—Normalmente no soy un tipo demasiado intuitivo —dice Randy—, pero he pasado trece horas en un avión y a mi cerebro le han dado la vuelta y lo han colgado para que se seque.
Avi lanza las justificaciones tradicionales: el espacio para oficinas es mucho más barato en Intramuros. Los ministerios del gobierno están mucho más cerca. Makati, el reluciente y nuevo distrito comercial, está demasiado aislado de los verdaderos filipinos. Randy no presta atención.
—Quieres actuar desde Intramuros porque fue sistemáticamente arrasado y porque te obsesiona el Holocausto —dice Randy al fin, con tranquilidad y sin rencor.
—Sí. ?Y? —responde Avi.
Randy mira por la ventanilla del 747 en dirección a Manila, bebiendo un refresco nipón de color verde fosforescente fabricado con extractos de abeja (o, al menos, tiene el dibujo de una abeja) y mascando algo que la azafata denominó tentempié japonés. El cielo y el océano muestran el mismo color, un tono de azul que hace que se le congelen los dientes. El avión vuela tan alto que, ya mire arriba o abajo, ve imágenes escorzadas de pilas de hirvientes cúmulos. Las nubes surgen del cálido Pacífico como si inmensos barcos de guerra estuviesen explotando por toda la zona. Crecen y se mueven a una velocidad alarmante, las formas que adoptan son tan variadas y grotescas como las de los organismos de las profundidades, y todas ellas, supone Randy, son tan peligrosas para un avión como las estacas de bambú para un peatón descalzo. Se sobresalta al descubrir la albóndiga de color rojo anaranjado pintada en el ala. Se siente como si le hubiesen transportado a una vieja película bélica.
Enciende el portátil. Los correos electrónicos de Avi, cifrados en lo que externamente son mensajes de que-te-vaya-bien, se han ido acumulando en la bandeja de entrada. Es una acumulación gradual de diminutos archivos, enviados por Avi cada vez que le venía una idea a la cabeza durante los últimos tres días; sería evidente, incluso si Randy no lo supiese, que Avi posee una máquina portátil de correo electrónico que puede conectarse a Internet por radio. Randy arranca un programa que técnicamente se llama Novus Ordo Seclorum pero que todo el mundo abrevia como Ordo. Es un chiste muy forzado que se fundamenta en que la tarea de Ordo, como programa criptográfico, consiste en colocar los bits de un mensaje en un Nuevo Orden y le llevaría siglos al gobierno descifrarlo. En medio de la pantalla aparece la imagen de la Gran Pirámide, y un solitario ojo se materializa gradualmente en su ápice.
Ordo puede realizar su trabajo de dos formas. La más evidente es descifrar todos los mensajes y convertirlos en archivos de texto en el disco duro, que Randy podría leer en cualquier momento. El problema (si eres un paranoico) es que cualquiera podría apropiarse del disco duro y leer los archivos. Quién sabe, a los agentes de aduanas de Manila podría ocurrírseles requisar el ordenador por pornografía infantil. O, atontado por el desajuste horario, podría dejarse el portátil en un taxi. Por tanto, en lugar de eso, activa Ordo en modo de flujo, que descifrará los mensajes lo justo para que él pueda leerlos y luego, cuando cierre las ventanas, borrará los archivos descifrados de la memoria y del disco duro.
El asunto del primer mensaje de Avi es: ?Directriz 1.?
Buscamos sitios donde las matemáticas sean favorables. ?Qué significa eso? Significa que buscamos lugares en los que la población esté a punto de explotar —podemos predecirlo simplemente echando un vistazo al histograma de edades— y la renta per cápita esté a punto de dispararse como sucedió en Nipón, Taiwán, Singapur. Multiplica esos dos factores y obtendrás el crecimiento exponencial que nos hará asquerosamente ricos antes de cumplir los cuarenta.
Se trata de una alusión a una conversación entre Randy y Avi de hacía dos a?os, durante la cual Avi calculó el valor numérico específico de ser asquerosamente ricos. Sin embargo, no se trataba de una constante fija sino de una celda en una hoja de cálculo enlazada con varios indicadores económicos que variaban continuamente. En ocasiones, cuando Avi trabaja frente al ordenador deja la hoja de cálculo corriendo en una peque?a ventana para poder echar un vistazo al valor actual de ?ser asquerosamente rico?.
El segundo mensaje, enviado un par de horas más tarde, se llama ?Directriz 2?.
Dos: elegir un campo tecnológico en el que nadie pueda competir con nosotros. Ahora mismo, el único es redes. Damos mil vueltas a cualquier otro en todo el mundo cuando se trata de redes. Ni siquiera es divertido.
Al día siguiente, Avi había enviado un mensaje llamado, simplemente, ?Más?. Quizá ya no se acordaba de cuántas directrices había establecido hasta ese momento.
Otro principio: esta vez mantenemos el control de la corporación. Eso significa que conservamos al menos un cincuenta por ciento de las acciones… lo que implica poca o ninguna inversión externa hasta que hayamos ganado algo de valor.
—No tienes que convencerme de eso —murmura Randy para sí, al leer lo siguiente.
Ese principio limita el tipo de negocio en el que podemos meternos. Olvida cualquier cosa que exija una gran inversión inicial