Pide una enorme cafetera llena, que apenas sirve para mantenerlo despierto el tiempo justo para deshacer el equipaje. La tarde está terminando. Nubes púrpura caen de las monta?as cercanas con el evidente impulso de la lava volcánica y convierten la mitad del cielo en una pared desnuda iluminada por las franjas verticales de luz de los relámpagos; las paredes de la habitación del hotel centellean como si un ejército de paparazzi estuviese actuando al otro lado de la ventana. En la calle, los vendedores de comida del parque Rizal recorren las aceras de arriba abajo intentando evitar la lluvia, que cae, como lleva haciéndolo desde hace medio milenio, sobre los inclinados paredones de Intramuros. Si esos muros no corriesen en línea recta podrían confundirse por un accidente natural de la geología: crestas desnudas de oscura roca volcánica que surgen de la hierba como los dientes de las encías. Los muros tienen muescas en forma de cola de paloma que convergen en antiguos emplazamientos de ca?ones, proporcionando campos de fuego superpuestos al otro lado de un foso desecado.
Viviendo en Estados Unidos nunca llegas a ver nada de mayor antigüedad que unos dos siglos y medio, y tienes que visitar la costa este del país para eso. El mundo de los viajeros de negocios, compuesto por aeropuertos y taxis, tiene el mismo aspecto en todas partes. Randy nunca se cree que está en un país diferente hasta que ve algo como Intramuros y, a continuación, debe quedarse allí mirando como un idiota durante un buen rato, cavilando.
Ahora mismo, al otro lado del océano Pacífico, en una peque?a y elegante ciudad victoriana situada a un tercio del camino de San Francisco a Los Angeles, hay ordenadores paralizándose, archivos cruciales están desapareciendo y los e-mail se pierden en el espacio intergaláctico, porque Randy Waterhouse no está allí para vigilar cómo van las cosas. La ciudad en cuestión presume de tres peque?as universidades: una fundada por el Estado de California y dos fundadas por confesiones protestantes ahora activamente vilipendiadas por todo el cuerpo de profesores. Consideradas en conjunto, esas universidades —las Tres Hermanas— conforman un centro académico de mediana importancia. Los sistemas de ordenadores están conectados entre sí. Intercambian profesores y estudiantes. De vez en cuando organizan congresos académicos. Esa parte de California ofrece playas, monta?as, bosques de secuoyas, vi?edos, campos de golf y por todas partes instalaciones penitenciarias en crecimiento. Hay muchos hoteles de tres o cuatro estrellas, y las Tres Hermanas, consideradas en conjunto, poseen auditorios y salas de reuniones suficientes para organizar un congreso para miles de asistentes.
La llamada de teléfono de Avi, unas ochenta horas antes, llegó en medio de un importante congreso interdisciplinario llamado ?La Fase Intermedia (1939—1945) del Esfuerzo por la Supremacía Global en el Siglo XX (Era Común)?. Como es un poco trabalenguas, le han dado el conciso mote de ?La Guerra como Texto?.
Viene gente de sitios como Amsterdam y Milán. El comité organizador de la conferencia —que incluye a la novia de Randy, Charlene. que en realidad ahora mismo está dando muestras de ser su ex novia— contrató a un artista de San Francisco para el póster. Empezó con una fotografía de media tinta en blanco y negro de un macilento soldado de infantería de la Segunda Guerra Mundial con un cigarrillo colgándole del labio inferior. Trabajó sobre ella una y otra vez usando una fotocopiadora, ampliando los puntos del medio tono hasta convertirlos en grumos bastos, como bolas de goma mascadas por un perro, y sometiéndola a otras muchas distorsiones hasta tener una figura desolada, impresionante e irregular; los ojos pálidos del soldado se volvieron de un blanco fantasmagórico. Luego a?adió algunos elementos en color: carmín rojo, sombra de ojos azul, y parte de un sujetador rojo sobresaliendo de la camisa desabrochada del soldado.
El póster ganó un premio casi en el momento de salir al público. Eso llevó a un comunicado de prensa, lo que a su vez llevó a que el póster fuese consagrado por los medios de comunicación como Objeto Oficial de Controversia. Un periodista decidido consiguió localizar al soldado de la fotografía original, un veterano de guerra condecorado y fabricante retirado de herramientas que, casualidades, no sólo estaba vivo sino que gozaba de excelente salud, y que, desde la muerte de su esposa de cáncer de pulmón, pasaba su jubilación vagando por el Sur Profundo en su camioneta ayudando a reconstruir iglesias negras que habían sido quemadas por salvajes borrachos.
El artista que dise?ó el póster confesó luego que se había limitado a copiar la fotografía de un libro y no había realizado ningún esfuerzo en absoluto por obtener permiso: el mismo concepto de pedir permiso para hacer uso de la obra de otra persona era defectuoso, ya que toda obra de arte derivaba de otra obra de arte. Poderosos abogados de alto nivel convergieron, como bombarderos, sobre el peque?o pueblecito de Kentucky donde el agraviado veterano se encontraba en el techo de una iglesia negra con la boca llena de clavos, clavando planchas de contrachapado y murmurando ?sin comentarios? a una horda de periodistas plantados en el césped. Después de una serie de conferencias en una sala del Holiday Inn del pueblo, el veterano surgió, acompa?ado por uno de los cinco abogados más famosos sobre la faz de la Tierra, y anunció que iba a presentar una demanda civil contra las Tres Hermanas, que si prosperaba las convertiría a ellas y a toda su comunidad en abrasión humeante sobre la superficie del planeta. Prometió compartir la indemnización con las iglesias negras, varios grupos de veteranos minusválidos y equipos para la investigación sobre el cáncer de pecho.
El comité organizador retiró el póster de la circulación, lo que dio lugar a que un millar de copias piratas apareciesen en la web y llamó la atención de millones de personas que no lo hubiesen visto en caso contrario. También presentaron una demanda contra el artista, cuyos recursos económicos podrían detallarse en el reverso de un billete de metro: poseía unos miles de dólares y deudas (en su mayoría préstamos para estudios) por unos sesenta y cinco mil dólares.