estaba basada en un potente sistema operativo llamado UNIX, que tenía una curva de aprendizaje tan empinada como el Matterhorn, y carecía de las encantadoras y elegantes características de los ordenadores personales que se estaban poniendo de moda. Randy lo había usado mucho como estudiante y sabía cómo manejarse con él. Aun así, aprender a escribir un buen código en aquella cosa requería mucho tiempo. Su vida había cambiado con la aparición de Charlene, y ahora cambió aún más: dejó por completo el circuito de juegos de rol, dejó de asistir a las reuniones de la Sociedad para el Anacronismo Creativo y empezó a pasar todo su tiempo libre con Charlene o frente a la Terminal del ordenador. Teniéndolo todo en cuenta, probablemente fue un cambio para mejor. Con Charlene hacía cosas que no hubiese hecho de otra forma, como hacer ejercicio, o ir a escuchar música en directo. Y frente al ordenador, aprendía habilidades nuevas, y creaba algo. Puede que fuese algo completamente inútil, pero al menos creaba.

 

Pasaba mucho tiempo hablando con Andrew Loeb, que era quien realmente iba por ahí y ponía en práctica las cosas sobre las que él escribía un programa; desaparecía durante unos días y regresaba cojeando y macilento, con escamas de pez en el pelo de la barba y sangre animal seca bajo las u?as. Se tragaba un par de hamburguesas, dormía veinticuatro horas y luego iba al encuentro de Randy en un bar (a Charlene no le gustaba la idea de tenerlo por la casa) y hablaba con conocimiento de causa sobre las dificultades de la vida diaria, al estilo aborigen. Discutían sobre si los aborígenes llegarían a comerse las partes más desagradables de los animales o las desecharían. Andrew votaba que sí. Randy estaba en desacuerdo; el hecho de que fuesen primitivos no quería decir que no tuviesen gusto. Andrew lo acusaba de ser un romántico. Al final, para acabar con la discusión, fueron juntos a las monta?as, armados sólo con cuchillos y la colección de trampas para alima?as que Andrew había construido con suma exquisitez. A la tercera noche, Randy se descubrió considerando seriamente la posibilidad de comerse algunos insectos.

 

—Q.E.D —dijo Andrew.

 

En todo caso, Randy terminó el programa al cabo de un a?o y medio. Fue un éxito; Chester y Avi lo adoraban. Randy se sentía moderadamente alegre por haber construido algo tan complicado que realmente funcionase, pero no se hacía ilusiones sobre su utilidad práctica. Se sentía ligeramente avergonzado por haber malgastado tanto tiempo y energías mentales en el proyecto. Pero sabía que si no hubiese estado escribiendo un código, habría empleado la misma cantidad de tiempo jugando a algún juego o yendo a las reuniones de la Sociedad para el Anacronismo Creativo vestido como en la Edad Media, así que al final la cosa se compensaba. Además, podría argumentarse que pasar el tiempo delante de la pantalla era mejor porque así mejoraba sus conocimientos de programación, que ya eran buenos al empezar. Por otra parte, había realizado todo el trabajo en el sistema UNIX, que era para científicos e ingenieros; no parecía un movimiento muy inteligente en una época en la que todo el dinero estaba en los ordenadores personales.

 

Chester y Randy le habían puesto a Avi el mote de ?ávido?, porque realmente, de verdad, le gustaban los juegos de fantasía. Avi siempre había dicho que los jugaba cómo una forma de comprender como era en realidad vivir en los tiempos antiguos, y era un fanático de la precisión histórica. No estaba mal; todos tenían sus ridiculas excusas, y la perspicacia histórica de Avi venía bien a menudo.

 

No mucho después, Avi terminó la carrera, desapareció, y reapareció meses más tarde en Minneapolis, donde había conseguido un trabajo en una importante editorial de juegos de rol de fantasía. Se ofreció a comprar el programa de Randy por la asombrosa cifra de mil dólares más un porcentaje sobre los beneficios futuros. Randy aceptó la oferta en líneas generales, le pidió a Avi que le enviase un contrato. y luego salió y se encontró con Andrew hirviendo entra?as de pescado en un hervidor sobre una parrilla en el tejado del edificio de apartamentos en el que vivía. Quería darle a Andrew la buena noticia, y ofrecerle una parte de las ganancias. Lo que vino a continuación fue una conversación realmente desagradable, de pie allí arriba bajo una lluvia violenta y torrencial.

 

Para empezar, Andrew se tomó el asunto bastante más en serio que Randy. Randy lo veía como una suerte inesperada, una lotería. Andrew, que era hijo de un abogado, lo trataba como si fuese una importante fusión comercial, e hizo muchas preguntas tediosas e insistentes sobre el contrato, que todavía no existía y que cuando existiese probablemente ocuparía una única hoja. Randy no lo comprendió en ese momento, pero al hacer tantas preguntas para las que Randy no tenía respuesta, Andrew estaba, a todos los efectos, asignándose el papel de Administrador General. Implícitamente estaba formando con Randy una sociedad mercantil que, de hecho, no existía.

 

Además, Andrew no tenía ni idea del tiempo y el esfuerzo que Randy había dedicado a escribir el código. O (como comprendió Randy más tarde) quizá sí. En cualquier caso, Andrew asumía desde el inicio que la participación con Randy sería al cincuenta por ciento, lo que era extremadamente desproporcionado con respecto al trabajo que había realizado en el proyecto. Básicamente, Andrew actuaba como si todo el trabajo que hubiese realizado sobre los hábitos alimenticios de los aborígenes fuese parte de la empresa, y que eso le daba derecho a una parte igual.

 

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