El Código Enigma

—?Glory! —dice. Más fuerte a continuación. Si le han escuchado, no le han prestado atención. Al fin, toma fuerza y lanza el ramo como si fuese una granada sobre la baranda de madera, atravesando el hueco entre los postigos de madreperla, que entra en la habitación.

 

Un milagroso silencio desde el interior, y luego un vendaval de risas. Los postigos de nácar se abren con lenta y angustiosa timidez. Una muchacha de diecinueve a?os sale al balcón. Viste el uniforme de una estudiante de enfermería. Tan blanco como la luz de las estrellas sobre el Polo norte. Se ha soltado el largo pelo negro para cepillárselo, y se agita lánguido con la brisa nocturna. Los restos de luz rosada de la puesta de sol hacen que su rostro resplandezca como carbón ardiendo. Durante un segundo se esconde tras el ramo, hunde la nariz en él, aspira profundamente, mirándole sobre las flores con los ojos negros. A continuación, hace descender el ramo lentamente para mostrar sus altos pómulos, su menuda y perfecta nariz, la fantástica escultura de sus labios, y los dientes, blancos pero atractivamente torcidos, apenas visibles. Sonríe.

 

—Jesús H. Cristo —dice Bobby Shaftoe—, tus mejillas son como un pu?etero quitanieves.

 

Ella se lleva un dedo a los labios. El gesto de algo tocando los labios de Glory atraviesa el pecho de Shaftoe con una lanza invisible. Glory lo mira durante un rato, hasta que su mente tiene la certeza de que posee la atención del muchacho y que no va a irse a ningún sitio.

 

A continuación se da la vuelta. La luz roza su trasero, sin mostrar nada, pero sugiriendo una hendidura. Entra de nuevo y los postigos se cierran tras ella.

 

De pronto, la habitación llena de chicas se queda en silencio, exceptuando el murmullo ocasional de la risa contenida. Shaftoe se muerde la lengua. Lo están jodiendo todo. El se?or y la se?ora Pascual notarán el silencio y sospecharán.

 

Resuena el hierro y se abre una gran puerta. El mozo le indica que pase. Shaftoe sigue al anciano por el oscuro y arqueado túnel de la cochera. Las duras suelas de sus relucientes zapatos negros resbalan sobre el empedrado. Un caballo del establo relincha al oler su loción para después del afeitado. Desde el rincón del mozo se propaga una suave melodía norteamericana, música de baile emitida por la estación de las Fuerzas Armadas.

 

Parras en flor crecen sobre las paredes del patio. Es un mundo ordenado, tranquilo y cerrado, casi como estar en el interior. El mozo le se?ala en dirección a una de las escaleras que llevan al segundo piso. Glory lo llama el entresuelo y dice que en realidad es un piso encajado entre uno y otro, pero a Bobby Shaftoe le parece normal y corriente. Sube los escalones y levanta la vista para descubrir al se?or Pascual, un peque?o hombre calvo con gafas y un diminuto bigote bien recortado. Viste una camisa de mangas cortas, de estilo americano, pantalones caqui, zapatillas, y sostiene una copa de San Miguel en una mano y un cigarrillo en la otra.

 

—?Soldado Shaftoe! Bienvenido-dice.

 

Vaya. Glory ha decidido que en esta ocasión es mejor seguir las reglas. Se ha informado a los Pascual. Ahora, entre Bobby Shaftoe y la chica se interponen varias horas de charla social. Pero un marine nunca se desconcierta ante los reveses.

 

—Le pido perdón, se?or Pascual, pero ahora soy cabo.

 

El se?or Pascual se mete el cigarrillo en la boca y da la mano a Shaftoe.

 

—?Bien, felicidades! La semana pasada vi a tu tío Jack. Creo que no tenía ni idea de que ibas a volver.

 

—Ha sido una sorpresa para todos, se?or —dice Bobby Shaftoe.

 

Ahora se encuentran en un pasillo elevado que da la vuelta al patio. En el primer piso sólo habitan los animales y los sirvientes. El se?or Pascual lo lleva hasta la puerta que da entrada al entresuelo. Allí las paredes son de piedra basta y los techos simples tablas pintadas. Atraviesan una oscura y sombría oficina donde el padre y el abuelo del se?or Pascual solían recibir a los capataces de las haciendas y plantaciones familiares. Durante un momento, Bobby Shaftoe siente renacer la esperanza. Ese piso tiene algunas habitaciones que en los viejos días eran apartamentos para los sirvientes de alto nivel, tíos solteros y tías solteronas. Ahora que el negocio de la hacienda ya no es lo que era, los Pascual los alquilan a las estudiantes. Quizás el se?or Pascual lo esté llevando directamente a Glory.

 

Pero acaba igual que todas las ilusiones estúpidas y calentonas cuando Shaftoe se encuentra al pie de una gran escalera de madera de nara pulida. En lo alto puede ver un techo de esta?o prensado, candelabros y la imponente superestructura de la se?ora Pascual, contenida en el interior de un impresionante corpino que parece concebido por un ingeniero naval. Suben por la escalera hasta la antesala, que según Glory es estrictamente para visitantes fortuitos e inesperados, pero es más elegante que cualquier otra habitación que Bobby Shaftoe haya visto. Por todas partes hay grandes jarrones y vasijas, supuestamente antiguas y supuestamente de Japón y China. Corre una brisa fresca; mira por la ventana y ve, cuidadosamente enmarcada, la cúpula verde de la catedral y la cruz celta en lo alto, justo como la recordaba. La se?ora Pascual tiende la mano y Shaftoe la agarra.

 

—Se?ora Pascual —dice—, gracias por recibirme en su casa.

 

—Por favor, siéntese —dice ella—, queremos oírlo todo.

 

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