Luzón es un conjunto de monta?as de exuberante jungla verde oscuro surcadas por ríos que podrían pasar por avalanchas de cieno. A medida que el océano azul oscuro se encuentra con sus playas caqui, el agua adopta el tono chocante de una piscina suburbana. Más al sur, las monta?as están quemadas para dejar paso a la agricultura. La tierra es de un color rojo brillante, por lo que esas partes tienen el aspecto de heridas recientes, pero en su mayor parte está cubierta de follaje que se parece al material verde que los fanáticos de los trenes en miniatura ponen en sus colinas de papel maché, y en amplias zonas de las monta?as no hay se?ales de que los seres humanos hayan existido alguna vez. Más cerca de Manila, algunas de las vertientes están deforestadas, salpicadas de estructuras, tejidas con líneas de alta tensión. Campos de arroz bordean las cuencas. Los pueblos son aglutinaciones de chabolas dispuestas alrededor de enormes iglesias con forma de cruz y buenos tejados.
La visión se vuelve nebulosa a medida que penetran en la cortina de contaminación que cubre la ciudad. El avión comienza a sudar como un enorme vaso de té helado. El agua fluye y cae como una cortina, se acumula en los huecos, y salta con fuerza desde los bordes de los alerones.
De pronto descienden sobre la bahía de Manila, que está marcada por interminables vetas de rojo brillante, algún tipo de explosión de algas. Los superpetroleros dejan a su paso largos arco iris. Todas las calas están abarrotadas de botes delgados y alargados, con doble estabilizador, con aspecto de chinches acuáticas de brillantes colores.
Y al final se encuentran sobre la pista del AíNA, Aeropuerto Internacional Nino y Aquino. Guardias y policías de todo pelaje se pasean portando M—16 o escopetas, cubiertos por túnicas hechas con pa?uelos sujetos a la cabeza por medio de gorras de béisbol americanas. Un hombre ataviado con un radiante uniforme blanco se encuentra bajo la boca del túnel de salida de pasajeros, sosteniendo en las manos barras naranjas fosforescentes, como un Cristo que dispensase perdón a un mundo de pecadores. Un aire sulfuroso y tropical comienza a meterse por el sistema de ventilación del jumbo. Todo se empapa y languidece.
Está en Manila. Saca el pasaporte del bolsillo de la camisa. El nombre es RANDALL LAWRENCE WATERHOUSE.
Así es como nació la corporación Epiphyte:
—?Estoy canalizando mierda! —dijo Avi.
El número llegó al busca de Randy mientras estaba sentado a la mesa en un restaurante de la costa con los amigos de su novia. Un sitio en el que, cada día, imprimían un menú nuevo con láser sobre una imitación de pergamino cien por cien reciclado, en el que los platos estaban recubiertos de trazos osciloscópicos con salsas color neón, y los entrantes eran altas pilas arquitectónicas de extra?os ingredientes tallados como prismas relucientes. Randy había pasado toda la comida resistiéndose a la tentación de invitar a uno de los amigos de Charlene (a uno cualquiera, no importaba) a salir a la calle y darse de pu?etazos.
Miró el busca esperando ver el número del Centro de Computación de las Tres Hermanas, donde trabajaba (técnicamente, sigue trabajando allí). Los dígitos del número de teléfono de Avi penetraron en su ser como lo hubiese hecho el 666 en un fundamentalista.
Quince segundos más tarde, Randy estaba en la acera, pasando la tarjeta por un teléfono público como un asesino pasaría la hoja afilada por la garganta de un político rechoncho.
—El poder está llegando desde Lo Alto —siguió diciendo Avi—. Esta noche, simplemente, llega a través de mí… atiende, pobre cabrón.
—Qué quieres que haga? —preguntó Randy. adoptando un tono frío y casi hostil para enmascarar la enfermiza emoción que sentía.
—Compra un billete para Manila —dijo Avi.
—Primero tengo que hablarlo con Charlene —respondió Randy.
—Ni tú mismo te lo crees —dijo Avi.
—Charlene y yo tenemos una relación muy sólida…
—Han pasado diez a?os. Todavía no te has casado con ella. Saca tú mismo las conclusiones.
(Setenta y dos horas más tarde estaría en Manila, contemplando la Flauta de Un Solo Tono.)
—Todo el mundo en Asia se pregunta cuándo van los filipinos a tomarse las cosas en serio —dijo Avi—; es la gran pregunta de los noventa.
(La Flauta de Un Solo Tono es lo primero que ves cuando atraviesas el control de pasaportes.)
—Medité sobre esa pregunta cuando estaba en la cola del Control de Pasaportes del Aeropuerto Internacional Nino y Aquino —dijo Avi, comprimiendo el nombre completo en un único sonido articulado—. ?Sabes que tienen diferentes filas?
—Supongo que sí-dijo Randy. Un paralelepípedo de atún rehogado dio un salto mortal en su gaznate. Sentía el perverso deseo de tomar un helado de dos bolas. No viajaba tanto como Avi, y apenas tenía una vaga idea de a qué se refería con las ?filas?.
—Ya sabes. Una para nacionales. Una para extranjeros. Puede que una para diplomáticos.
(Ahora, esperando para que le sellen el pasaporte, Randy puede verlo con claridad. Por una vez no le importa esperar. Se sitúa en la cola junto a la fila de los TCE y los examina. Ellos conforman el mercado de Epiphyte Corp. En su mayoría mujeres jóvenes, muchas de ellas vestidas a la moda, pero aún conservando una especie de recatamiento de escuela católica. Agotadas por los largos viajes, cansadas de la espera, se encorvan, y luego de pronto se colocan rectas y levantan las finas barbillas, como si una monja invisible estuviese recorriendo la fila golpeándoles los nudillos con una regla.)
Pero setenta y dos horas antes no había entendido de verdad lo que Avi había querido decir con filas, así que se limitó a decir:
—Sí, ya he visto la cosa de las filas.
—?En Manila, tienen toda una fila para los TCE que regresan!
—?TCE?
—Trabajadores Contratados en el Extranjero. Los filipinos que trabajan fuera… ya que la economía filipina está tan deteriorada. Como sirvientas y ni?eras en Arabia Saudita. Enfermeras y anestesistas en Estados Unidos. Cantantes en Hong Kong, putas en Bangkok.
—?Putas en Bangkok? —Randy al menos sí había estado allí, y su mente retrocedía ante el concepto de exportar prostitutas a Tailandia.
—Las filipinas son más hermosas —dijo Avi con calma—, y poseen una ferocidad que las hace más interesantes para el viajero de negocios inherentemente masoquista, que todas las titis tailandesas.
Ambos sabían que todo aquello eran chorradas; Avi era un hombre de familia y no tenía experiencia de primera mano en esos asuntos. Pero Randy no lo comentó. Siempre que Avi conservase su habilidad para las chorradas improvisadas, tenían muy buenas posibilidades de hacerse asquerosamente ricos.