Hay un enorme acantilado de piedra caliza que desciende casi hasta el mar, y en la base está la entrada al túnel donde se esconden los espías y tienen su guarida los hombres de la radio. Cerca hay un puerto, en esos momentos muy atareado, porque están descargando suministros de transportes civiles y acumulándolos en la misma playa. Es un detalle que todos los marines registran como un signo evidente de la guerra que se aproxima. El Augusta ancla en la ensenada, y todo el equipo de radio envuelto en lonas se descarga en botes y se lleva al muelle, junto con los extra?os tipos de la Marina que se ocupaban de esas cosas en Shanghai.
El oleaje muere al pasar Corregidor y entrar en la bahía. Cerca de la superficie flotan algas marrón verdoso formando remolinos y arabescos. Los barcos de la Marina dejan largas cuerdas marrones de humo sobre el mar en calma. Al no ser alteradas por el viento, se difumi-nan en formas desiguales como cordilleras monta?osas traslúcidas. Pasan frente a la gran base militar de Cavite, una zona de terreno tan baja y plana que su límite con el agua sería invisible si no fuese por la valla formada por las palmeras. En ella se elevan unos hangares y torres de agua, y un oscuro conjunto de barracones más al interior. Manila está justo frente a ellos, todavía oculta por la neblina. Va anocheciendo.
De pronto la neblina se disuelve, la atmósfera se torna súbitamente tan clara como los ojos de un ni?o, y durante una hora más o menos pueden ver el infinito. Están adentrándose en un área de inmensos frentes de tormenta, con relámpagos cayendo en torno a ellos por todas partes. Nubes grises y planas, como fragmentos rotos de pizarra, se vislumbran entre nubes de yunque. Tras ellas hay nubes más altas, que llegan casi hasta la luna, reluciendo de un tono rosa y salmón a la luz del sol poniente. Detrás, más nubes anidadas entre bancos de humedad como adornos navide?os envueltos en tisú, extensiones de cielo azul, más frentes tormentosos intercambiando rayos de veinte millas de largo. Cielos dentro de cielos dentro de cielos.
En Shanghai hacía frío, y desde entonces la temperatura ha ido aumentando cada día. Algunos días incluso hace calor y bochorno. Pero para cuando Manila se deja ver, una brisa cálida se levanta sobre la cubierta y todos los marines suspiran, como si todos ellos hubiesen eyaculado simultáneamente.
Manila aroma Batid
o por palmeras Muslos
de Glory
Los tejados enlosados de Manila tienen cierto aspecto mestizo, medio espa?ol y medio chino. La ciudad tiene un rompeolas cóncavo con un paseo plano en lo alto. Los paseantes se vuelven y saludan a los marines; algunos les lanzan besos. Los invitados de una boda descienden la escalinata de una iglesia y atraviesan el bulevar hasta el rompeolas, donde se harán las fotos bajo la luz color melocotón de la puesta de sol. Los hombres visten ligeras camisas filipinas de fantasía, o uniformes del ejército de los Estados Unidos. Las mujeres llevan espectaculares vestidos largos. Los marines les gritan y les silban y las mujeres se giran, recogiéndose ligeramente las faldas para no caerse, y saludan con entusiasmo. Los marines se marean y prácticamente se caen por la borda.
A medida que el barco entra en el puerto, un banco de peces en forma de media luna surge del mar. Se aleja como una duna golpeada por el viento. Los peces son plateados y tienen forma de hojas. Cada uno de ellos golpea el agua con un sonido metálico, y los ruidos se entremezclan y resuenan como un desgarro. El creciente se desliza bajo un embarcadero, fluye en torno a los postes y desaparece entre las sombras.
Manila, la Perla de Oriente, primeras horas de un domingo por la noche, el 7 de diciembre de 1941. En Hawai, al otro lado del meridiano, apenas ha pasado la medianoche. Bobby Shaftoe y sus camaradas tienen unas pocas horas de libertad. La ciudad es moderna, próspera, habla inglés y es cristiana, de lejos la ciudad más rica y avanzada de Asia, prácticamente como estar de vuelta en Estados Unidos. A pesar de todo su catolicismo, tiene zonas que parecen haber sido dise?adas, desde sus mismos cimientos, siguiendo las especificaciones de marineros cachondos. Llegas a esas partes de la ciudad girando a la derecha justo cuando tus pies tocan la tierra firme.
Bobby Shaftoe gira a la izquierda, se excusa amablemente ante una legión de prostitutas excitadas que pasan junto a él, y fija su curso entre las altas paredes de Intramuros. Se detiene sólo para comprar un ramo de rosas a un vendedor ambulante en el parque. El parque y los muros que se alzan sobre él están atestados de amantes que pasean, los hombres vistiendo en su mayoría uniformes y las mujeres con vestidos recatados pero impresionantes, haciendo girar los parasoles que llevan apoyados en los hombros.
Un par de tipos que conducen taxis tirados por caballos insisten en hacer negocios con Bobby Shaftoe, pero éste los rechaza. Un taxi no haría más que llevarle a su destino más aprisa, y se siente demasiado nervioso para darse prisa. Atraviesa una puerta en un muro y llega a la antigua ciudad espa?ola.
Intramuros es un laberinto de paredes de piedra dorada que se elevan bruscamente entre calles estrechas. Las ventanas de los primeros pisos a lo largo de las aceras están protegidas por enrejados negros. Los barrotes se ondulan, giran y finalizan en elegantes brotes con forma de hojas. Las segundas plantas sobresalen, exhibiendo lámparas de gas que ahora mismo están siendo encendidas por sirvientes con largos palos humeantes. De las ventanas surgen sonidos de risas y música, y cuando pasa junto a los arcos que se abren a los patios interiores, puede oler las flores de los jardines.
Ni de co?a es capaz de distinguir una calle de otra. Recuerda que el nombre de la calle es Magallanes, porque Glory le explicó en una ocasión la referencia. Y recuerda la vista de la catedral desde la ventana de los Pascual. Vagabundea por la manzana un par de veces, convencido de que está cerca. Entonces oye una exaltación de risas de muchachas que vienen de una ventana del segundo piso, y se dirige hacia ella como una medusa absorbida por una tubería de entrada. Lo recuerda. Aquél es el sitio. Las chicas intercambian cotilleos, en inglés, sobre una de sus profesoras. No distingue la voz de Glory, pero cree oír su risa.