El Código Enigma

Shaftoe marcha junto a la formación, supuestamente para vigilar a sus hombres, pero en realidad para admirar Shanghai.

 

Shanghai le devuelve la mirada y, en general, les regala una ovación entusiasta. Evidentemente, siempre hay algún alborotador callejero que considera una cuestión de honor dejar bien claro que no teme a los marines, y los abuchea desde una distancia segura, y también disparan petardos, lo que no ayuda a mantener la calma. Los europeos aplauden, todo un grupo de coristas rusas de Delmonte ense?a los muslos y lanza besos. Pero la mayoría de los chinos se muestran hieráticos, lo que significa —sospecha Bobby— que están muertos de miedo.

 

Lo peor son las mujeres que llevan ni?os medio blancos. Algunas de ellas se comportan con furia, con histeria, arrojándose entre las formaciones de marines sin que les importen las culatas de los rifles. Pero la mayoría se muestran estoicas: permanecen de pie sosteniendo a los ni?os de ojos claros y miran fijamente, buscando al culpable entre las filas. Todo el mundo ha oído lo que sucedió río arriba, en Nanjing, cuando llegaron los nipos, y saben que cuando todo acabe el único rastro que podría quedar de que ellas y sus bebes existieron sería el horrible recuerdo en la mente de algún marine americano.

 

Las miradas funcionan en el caso de Shaftoe: ha cazado ciervos en Wisconsin y les ha visto cojear por la nieve mientras se desangraban hasta morir. Vio a un hombre morir durante la instrucción en isla de Parris. Ha visto mara?as de cuerpos en el Yangtzé, corriente abajo del lugar donde los nipones juzgaban el Incidente de China, y había visto a refugiados de lugares como Nanjing morirse de hambre en los callejones de Shanghai.

 

él mismo ha matado a gente que intentaba tomar por asalto los barcos fluviales que les habían ordenado proteger. Piensa que nunca ha visto, y nunca verá, nada tan terrible como esas mujeres chinas de rostro duro sosteniendo a sus bebés blancos, sin siquiera parpadear mientras los petardos estallan a su alrededor.

 

Es decir, hasta que mira los rostros de ciertos marines que a su vez miran la multitud y ven sus propios rostros devolviéndoles la mirada, regordetes por la grasa infantil y llenos de lágrimas. Algunos parecen tomárselo a broma. Pero muchos de los marines que salieron esa ma?ana de los barracones vacíos como hombres cuerdos y responsables, para cuando llegan a las ca?oneras que les esperan en el Bund se han vuelto completamente locos. No lo demuestran todavía. Pero Shaftoe puede ver en sus ojos que finalmente algo en su interior se ha derrumbado.

 

Los mejores hombres del regimiento están muy mal de ánimos. Los que como Shaftoe no se involucraron con las mujeres chinas dejan, aun así, muchas cosas detrás: casas con sirvientas y chicos para abrillantar los zapatos y coolies… con mujeres y opio casi por nada. No saben a dónde les envían, pero está claro que veintiún dólares al mes no les llevarán muy lejos. Volverán a ir a los barracones y tendrán que abrillantarse sus propias botas. Una vez retiradas las pasarelas del Bund, quedan aislados de un mundo que no volverán a ver, un mundo en el que eran reyes. Ahora vuelven a ser marines. A Shaftoe no le importa, porque él quiere ser marine. Pero muchos de los hombres han llegado a la mediana edad, y no quieren serlo.

 

Los hombres culpables se ocultan en el interior. Shaftoe permanece en la cubierta de la ca?onera, que se separa del Bund, en dirección al crucero Augusta, que les espera en medio del canal.

 

El Bund está atestado de curiosos en una confusión de ropas de diferentes colores, así que un grupo de uniforme le llama la atención: un grupo de soldados nipos que han venido a ofrecer a sus colegas yanquis una despedida sarcástica. Shaftoe busca en el grupo a alguien alto y voluminoso, y lo encuentra con facilidad. Goto Dengo le dice adiós con la mano.

 

Shaftoe se quita el casco y le devuelve la despedida. Luego, en un impulso, sólo porque le da la gana, se prepara y lanza el casco directamente hacia la cabeza de Goto Dengo. No le sale bien y Goto Dengo debe derribar como a una docena de sus compatriotas para atraparlo. Todos ellos parecen pensar que se trata de un gran honor, además de extremadamente divertido, el ser derribado por Goto Dengo.

 

Veinte segundos más tarde, un cometa sale volando del cosmos de carne del Bund y cae sobre la cubierta de madera de la ca?onera, un gran lanzamiento. Goto Dengo está demostrando su puntería. El proyectil es una piedra envuelta en una serpentina blanca. Shaftoe corre a recogerlo. La serpentina es uno de esos pa?uelos de mil puntadas (se supone; ha quitado algunos a nipos inconscientes, pero nunca se ha molestado en contar las puntadas) que se ponen alrededor de la cabeza como amuleto de buena suerte; tiene una albóndiga en el centro y escritura nipona a ambos lados. La desata de la piedra. Al hacerlo ve, de pronto, que no se trata de una piedra; ?es una granada de mano! Pero el bueno de Goto Dengo estaba bromeando; no ha sacado el seguro. Un bonito souvenir para Bobby Shaftoe.

 

El primer haiku (diciembre, 1940) de Shaftoe fue una adaptación apresurada del credo de los marines:

 

El rifle es mío

 

Hay muchos iguales a él

 

Este es el mío

 

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