—Sí.
Se trata, en el fondo, de una respuesta paternalista. Goto Engineering tiene su central en Kobe, y no volarían desde el aeropuerto de Tokio. Goto dijo sí de todas formas, porque, durante ese momento de vacilación, comprendió que estaba tratando con un yanqui, quien, al decir ?Tokio?, realmente quería decir ?las islas niponas? o ?de donde demonios venga?.
—Perdóneme —dice Randy—. Quise decir Osaka.
Goto sonríe y parece ejecutar un movimiento que parece insinuar una leve inclinación.
—?Sí! He venido desde Osaka.
Goto y Waterhouse se apartan en la recogida de equipaje, intercambian sonrisas al pasar por inmigración y se vuelven a encontrar en la sección de transporte terrestre. Hombres de Kinakuta vestidos con brillantes uniformes blancos de aspecto seminaval, con sus galones dorados y guantes blancos, abordan a los pasajeros, ofreciendo transporte para los hoteles locales.
—?También se hospeda en el Foote Mansión? —dice Goto. Se trata de ?el? hotel de lujo en Kinakuta. Pero ya conoce la respuesta; la reunión de ma?ana ha sido planeada de forma tan exhaustiva como un lanzamiento de trasbordador.
Randy vacila. El mayor Mercedes-Benz del mundo acaba de detenerse junto a la acera, con la humedad condensada no sólo empa?ando las ventanas sino también corriendo a chorros. Un conductor con la librea del Foote Mansión ha salido disparado de su interior para despojar al se?or Goto de su equipaje. Randy sabe que no tiene más que realizar un sutil movimiento hacia el coche y le llevarán rápidamente a un hotel de lujo donde podrá tomar una ducha, ver la televisión desnudo mientras bebe una botella de vino francés de cien dólares, ir a nadar y recibir un masaje.
Lo cual es exactamente el problema. Ya puede sentir cómo comienza a debilitarse bajo el calor ecuatorial. Es demasiado pronto para reblandecerse. Sólo lleva despierto seis o siete horas. Hay trabajo que hacer. Se esfuerza por permanecer firme, y el esfuerzo le hace sudar con tanta intensidad que parece que va a mojarlo todo en un radio de varios metros.
—Me encantaría compartir el coche con usted hasta el hotel —dice—, pero primero tengo que atender un par de recados.
Goto comprende.
—Quizá podamos tomar una copa por la noche.
—Déjeme un mensaje —dice Randy. Luego Goto le saluda a través del vidrio ahumado mientras el Mercedes se aleja a siete g. Randy da un giro de ciento ochenta grados, regresa al Dunkin's Donuts Halal [11], que acepta ocho tipos de moneda, y se sacia. Luego sale y se vuelve imperceptiblemente hacia una fila de taxis. Un conductor se lanza físicamente hacia Randy y le arranca la bolsa del hombro.
—Ministerio de Información.
A la larga, puede que sea bueno, o puede que no, que el sultanado de Kinakuta tenga un gigantesco Ministerio de Información a prueba de terremotos, volcanes, tsunami y armas termonucleares con un sub-sub-sótano cavernoso atestado de ordenadores de alta potencia y conmutadores de datos. Pero el sultán está encantado con la idea. Ha contratado a unos alemanes inquietantes para que lo dise?en, y a Goto Engineering para construirlo. Nadie, evidentemente, conoce mejor los desastres naturales que los nipones, con la posible excepción de algunos pueblos ahora extintos y que por tanto no pueden hacer ofertas para trabajos de ese tipo. También saben un par de cosas sobre soportar bombardeos, al igual que los alemanes.
Hay subcontratistas, claro, y una plétora de asesores. Por alguna milagrosa haza?a de verborrea, Avi ha conseguido uno de los mayores contratos de asesoría: Epiphyte(2) Corporation se encarga de la ?integración de sistemas?, lo que significa conectar un montón de basura fabricada por otras personas, y supervisar la instalación de todos los ordenadores, conmutadores y líneas de datos.
El trayecto hasta allí es sorprendentemente corto. Ciudad Kinakuta no es demasiado grande, cercada como está por empinadas cordilleras monta?osas, y el sultán la ha dotado de múltiples autopistas de ocho carriles. El taxi vuela por la llanura de tierra recuperada al mar sobre la que está construido el aeropuerto, dobla alrededor del mu?ón del Pico Eliza, ignorando dos salidas a la Ciudad Tecnológica, y luego gira hacia una salida sin se?alizar. De pronto quedan atrapados tras una fila de camiones vacíos; monstruos nipones marcados con la palabra GOTO en grandes letras mayúsculas. Hacia ellos viene un torrente de camiones idénticos, excepto que estos están completamente cargados de escombros. El taxista se mete por el arcén derecho y adelanta a los camiones durante media milla. Van subiendo; a Randy se le taponan los oídos. La carreta ha sido construida sobre el lecho de un barranco que sube por una de las cordilleras. Pronto están rodeados por vertiginosas paredes de vegetación, que actúan como esponjas, atrapando nubes perennes de niebla, a través de la cual se ven en ocasiones destellos de colores brillantes. Randy no sabe si son flores o pájaros. El contraste entre la exuberante vegetación del bosque de las nubes y la carretera de tierra, maltratada por las descomunales ruedas de los camiones, le desorienta.