El Código Enigma

Lo escribió en las siguientes circunstancias: Shaftoe y el resto del Cuarto de Marines se encontraban estacionados en Shanghai para proteger el Asentamiento Internacional y trabajar como músculos en las ca?oneras de la Patrulla Fluvial del Yangtzé. Su pelotón acababa de volver de la Ultima Patrulla: un reconocimiento de mil millas, río arriba, pasando por lo que quedaba de Nanjing, hasta Hankow, y de vuelta. Los marines lo hacían desde la rebelión de los Boxers, la guerra civil y todo lo demás. Pero, hacia finales de 1940, con los nipos [2] controlando ahora el noreste de China, los políticos en D.C. habían tirado finalmente la toalla y habían comunicado a los marines de China que ya no debían remontar el Yangtzé.

 

Ahora, los marines de la vieja guardia como Frick afirmaban que podían distinguir entre bandidos organizados, muchedumbres armadas de campesinos hambrientos, bribones nacionalistas, guerrillas comunistas y las fuerzas irregulares pagadas por los se?ores de la guerra. Pero para Bobby Shaftoe todos eran una panda de asiáticos enloquecidos y armados que querían su parte de la Patrulla Fluvial del Yangtzé. La Ultima Patrulla había sido un viaje desesperado. Pero ya había terminado y estaban de regreso en Shanghai, el lugar más seguro de China, y como cien veces más peligroso que el lugar más peligroso de América. Habían descendido de la ca?onera seis horas antes, se habían metido en un bar, y acaban de salir ahora mismo, cuando habían decidido que ya era hora de irse a un prostíbulo. De camino, dio la casualidad de que pasaron frente a aquel restaurante ?ipo.

 

En otras ocasiones, Bobby Shaftoe ya había mirado por la ventana del local y había observado al hombre del cuchillo intentado comprender qué hacía. Demonios, parecía como si estuviese cortando el pescado sin cocinarlo y poniendo la carne cruda sobre montoncillos de arroz para pasárselos a continuación a los clientes nipos del otro lado del mostrador, que los engullían.

 

Tenía que ser una ilusión óptica. El pescado debía haber sido cocinado de antemano en la parte trasera del local.

 

Esa situación llevaba un a?o incomodando a Shaftoe. Cuando él y los otros marines borrachos y calientes pasaron frente al local, redujo el paso para echar un vistazo, intentando reunir más pruebas. Podría jurar que parte de aquel pez tenía un color rojo rubí, lo que no podía ser si estaba cocinado.

 

Uno de sus compa?eros, Rhodes, de Shreveport, le vio mirar. Desafió a Shaftoe a entrar allí y sentarse. Luego otro soldado, Gowicki, de Pittsburg, ?dobló el desafío!

 

Shaftoe apretó los dientes y consideró la cuestión. Ya se había decidido a hacerlo. Era un explorador encubierto, y formaba parte de su personalidad hacer locuras de aquel tipo; pero examinar el territorio antes de aventurarse en él también era parte de su entrenamiento.

 

El restaurante estaba tres cuartas partes lleno, y todos los clientes eran miembros uniformados del ejército nipón. En el bar donde el hombre cortaba pescado aparentemente crudo había una gran concentración de oficiales; si tuviese una granada, la tiraría allí. El local estaba ocupado en su mayoría por mesas alargadas en las que se sentaban los soldados, tomando sopa de tallarines. Shaftoe les prestó una atención especial, porque eran ellos los que iban a darle, en sesenta segundos, una paliza. Algunos estaban a solas, leyendo. Un grupo, en una esquina, prestaban atención a un tipo que aparentemente contaba una historia o un chiste.

 

Cuanto más tiempo pasaba Shaftoe reconociendo el local, más se convencían Rhodes y Gowicki de que de verdad iba a hacerlo. Se entusiasmaron y llamaron a más marines, quienes se habían adelantado en dirección al prostíbulo.

 

Shaftoe vio que regresaban los otros. Eran su reserva táctica.

 

—?Qué co?o! —dijo y entró en el restaurante.

 

A su espalda, podía oír a los otros gritar entusiasmados; no podían creer que lo estuviese haciendo. Cuando Shaftoe atravesó el portal de aquel restaurante nipo pasó a formar parte de la leyenda.

 

Todos los nipos le miraron al atravesar la puerta. Si estaban sorprendidos no lo manifestaron. El chef tras el mostrador comenzó a entonar una especie de saludo ritual, que fue desvaneciéndose hasta apagarse cuando vio lo que había entrado. El tipo al fondo del local —un nipo de mejillas coloradas, de voz ronca— siguió contando su historia o su chiste o lo que fuese.

 

Shaftoe saludó sin dirigirse a nadie en particular, luego se acercó a la silla libre más próxima y se sentó.

 

Otros marines hubiesen esperado a tener reunido a todo el pelotón. A continuación, hubiesen invadido el restaurante en masa, tirando algunas sillas y derramando algo de sopa. Pero Shaftoe había tomado la iniciativa antes de que los otros pudiesen hacer algo así y había entrado solo, como se suponía que hacía un explorador encubierto. Pero no se trataba sólo de que fuese un explorador encubierto. También se debía a que era Bobby Shaftoe, y sentía sincera curiosidad por aquel sitio y, si podía, quería pasar allí unos minutos de calma y aprender algunas cosas antes de que empezase la diversión.

 

Ayudó, claro, que Shaftoe fuera un borracho tranquilo y contemplativo, no un borracho peligrosamente explosivo. Debía apestar a cerveza (los teutones de Tsingtao producían un brebaje cuyo sabor le devolvía a Wisconsin, y sentía a?oranza). Pero no aullaba ni tiraba cosas.

 

El chef estaba ocupado montando uno de los bocaditos y fingía ignorar a Shaftoe. Los otros hombres lo miraron con frialdad durante un momento y luego volvieron a centrar su atención en la comida. Shaftoe examinó los peces crudos dispuestos sobre el hielo picado y a continuación dirigió la mirada al resto del local. El tipo al fondo hablaba a ráfagas cortas leyendo de un libro de notas. Decía como diez o veinte palabras y a continuación los miembros de su reducida audiencia se miraban entre sí y sonreían, o hacían una mueca, y en ocasiones incluso aplaudían. No recitaba como si fuesen chistes verdes. Hablaba con precisión y expresividad.

 

?Co?o! ?Leía poesía! Shaftoe no entendía lo que decía, pero sí sabía, por los sonidos, que debía ser poesía. Pero no rimaba. Aunque los nipos lo hacían todo al revés.

 

Observó que el chef lo miraba con hostilidad. Se aclaró la garganta, lo que no tenía demasiado sentido puesto que no sabía hablar ?ipo. Miró en dirección al pescado rojo rubí que había tras la barra, lo se?aló y levantó dos dedos.

 

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