El Código Enigma

—Es lo que siempre digo al despertar-dice Shaftoe.

 

Su nuevo hogar resulta ser un viejo edificio en una granja de olivos, plantación, huerto o como se llame el sitio donde crecen olivos. Si este edificio estuviese en Wisconsin, cualquier idiota que pasase a su lado lo consideraría abandonado. Aquí, Shaftoe no está tan seguro. El tejado se ha derrumbado en parte bajo el peso agotador de las tejas rojas, y las ventanas y puertas están abiertas a los elementos. Se trata de una estructura grande, tan grande que después de varias horas de martillar pueden meter uno de los camiones dentro y ocultarlo de los fisgones aéreos. Descargan los sacos de basura del otro camión. El italiano se lo lleva y desaparece para siempre.

 

El cabo Benjamín, el operador de radio, se atarea trepando a los olivos y tendiendo cables de cobre por todas partes. Los individuos del SAS van de reconocimiento mientras los del cuerpo de marines abren los sacos de basura y empiezan a esparcirla. Hay varios meses de periódicos italianos. Todos abiertos, recolocados, doblados sin orden ni concierto. Han arrancado artículos, otros artículos están rodeados por círculos o llevan anotaciones a lápiz. Las órdenes de Chattan comienzan a filtrarse en el cerebro de Shaftoe; apila los periódicos en una esquina del granero, primero los más viejos, los más recientes en lo alto.

 

Hay un saco lleno de colillas, cuidadosamente fumadas hasta dejar lo mínimo. Son de una marca continental que Shaftoe no conoce. Como un granjero esparciendo semillas, lleva ese saco por todas partes tirando colillas al suelo a pu?ados, concentrándose principalmente en las zonas donde efectivamente trabajará gente: la mesa del cabo Benjamín y otras mesas improvisadas para comer y jugar al póquer. Hace lo mismo con una ensalada de corchos de vino y chapas de cerveza. Un número igual de botellas de vino y cerveza acaba, una a una, en una esquina oscura y sin utilizar del granero. Bobby Shaftoe comprende que ésa será su tarea más satisfactoria, así que se lo toma en serio, lanzando las botellas como un quaterback de Green Bay Packer lanzaría pases en espiral a las seguras manos de los valientes extremos.

 

Los individuos del SAS regresan del reconocimiento y se produce un cambio de papeles; los marines salen a familiarizarse con el territorio, mientras los del SAS siguen descargando basura. Después de una hora de vagar por ahí, el sargento Shaftoe y los soldados Flanagan y Kuehl llegan a la conclusión de que ese rancho de olivos es una gran plataforma de tierra más o menos en dirección norte-sur. Al oeste, el territorio se eleva marcadamente hacia un pico cónico que se parece sospechosamente a un volcán. Al este, cae, después de algunas millas, hacia el mar. Al norte, la plataforma termina en una zona de matorral intransitable, al sur se abre a más territorio de labranza.

 

Chattan quería que encontrase una posición estratégica sobre la bahía, lo más accesible posible desde el granero. Shaftoe la encuentra hacia la puesta de sol: una protuberancia rocosa en la ladera del volcán, a media hora a pie al noreste del granero y quizá a unos quinientos pies por encima de él.

 

él y los marines están a punto de no encontrar el camino de vuelta al granero porque para entonces está muy bien oculto. Los SAS han puesto pantallas de luz en cada abertura, incluso sobre las peque?as grietas del tejado derrumbado. Dentro, se han acomodado confortablemente en las zonas de espacio utilizable. Con toda la basura (ahora aumentada con plumas y huesos de pollo, restos de afeitado y mondas de naranja) parece que llevan viviendo allí desde hace un a?o, lo que, supone Shaftoe, es la idea.

 

El cabo Benjamín tiene a su disposición un tercio de todo el espacio. Los del SAS lo llaman un cabrón con suerte. Ya ha montado el transmisor, los tubos reluciendo cálidamente, y tiene una increíble cantidad de papeles. En su mayoría viejos y falsos, como las colillas. Pero después de la cena, cuando el sol se ha puesto no sólo aquí sino también en Londres, comienza a enviarlo en código Morse.

 

Shaftoe conoce el código Morse, al igual que todos los demás. Mientras los tíos y los individuos se reúnen alrededor de la mesa, comenzando las apuestas de lo que promete ser un maratón nocturno de juego de cartas, mantienen un oído en dirección al tecleo del cabo Benjamín. Lo que oyen es basura. En cierto momento, Shaftoe se acerca y mira por encima del hombro de Benjamín, sólo para verificar que no se ha vuelto loco, simplemente para asegurarse de que tiene razón:

 

 

 

 

 

XYHEL ANAOG GFQPL TWPKIAOEUT

 

 

Y así sigue, durante páginas y páginas.

 

A la ma?ana siguiente cavan letrinas y luego proceden a llenarlas hasta la mitad con un par de barriles de mierda cien por cien pura y certificada según las especificaciones de calidad del Ejército de los Estados Unidos. Siguiendo las instrucciones de Chattan, arrojan la mierda por partes, tirando un pu?ado de periódicos italianos arrugados después de cada porción para dar la sensación de que llegó allí de forma natural. Con la posible excepción de ser entrevistado por el teniente Reagan, éste es el peor trabajo no violento que Shaftoe ha tenido que realizar al servicio de su país. Le da a los demás el resto del día libre, excepto al cabo Benjamín, que se queda despierto hasta las dos de la ma?ana enviando un galimatías caótico.

 

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