El la lleva de vuelta abajo. A continuación, antes de que ella se salga por cualquier otra tangente, la lleva directamente a la puerta y la sube al taxi.
Bobby Shaftoe no es de los que pierden la calma en el calor de la acción, pero para él el resto de la velada es un confuso sue?o febril. Sólo unas pocas impresiones penetran en la neblina: apearse del taxi frente a un hotel del paseo marítimo; todos los otros tíos mirando boquiabiertos a Glory; Bobby Shaftoe mirándoles a ellos, amenazando con ense?arles buenos modales. Bailes lentos con Glory en el salón de baile, el muslo cubierto de seda de Glory deslizándose gradualmente entre sus piernas, su cuerpo firme presionando el suyo cada vez con mayor fuerza. Caminar por el rompeolas, cogidos de la mano, bajo las estrellas. Notar que la marea está baja. Intercambiar miradas. Llevarla en brazos hasta la delgada franja de playa rocosa.
Para cuando empiezan a follar de verdad, ya ha perdido la conciencia, y se encuentra en un sue?o fantástico y libidinoso. él y Glory follan sin la menor vacilación, sin ninguna duda, sin la más mínima inquietud en la mente. Sus cuerpos se han fundido espontáneamente, como un par de gotas que corren juntas por una ventana. Si él piensa en algo, es que toda su vida ha culminado en ese momento. Su infancia en Oconomowoc, la noche de graduación del instituto, la caza del ciervo en la Península superior, el campo de entrenamiento de la isla de Paris, todas las peleas y reyertas en China, su duelo con el sargento Frick, son la madera tras la punta de la lanza.
Se oyen sirenas en algún sitio. Del susto recupera la conciencia. ?Lleva allí toda la noche, sosteniendo a Glory contra el rompeolas, con los muslos de ella alrededor de su cintura? No puede ser posible. La marea no ha subido nada.
—?Qué pasa? —pregunta Glory.
Tiene las manos alrededor del cuello de Bobby. Las suelta y las baja hasta el pecho.
Todavía sosteniéndola, con las manos formando un cabestrillo bajo su culo cálido y perfecto, Shaftoe se separa del rompeolas y se vuelve hacia la playa, mirando al cielo.
Ve reflectores que comienzan a encenderse. Y no se trata de un estreno de Hollywood.
—Es la guerra, cari?o.
Excursiones
El vestíbulo del Hotel Manila tiene aproximadamente las dimensiones de un campo de fútbol. Huele a perfume del a?o pasado, raras orquídeas tropicales y spray para bichos. Hay un detector de metales en la entrada principal, porque resulta que el Primer Ministro de Zimbabwe se hospeda aquí durante unos días. Enormes africanos ataviados con buenos trajes están repartidos por todas partes en grupos de dos o tres. Una peque?a multitud de turistas nipones, en bermudas, sandalias y calcetines blancos, se ha acomodado en los profundos, gruesos y anchos sofás, esperando con tranquilidad una se?al preestablecida. Ni?os filipinos de clase alta exhiben paquetes cilíndricos de patatas fritas como si fuesen jefes tribales cargando con mazas ceremoniales. Un botones solemne, ya mayor, circula alrededor del perímetro defensivo portando un tanque con bomba manual y rociando en silencio el insecticida contra el zócalo. Entra Randall Lawrence Waterhouse con un polo turquesa bordado con el logotipo de una de las compa?ías de alta tecnología en quiebra que él y Avi han fundado, vaqueros flojos sujetos por tirantes y enormes zapatos deportivos que en su día fueron blancos.
En cuanto terminó con las formalidades del aeropuerto, se dio cuenta de que Filipinas, como México, es uno de esos países en los que los Zapatos Importan. Se acerca con rapidez a recepción para que la hermosa joven ataviada con un uniforme azul marino no pueda verle los pies. Un par de botones se enzarzan en una lucha patética y digna de Sísifo con su equipaje, que aproximadamente tiene las dimensiones y la masa de un archivador de dos cajones.
—Allí no encontrarás libros técnicos —le había dicho Avi—, llévate todo lo que podrías llegar a necesitar.
La suite de Randy tiene un dormitorio y sala de estar, los dos con techos de más de cuatro metros de alto, y un pasillo a un lado con varios armarios y tecnologías relacionadas con la fontanería. Toda la habitación está recubierta de una madera tropical te?ida de un encantador tono casta?o reluciente que sería deprimente en latitudes del norte pero que, allí, ofrece una sensación acogedora y serena. Los dos cuartos principales tienen inmensas ventanas con peque?as indicaciones junto a los cierres que advierten sobre los insectos tropicales. Cada habitación está defendida de su ventana por un sistema multicapa de barreras entrelazadas: contraventanas de madera increíblemente sólidas que resuenan sobre sus guías como si fuesen un tren de carga maniobrando en un cruce de vías; una segunda capa de contraventanas consistente en cuadrados de cinco centímetros de nácar engarzados en una rejilla de madera barnizada y que se mueven sobre sus propias guías, visillos, y finalmente, cortinas de gran calibre que no dejan pasar la luz, cada una de ellas suspendida de su propio juego de estruendosos rieles industriales.