El Código Enigma

?Italia! ?Cómo co?o va a creérselo? ?De qué va esto? No es asunto suyo saberlo. Le han descrito su trabajo con mucha claridad. Se lo han descrito con mucha claridad porque no tiene sentido.

 

En los viejos días, en Guadalcanal, su oficial al mando diría algo como: ??Shaftoe, erradique ese fortín!?, y desde ese momento, Bobby Shaftoe se convertía en agente libre. Podía caminar, correr, nadar o arrastrarse. Podía acercarse sigilosamente y lanzar una carga, o quedarse a distancia y cargarse el objetivo con un lanzallamas. No importaba, siempre que cumpliese el objetivo.

 

El objetivo de esta peque?a misión se encuentra más allá de la comprensión de Shaftoe. Los despiertan, a él, al teniente Enoch Root, a otros tres marines, incluyendo al encargado de radio, y a varios de los tíos del SAS, en medio de la noche, y los empujan hasta el único puerto de Malta que no ha sido destruido por la Luftwaffe. Les espera un submarino. Suben a bordo y juegan a las cartas durante veinticuatro horas. Pasan la mayor parte del tiempo en la superficie, donde los submarinos pueden ir mucho más rápido, pero de vez en cuando se sumergen, evidentemente por muy buenas razones.

 

Cuando les vuelven a dejar subir a la cubierta del submarino, vuelven a estar en plena noche. Se encuentran en una peque?a cala en medio de una costa agreste y reseca; eso es todo lo que Shaftoe puede ver a la luz de la luna. Les esperan dos camiones. Abren las escotillas del submarino y sacan material: en uno de los camiones los marines de los Estados Unidos cargan un montón de sacos llenos de lo que parece todo tipo de basura. Mientras tanto, los miembros del SAS se afanan con llaves inglesas, trapos, grasa y muchos insultos en la parte de atrás del otro camión, montando algo que han sacado en cajones de otra parte del submarino. Lo cubren con una lona antes de que Shaftoe pueda echarle un buen vistazo, pero lo reconoce como algo que sería mejor que no te estuviese apuntando.

 

Hay un par de hombres de piel oscura y bigotes por el muelle, fumando y discutiendo con el capitán del submarino. Después de que se descargue todo el material, el capitán parece pagarles con algunas cajas más sacadas también del submarino. Los hombres abren algunas para examinarlas y parecen satisfechos.

 

En ese momento, Shaftoe sigue sin saber en qué continente se encuentran. Al ver el paisaje por primera vez se imaginó que era el norte de áfrica. Cuando vio a los hombres, supuso que era Turquía.

 

No es hasta que el sol se eleva sobre el peque?o convoy y (tendido de espalda sobre los sacos de basura, echando un vistazo desde la lona) puede ver los carteles de la carretera y las iglesias cristianas, cuando comprende que se encuentran en Italia o Espa?a. Al final ve una se?al que apunta hacia Roma y se imagina que se trata de Italia. La se?al apunta en dirección contraria al sol de mediodía, así que deben encontrarse en algún punto al sur o sureste de Roma. También se encuentran al sur de una ciudad llamada Napoli.

 

Pero no pasa demasiado tiempo mirando. No les animan a ello. El camión lo conduce un tipo que habla la lengua local, y que se detiene de vez en cuando para conversar con los nativos. En ocasiones parecen conversaciones amigables. En ocasiones parecen discusiones sobre la etiqueta de carretera. En ocasiones son más tranquilas y reservadas. Shaftoe comprende, lentamente, que durante esos intercambios el conductor está sobornando a alguien para que les dejen pasar.

 

Le resulta sorprendente que en un país activamente implicado en la mayor guerra de la historia —en un país controlado por fascistas beligerantes. Dios mío— dos camiones de soldados enemigos armados hasta los dientes puedan moverse con libertad, protegidos sólo por un par de billetes de cinco dólares. ??Canastos! ?Qué tipo de operación lamentable es ésta?? Tiene deseos de ponerse de pie, levantar la lona y darle a esos ítalos un buen rapapolvo. En todo caso, a este país le hace falta una buena limpieza con cepillos de dientes. Es como si a la gente no le importase. En cambio los nipos, piensa de ellos lo que quieras, al menos cuando te declaran la guerra lo dicen en serio.

 

Resiste la tentación de reprender a los italianos. Opina que va contra las órdenes que ha memorizado tan cuidadosamente antes de que la sorpresa de descubrir que están moviéndose por un país del Eje le aturullase el cerebro. Y si las instrucciones no hubiesen salido de los labios del coronel Chattan en persona —el tipo o individuo que es el oficial al mando del Destacamento 2702— no las habría creído.

 

Van a estar acampados un tiempo. Durante un tiempo van a jugar mucho a las cartas. Durante ese tiempo, el operador de radio va a estar muy ocupado. Esa fase de la operación puede que dure hasta una semana. En algún momento, es muy probable que los alemanes y, si ese día se sienten impetuosos, también los italianos, realicen esfuerzos enérgicos y concertados para matarles. Cuando eso suceda, deberán enviar un mensaje de radio, quemar el tugurio, llegar hasta cierto punto que pasa por ser una pista de aterrizaje y esperar a ser recogidos por uno de esos dispuestos pilotos británicos.

 

Al principio Shaftoe no creyó ni una palabra. Lo atribuyó al famoso humor británico, una especie de broma o ritual de confusión. En general no sabe cómo tomarse a los británicos porque (por su observación personal) son las únicas personas sobre la superficie de la tierra, además de los americanos, que tienen sentido del humor. Ha oído rumores de que algunos europeos del este también lo tienen, pero hasta ahora no ha conocido a ninguno, y no tiene mucho en que basarse por el momento. En cualquier caso, nunca sabe cuándo los británicos están bromeando.

 

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