Randy da vueltas por la habitación mientras el ordenador navega por el espacio numérico. Los contenedores que llevan los camiones exhiben los mismos logotipos que los que solían llenar las calles de South Seattle cuando descargaba un barco. Para Randy es extra?amente satisfactorio, como si, dando aquel alocado salto sobre el Pacífico, hubiese dotado a su vida de una especie de simetría antipodal. Había ido del lugar donde las cosas se consumen a donde son producidas, de la tierra donde el onanismo se venera en los más altos niveles de la sociedad a una donde los coches llevan en las ventanillas pegatinas que dicen ??NO a los anticonceptivos!?. Parece grotescamente adecuado. No se sentía de la misma forma desde que Avi y él iniciaron su primera aventura empresarial, malograda, doce a?os atrás.
Randy creció en una ciudad universitaria del este del estado de Washington, se graduó en la Universidad de Washington en Seattle, y acabó con un puesto de oficinista II en la biblioteca de la ciudad —para ser específicos, el Departamento de Préstamos Interbibliotecarios— donde su trabajo consistía en procesar las peticiones de préstamos que llegaban por correo desde bibliotecas más peque?as de toda la región y, a la inversa, enviar peticiones a otras bibliotecas. Si el Randy Waterhouse de nueve a?os hubiese tenido la oportunidad de echar un vistazo al futuro para verse en aquel puesto, se habría sentido encantado más allá de lo posible: la principal herramienta del Departamento de Préstamos Interbibliotecarios era el saca grapas. El joven Randy había visto uno de esos dispositivos en las manos de su profesor de cuarto curso y había quedado cautivado por el ingenio que manifestaba y por el aspecto terrible que tenía, como si fuesen las mandíbulas de un dragón robot del futuro. Es más, deliberadamente había grapado mal para poder pedirle a su profesor que las desgrapase, para poder ver así esas terribles mandíbulas en acción. Había llegado hasta el extremo de robar un sacagrapas de un escritorio en la iglesia y lo había incorporado a un robot de mecano, un dispositivo asesino, con el que había aterrorizado a la mayor parte del vecindario; sus mandíbulas de víbora separaron muchas piezas de juguetes de plásticos y accesorios antes de que se descubriese el robo y Randy se convirtiese en un ejemplo ante Dios y ante los hombres. Ahora, en la oficina de Préstamos Interbibliotecarios, Randy no sólo tenía uno, sino varios saca grapas en su escritorio y se veía obligado a usarlos durante una o dos horas al día.
Como la biblioteca de la Universidad de Washington estaba bien dotada, normalmente no pedían libros a otras bibliotecas a menos que alguien los hubiese robado o se tratase de volúmenes, en algún sentido, peculiares. La oficina de PIB (como la llamaban con afecto Randy y sus colegas) tenía sus clientes regulares, gente con una larga lista de libros extra?os entre sus preferencias. Esas personas tendían a ser tediosas o terroríficas, o ambas cosas a la vez. Randy siempre acababa tratando con el subgrupo de ?ambas cosas?, porque Randy era el único oficinista que no estaba allí de por vida. Parecía claro que él, con su licenciatura en astronomía y sus amplios conocimientos de ordenadores, se iría algún día, mientras que sus compa?eros de trabajo no atesoraban tales ambiciones. Su más amplia esfera de intereses, su, en cierta forma, más amplio concepto de la normalidad, era útil cuando ciertas personas entraban en la oficina.
Desde el punto de vista de muchas personas, el propio Randy era un personaje tedioso, terrorífico y obsesivo. No sólo le obsesionaba la ciencia, sino también los juegos de rol de fantasía. La única forma en que podía soportar trabajar en un puesto tan estúpido durante un par de a?os era porque su tiempo libre estaba dedicado completamente a erigir escenarios de fantasía de tal profundidad y complejidad que ejercitaba todos los circuitos craneales que tan evidentemente se malgastaban en la oficina de PIB. Pertenecía a un grupo que se reunía cada viernes por la noche para jugar hasta bien entrado el domingo. Los otros incondicionales del grupo eran un doble licenciado en informática y música llamado Chester, y un estudiante de posgrado en historia llamado Avi.
Cuando un estudiante de máster llamado Andrew Loeb entró en la oficina PIB un día, con un cierto brillo en los ojos, y sacó de una sucia mochila un fajo de papeles de tres pulgadas de ancho consistente en formularios de petición cuidadosamente mecanografiados, fue reconocido inmediatamente como miembro de la especie ?peculiar? y enviado en dirección a Randy Waterhouse. Era evidente que se trataba de espíritus afines, aunque Randy no lo comprendió por completo hasta que los libros solicitados por Loeb empezaron a llegar en el carrito desde la sala de correo.
El proyecto de Andy Loeb consistía en calcular el presupuesto energético de las tribus indias locales. Un cuerpo humano debe gastar una cierta cantidad de energía sólo para seguir respirando y mantener la temperatura corporal. La cifra aumenta cuando hace frío o el cuerpo en cuestión está realizando un trabajo. La única forma de obtener esa energía es comiendo alimentos. Algunos alimentos tienen un contenido energético más alto que otros. Por ejemplo, la trucha es muy nutritiva pero con un contenido de grasa y carbohidratos tan bajo que puedes morirte de hambre comiéndola tres veces al día. Otros alimentos pueden contener mucha energía, pero se requiere tanto trabajo para obtenerlos y prepararlos que comerlos produciría una pérdida, desde el punto de vista de la eficacia energética. Andy Loeb intentaba descubrir qué comían históricamente ciertas tribus indias del noroeste, cuánta energía gastaban para conseguir esos alimentos y cuánta obtenían comiéndolos. Quería hacer los cálculos para indios costeros como los Salish (que tenían acceso fácil al marisco) y para indios del interior como los Cayuse (que no lo tenían) como parte de un plan extremadamente complejo para demostrar una idea sobre los niveles de vida relativos de esas tribus y como eso afectaba a su desarrollo cultural (las tribus costeras realizaban un arte fantásticamente detallado y las de interior se limitaban a grabar ocasionalmente figuritas en las piedras).