El Código Enigma

—Eso es una suposición injustificada.

 

—?No le escuches, Lawrense! —dijo Rudy—. Va a decirte que nuestros cerebros son máquinas de Turing.

 

—Gracias, Rudy —dijo Alan pacientemente. Lawrence, yo planteo que nuestros cerebros son máquinas de Turing.

 

—?Pero has demostrado que existe un montón de fórmulas que una máquina de Turing no puede procesar!

 

—Y tú también lo has demostrado, Lawrence.

 

—?Pero no crees que podemos hacer algunas cosas que una máquina de Turing no podría

 

—Gódel está de acuerdo contigo, Lawrence —intervino Rudy—, y también Hardy.

 

—Dame un ejemplo —dijo Alan.

 

—De una función no computable que un humano puede hacer y una máquina de Turing no?

 

—Sí. Y no me cuentes ninguna tontería sentimental sobre creatividad. Yo creo que una máquina universal de Turing podría mostrar comportamientos que interpretaríamos como creativos.

 

—Bueno, entonces no sé… Intentaré mantenerme alerta sobre ese tipo de cosas en el futuro.

 

Pero después, mientras pedaleaban de vuelta a Princeton, dijo:

 

—?Y qué hay de los sue?os?

 

—?Cómo esos ángeles de Virginia?

 

—Supongo.

 

—Se trata simplemente de ruido en las neuronas, Lawrence.

 

—También so?é ayer por la noche que había un zeppelín ardiendo.

 

Al poco tiempo, Alan obtuvo su doctorado y volvió a Inglaterra. Le escribió un par de cartas a Lawrence. La última se?alaba, simplemente, que no podría escribirle más cartas con ?sustancia? y que Lawrence no debía tomárselo como algo personal. Este comprendió de inmediato que la sociedad de Alan le había puesto a trabajar en algo útil, probablemente resolviendo cómo evitar que se los comiese vivos uno de sus vecinos. Lawrence se preguntó qué uso le encontraría a él América. Regresó a la Escuela Universitaria Estatal Iowa, se planteó cambiar su especialidad a matemáticas pero no lo hizo. Todos aquellos a los que consultó coincidían en que las matemáticas, al igual que la restauración de órganos, estaban bien, pero que uno necesitaba algo con lo que llevar pan a la mesa. Se quedó en ingeniería y fue obteniendo peores y peores resultados hasta mediados de su último a?o, cuando la universidad le sugirió que comenzase una línea provechosa de trabajo, como arreglar tejados. Salió directamente de la universidad a los brazos expectantes de la Marina.

 

Le hicieron una prueba de inteligencia. La primera pregunta de la parte de matemáticas tenía que ver con botes en un río: Port Smith está a cien millas corriente arriba de Port Jones. El río fluye a cinco millas por hora. El bote surca el agua a diez millas por hora. ?Cuánto tiempo lleva ir desde Port Smith hasta Port Jones? ?Cuánto tiempo lleva regresar?

 

Lawrence vio inmediatamente que se trataba de una pregunta con trampa. Tendrías que ser un idiota para hacer la fácil suposición de que la corriente a?adiría o sustraería cinco millas por hora a la velocidad del bote. Claramente, cinco millas por hora no era nada más que la velocidad media. La corriente sería más rápida en el medio del río y más lenta en los laterales. Se podrían esperar variaciones más complicadas en las curvas del río. Básicamente, era una cuestión de hidrodinámica que podría abordarse utilizando ciertos sistemas de ecuaciones diferenciales muy conocidos. Lawrence se sumergió en el problema cubriendo rápidamente (o eso le pareció) ambos lados de diez hojas de papel con sus cálculos. A medio camino se dio cuenta de que una de sus suposiciones, en combinación con las ecuaciones Navier-Stokes simplificadas, le había conducido a la exploración de una familia particularmente interesante de ecuaciones diferenciales parciales. Antes de darse cuenta había demostrado un nuevo teorema. Si eso no demostraba su inteligencia, ?qué lo haría?

 

Entonces sonó el timbre y se recogieron los exámenes. Lawrence se las arregló para quedarse con su hoja borrador. Se la llevó de vuelta a su dormitorio, la reescribió y se la envió por correo a uno de los profesores de matemáticas más accesibles de Princeton, quien enseguida consiguió que fuese publicada en una revista de matemáticas de París.

 

Lawrence recibió dos ejemplares gratis y recién impresos de la revista unos cuantos meses más tarde, en San Diego, California, durante la entrega del correo a bordo de un gran barco llamado U.S.S. Nevada. El barco tenía una banda, y la Marina le había asignado a Lawrence el puesto de xilofonista, ya que su examen había demostrado que no era lo bastante inteligente para hacer alguna otra cosa.

 

Neal Stephenson's books