Todos se quedaron asombrados de que el americano hubiese realmente pedido algo. La tensión se rompió, aunque sólo un poquito. El chef se puso a trabajar y preparó dos porciones, que procedió a servirle en un pedestal de madera.
A Shaftoe le habían ense?ado a comer insectos y a arrancarle la cabeza a un pollo a mordiscos, así que se imaginó que podía tragarse aquello. Cogió las porciones con los dedos, como hacían los nipos, y se las comió. Sabían bien. Pidió dos más, de otra clase. El tipo de la esquina seguía leyendo poesía. Shaftoe se comió sus porciones y pidió algunas más. Durante unos diez segundos, por el sabor del pescado y el sonido de la poesía, se sintió realmente cómodo en aquel lugar, y se olvidó de que simplemente estaba preparando una virulenta pelea racial.
Lo tercero que le sirvieron tenía un aspecto diferente: sobre el pescado crudo había una hojas delgadas y traslúcidas de un material húmedo y reluciente. Parecía papel empapado de aceite. Shaftoe lo contempló boquiabierto durante un rato, intentado identificarlo, pero no se parecía a ningún alimento que conociese. Miró a derecha y a izquierda, con la esperanza de que uno de los nipos hubiese pedido lo mismo, para echar un vistazo y descubrir cómo se comía. No hubo suerte.
Demonios, eran oficiales. Quizás alguno de ellos hablase un poco de inglés.
—Perdóneme. ?Qué es esto? —dijo Shaftoe, levantando una esquina de la extra?a membrana.
El chef lo miró nervioso, miró hacia la barra, sondeando a los clientes. Se produjo una discusión. Al fin, un oficial nipo sentado al otro extremo de la barra, un teniente naval, se puso en pie y le habló a Bobby Shaftoe.
—Algas marinas.
A Shaftoe no le gustó especialmente el tono de voz del teniente: hostil y arisco. En combinación con la expresión de su cara, el mensaje parecía ser: ?Nunca lo comprenderías, granjero, así que por qué no lo consideras algas marinas.?
Shaftoe cruzo con formalidad las manos sobre el regazo, miró las algas marinas durante unos segundos, y luego levantó la vista en dirección al teniente, quien todavía le miraba sin mostrar ninguna expresión.
—?Qué tipo de ?alga marina?, se?or? —preguntó.
Miradas elocuentes empezaron a volar por todo el local, como los semáforos antes de un encuentro naval. La lectura de poesía parecía haber terminado, y desde el fondo del local se había iniciado una emigración de soldados. Mientras tanto, el teniente tradujo la pregunta de Shaftoe a los otros, que la discutieron con todo detalle, como si fuese una importante propuesta política de Franklin Delano Roosevelt.
El teniente y el chef intercambiaron algunas palabras. A continuación, el teniente miró a Shaftoe.
—Dice que pague ahora.
El chef levantó la mano y frotó los dedos con el pulgar.
Un a?o de trabajo en la Patrulla Fluvial del Yangtzé había dotado a Bobby Shaftoe de nervios de titanio, además de una fe ilimitada en sus compa?eros, por lo que resistió el impulso de volver la cabeza y mirar por la ventana. Ya sabía con exactitud lo que vería: marines, hombro contra hombro, dispuestos a morir por él. Se rascó el nuevo tatuaje del brazo: un dragón. Las u?as sucias al pasar sobre las costras recientes produjeron un sonido áspero en el total silencio del restaurante.
—No ha contestado a mi pregunta —dijo Shaftoe, pronunciando las palabras con precisión etílica.
El teniente lo tradujo al nipón. Más discusiones. Pero en esta ocasión fueron cortantes y firmes. Shaftoe sabía que estaban a punto de ir a por él. Cuadró los hombros.
Los nipos eran buenos: montaron una carga organizada fuera de la puerta, hacia la acera, y se enfrentaron con los marines, antes de que cualquiera le pusiese la mano encima. El ataque de anulación impidió a los marines invadir el restaurante, lo que hubiese estropeado la comida de los oficiales y, con suerte, hubiese producido imprevisibles da?os a la propiedad. A continuación, Shaftoe sintió como al menos tres personas lo agarraban por detrás y lo elevaban en el aire. Mientras sucedía todo aquello, miró a los ojos al teniente y gritó:
—?Me está tomando el pelo con lo de las algas marinas?
En lo que se refiere a la bronca, lo único a destacar de la presente fue la forma en que lo llevaron a la calle antes de que pudiese empezar a pegar. Aparte de eso, fue como cualquier otra pelea callejera con soldados nipos en la que se hubiese metido en Shanghai. Al final todas se reducían al músculo americano (no te elegían para el Cuarto Regimiento a menos que fueses como un armario de metro ochenta) contra los hachazos-tortazos nipones.