El Código Enigma

El resto del día se invierte, en el caso de Lawrence Pritchard Waterhouse y el resto de la Marina, aceptando el hecho de que muchas estructuras bidimensionales en aquel u otros barcos, que se colocaron para evitar la mezcla de diversos fluidos (por ejemplo, combustible y aire) tienen agujeros, y no sólo eso, sino que otras muchas cosas están ardiendo y que todo está algo más que un poco ahumado. Ciertos objetos que se supone deben (a) permanecer horizontales y (b) sostener cosas pesadas, han dejado de cumplir ambas tareas.

 

La sala de máquinas del Nevada consigue ganar velocidad con un par de calderas y el capitán intenta sacar la nave del puerto. Tan pronto como se mueve, sufre un ataque concertado, en su mayoría de bombarderos deseosos de hundirlo en el canal y bloquear el puerto por completo. Al final, el capitán da la vuelta antes de que suceda tal cosa. Por desgracia, lo que el Nevada tiene en común con otros buques de la Marina es que no está realmente dise?ado para actuar a partir de una posición estacionaría y, en consecuencia, recibe tres impactos más. En conjunto, es una ma?ana muy emocionante. Como miembro de la banda que ya no tiene su instrumento, los deberes de Lawrence no están muy bien definidos, y pasa más tiempo del debido mirando los aviones y las explosiones. Ha retomado sus reflexiones anteriores con respecto a las sociedades y sus esfuerzos por superarse las unas a las otras.

 

Tiene muy claro, a medida que ola tras ola de bombarderos nipones se lanzan con precisión caligráfica contra la nave sobre la que está de pie, y a medida que la flor y nata de la Marina de su país arde, estalla y se hunde, sin ofrecer prácticamente resistencia, que su sociedad va a tener que replantearse un par de cosas.

 

En algún momento se quema la mano con algo. Es la mano derecha, lo que es preferible: es zurdo. Además, le queda claro que una porción del Arizona ha intentado arrancarle el cuello cabelludo. Son heridas leves para los niveles de Pearl Harbor y no pasa mucho tiempo en el hospital. El doctor le advierte que la piel de la mano puede contraerse y limitarle los movimientos de los dedos. Tan pronto como puede soportar el dolor, Lawrence comienza a tocar el Arte de la fuga de Bach sobre el regazo si no tiene alguna otra ocupación. La mayoría de esas composiciones se inician con simplicidad; se puede imaginar con facilidad al viejo Johann Sebastian sentado en su banco una fría ma?ana de Leipzig, retirados uno o dos registros de flauta dulce, la mano izquierda en el regazo, un gordo ni?o del coro, o dos, en la esquina esforzándose en el doble fuelle, mientras apagados sonidos ansiosos surgen de todos los agujeros del mecanismo, y la mano derecha de Johann vagando sin rumbo sobre la prohibida simplicidad del Gran manual, acariciando los amarillentos y rotos colmillos de elefante, buscando alguna melodía que no haya inventado todavía. Ahora mismo es bueno para Lawrence, así que obliga a su mano derecha a realizar los mismos movimientos que Johann, aunque esté cubierta de vendas y emplee una bandeja virada como sustituto del teclado, y tenga que tararear la música. Cuando le coge el gusto, su pie se mueve y presiona bajo las sábanas, tocando sobre pedales imaginarios, y los vecinos se quejan.

 

Sale del hospital en unos días, justo a tiempo para que él y el resto de la banda de música del Nevada inicien su nueva tarea bélica. Esto debía ser, evidentemente, todo un problema para los expertos en personal de la Marina. Esos músicos eran (desde el punto de vista de matar nipos) completamente inútiles. Desde el 7 de diciembre no tienen ni siquiera un buque en funcionamiento y la mayoría de ellos han perdido los clarinetes.

 

Aun así, no todo es cargar obuses y darle a los gatillos. Ninguna gran organización puede matar nipos de forma sistemática sin realizar una cantidad casi increíble de labores de mecanografía y archivo. Es lógico suponer que hombres que pueden tocar el clarinete no realizarán ese trabajo peor que cualquier otro. Y por tanto Waterhouse y sus compa?eros de banda reciben órdenes transfiriéndolos a lo que parece ser una de las ramas de me cano grafía-y—archivo de la Marina.

 

Es un edificio, no un barco. Hay mucho personal en la Marina que desprecia la misma idea de trabajar en un edificio, y Lawrence y otros reclutas recientes, deseosos de encajar, han adoptado el hábito de imitar la misma actitud. Pero ahora que han visto lo que le sucede a un barco cuando detonas cientos de kilos de explosivos sobre, dentro, o alrededor de él, Waterhouse y muchos otros están reconsiderando esos prejuicios con respecto a trabajar en edificios. Se presentan en sus nuevos puestos con la moral muy alta.

 

Su nuevo oficial al mando no se siente tan feliz, y sus sentimientos parecen ser compartidos por toda la sección. A los músicos se les recibe sin darles la bienvenida y se les saluda sin honores. La gente que ha estado trabajando en este edificio —lejos de sentirse intimidados por tipos que no sólo han trabajado hasta hace poco en un barco de verdad sino que además han estado muy cerca de cosas que explotaban, ardían, etc., y no por fallos rutinarios sino porque los hombres malos lo causaron deliberadamente— no parecen considerar que Lawrence y los otros músicos merezcan que se les confíe aquel nuevo trabajo, lo que demonios sea.

 

Abatidos, casi con desesperación, el oficial al mando y sus subordinados instalan a los músicos. Incluso si no tienen escritorios suficientes para todos, cada hombre tendrá al menos una silla en una mesa o barra. Se demuestra bastante ingenio a la hora de encontrar sitio para todos los nuevos. Está claro que esa gente intenta hacer lo mejor posible lo que consideran una tarea inútil.

 

A continuación les dan una peque?a charla sobre discreción. Una larga charla, en realidad. Realizan ejercicios para comprobar su habilidad para deshacerse de cosas de la forma correcta. Siguen así mucho tiempo, y cuanto más tiempo dedican a ello, sin explicaciones, más misterioso se vuelve. Los músicos, que al principio se sintieron un poco molestos por la frialdad de la recepción, comienzan a hacer cabalas entre ellos sobre en qué tipo de operación se han metido.

 

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