Se siente una tremenda conmoción en la cubierta de la nave, que hace que sus pies y piernas parezcan haber saltado un precipicio de tres metros para caer sobre cemento sólido. Pero no ha sido así, sigue de pie. No tiene el más mínimo sentido.
La banda ha terminado de tocar el himno nacional y presta atención al espectáculo. Las sirenas y las bocinas se dejan oír por todas partes, en el Nevada, en el Arizona situado en el amarradero contiguo, en los edificios de tierra. Lawrence no aprecia fuego antiaéreo, no ve en el cielo ningún avión que pueda reconocer. Las explosiones se suceden. Lawrence se acerca a la baranda y atraviesa con la mirada los pocos metros de agua que les separan del Arizona.
Otro más de esos aeroplanos en picado lanza un proyectil que cae directamente sobre la cubierta del Arizona para a continuación, aunque parezca extra?o, desaparecer. Lawrence parpadea y ve que ha dejado sobre la cubierta un perfecto agujero en forma de bomba, justo como si fuese un personaje de dibujos animados histéricos de la Warner Brothers atravesando a gran velocidad alguna estructura plana, como una pared o un techo. Durante unos microsegundos sale fuego de ese agujero antes de que toda la cubierta se hinche, desintegrándose, y se convierta en un floreciente globo de fuego y oscuridad. Waterhouse es vagamente consciente de que un montón de material se dirige hacia él a toda velocidad. Es tan enorme que más bien le da la impresión de que es él quien vuela hacia allí. Se queda congelado. Pasa a su lado, por encima, a través de él. Un sonido terrible le perfora el cráneo, una nota golpeada al azar, discordante pero no sin alguna especie de armonía. Calidades musicales a un lado, es tan jodidamente fuerte que casi le mata. Se pone las manos sobre los oídos.
Pero el sonido sigue ahí, como agujas al rojo vivo que le atravesasen los oídos. Las campanas del infierno. Gira para evitarlo, pero le sigue. Siente una correa enorme y gruesa alrededor del cuello, anudada a la altura de la entrepierna, donde lleva una base. Metido en la base está el soporte central del xilófono, que permanece frente a él como un peto en forma de lira, con enormes y esponjosas borlas colgando de los extremos superiores. Curiosamente, una de las borlas está ardiendo. No es lo único que está mal en el xilófono, pero no puede apreciarlo del todo porque se le oscurece la visión periódicamente por algo que pasa frente a él cada pocos momentos. Lo único que sabe es que el xilófono se ha tragado un enorme cuanto de pura energía y ha sido propulsado a un estado increíblemente superior nunca antes alcanzado por un instrumento similar; es un monstruo ardiente, brillante, gimiente, campaneante, radiactivo, un cometa, un arcángel, un árbol de magnesio en llamas, atado a su cuerpo, de pie en su entrepierna. La energía se transmite por su eje central zumbante, a la base y a sus genitales, lo que en otras circunstancias le hubiese producido una erección.
Lawrence pasa algo de tiempo vagando sin rumbo sobre la cubierta. A final tiene que ayudar a abrir una escotilla para algunos hombres. y se da cuenta de que todavía lleva las manos sobre las orejas, y así ha sido durante mucho tiempo excepto cuando se limpiaba los ojos. Cuando las retira el ruido ha desaparecido, y ya no oye a los aviones. Pensaba que quería descender, porque el peligro venía del aire y le gustaría tener algo de aspecto permanente entre él y el peligro, pero muchos de los marineros mantienen la opinión contraria. Oye que han sido alcanzados por uno, o dos, de algo que rima con ?torpedo?, y que intentan ganar velocidad. Oficiales y suboficiales, te?idos de negro y rojo por el humo y la sangre, le ordenan continuamente que se encargue de tareas diferentes, y extremadamente urgentes, que no entiende del todo, porque continuamente se lleva las manos a los oídos.
Probablemente pasa otra media hora antes de que se le ocurra la idea de dejar el xilófono, que es, después todo, más un estorbo que otra cosa. Le fue entregado por la Marina con gran cantidad de advertencias sobre las consecuencias de un mal uso. Lawrence es muy consciente de ese tipo de cosas, desde la época en que le dieron por primera vez privilegios de órgano en West Point, Virginia. Pero en esta ocasión, por primera vez en su vida, mientras permanece de pie observando cómo el Arizona arde y se hunde, se limita a decirse a sí mismo: ?Bien, a la mierda! Saca el xilófono del soporte y lo mira por última vez, será la última vez en su vida que toque un xilófono. De todas formas, comprende, ya no tiene sentido salvarlo; varias barras están dobladas. Le da la vuelta y descubre que trozos de metal ennegrecido y distorsionado han chocado con varias de las barras. Lanzando literalmente su precaución al viento, lo arroja por la borda, más o menos en la dirección del Arizona, una lira militar de acero bru?ido que acompa?a con su canto a un millar de hombres hasta su lugar de descanso en el fondo del puerto.
Mientras se desvanece en medio de una mancha de combustible ardiente, llega la segunda ola de aviones de ataque. La artillería antiaérea de la Marina finalmente abre fuego y comienzan a llover bombas sobre la zona circundante y a volar edificios ocupados. Puede ver llamas con forma humana corriendo por las calles seguidas de gente con mantas.