El Código Enigma

El taxi se detiene. El taxista se vuelve y le mira expectante. Randy cree por un segundo que el taxista está perdido y le mira en espera de instrucciones. La carretera termina allí, en un aparcamiento misteriosamente situado en medio del bosque de las nubes. Randy ve media docena de grandes caravanas con aire acondicionado que exhiben los logotipos de diversas firmas niponas, alemanas y norteamericanas; un par de docenas de coches y muchos autobuses. Allí están todos los elementos de una importante operación de construcción, más algunos extras, como dos monos con enormes penes en erección peleándose por el botín de un vertedero, pero no se trata de una construcción. No hay más que una pared verde al final del camino, un verde tan oscuro que es casi negro.

 

Los camiones vacíos desaparecen en esa oscuridad. Salen camiones llenos, apareciendo primero los faros por entre la niebla y la penumbra, seguidos por la vistosa exhibición que los conductores han creado sobre las rejillas de los radiadores, a continuación los reflejos en las piezas cromadas y vidrios, y finalmente los camiones en sí. Los ojos de Randy se ajustan y ahora puede ver que está frente a una caverna, iluminada por lámparas de vapor de mercurio.

 

—?Quiere que le espere? —pregunta el taxista.

 

Randy mira el taxímetro, realiza una conversión rápida y llega a la conclusión de que el trayecto hasta ahora le ha costado diez centavos.

 

—Sí —dice, y sale del taxi. Satisfecho, el taxista se recuesta y enciende un cigarrillo.

 

Randy permanece de pie y contempla la caverna durante un minuto, en parte porque es todo un espectáculo y en parte porque de ella sale una corriente de aire frío, lo que resulta agradable. Luego atraviesa el área y se dirige a la caravana identificada como ?Epiphyte?.

 

El personal consiste en tres diminutas mujeres kinakutesas que le conocen perfectamente, aunque no le habían visto antes, y que parecen totalmente encantadas de verle. Van vestidas con telas sueltas de brillantes colores sobre los jerséis de cuello alto Eddie Bauer que les protegen del frío nórdico del aire acondicionado. Todas son temiblemente eficientes y elegantes. Adondequiera que vaya en el sureste asiático, Randy se encuentra constantemente con mujeres que deberían estar dirigiendo General Motors o algo similar. Enseguida han comunicado su llegada por medio de walkie-talkies y teléfonos móviles, y le han entregado un par de gruesas botas altas, un casco y un teléfono móvil, todo cuidadosamente etiquetado con su nombre. Después de un par de minutos, un joven kinakutes con casco y botas embarradas abre la puerta de la caravana, se presenta como ?Steve? y lleva a Randy hasta la entrada de la caverna. Siguen una estrecha pasarela para peatones iluminada por una cadena de bombillas enjauladas.

 

Durante el primer centenar de metros más o menos, la caverna no es más que un pasillo recto apenas lo suficientemente ancho para admitir dos camiones Goto y el camino de peatones. Randy pasa la mano por la pared. La piedra es áspera y polvorienta, no lisa como la superficie en una cueva natural, y puede apreciar laceraciones recientes realizadas por martillos neumáticos y taladros.

 

Por el eco sabe que algo está a punto de cambiar. Steve le guía a la caverna en sí. Es, bueno, ?cavernosa?. Lo suficientemente grande como para que media docena de los enormes camiones den la vuelta en círculo para recibir la carga de rocas y escombros. Randy levanta la vista, intentando encontrar el techo, pero lo único que ve es un conjunto de luces blanco azuladas de alta intensidad, como las de un gimnasio, quizá a unos diez metros de altura. Más allá sólo hay oscuridad y niebla.

 

Steve va en busca de algo y deja a Randy solo durante unos minutos, lo que le resulta útil porque le lleva mucho tiempo recuperar la compostura.

 

En algunas zonas la pared es lisa y natural; el resto es basto, se?alando los agrandamientos concebidos por los ingenieros y ejecutados por los contratistas. De igual forma, parte del suelo es suave, y no del todo llano. Algunos lugares han sido perforados y volados para hacerlos descender, otros han sido rellenados para levantarlos.

 

La cámara principal parece casi terminada. Aquí estarán las oficinas del Ministerio de Información. Hay otras dos cámaras más peque?as, más hacia el interior de la monta?a, que todavía están siendo agrandadas. Una contendrá la planta de ingeniería (los generadores de energía y demás) y la otra será la unidad de sistemas.

 

Un tipo rubio y corpulento con un casco blanco sale de un agujero en la pared de la cueva: Tom Howard, el vicepresidente de Epiphyte Corporation para tecnología de sistemas. Se quita el casco y saluda a Randy, luego le indica que se acerque.

 

El pasillo que lleva a la cámara de sistemas es tan grande que podría meter por él una furgoneta de reparto, pero no es recto y llano como la entrada principal. Casi todo el espacio está ocupado por un sistema de transporte de aterrador poder y velocidad, que lleva toneladas de lodo gris chorreante hacia la cámara principal para ser arrojado en los camiones Goto. En términos de coste y sofisticación aparente, tiene la misma relación con una cinta transportadora normal que un F—15 con un Sopwith Caniel. Es posible hablar, pero es imposible que te escuchen si estás cerca de ella, por lo que Tom, Randy y el kinakutés llamado Steve recorren en silencio el pasillo durante más o menos un centenar de metros hasta llegar a la siguiente caverna.

 

Esta es lo suficientemente grande para contener una casa modesta de un piso. La cinta pasa justo por el medio y desaparece en otro agujero; el lodo llega desde una zona aún más profunda de la monta?a. Sigue habiendo demasiado ruido para hablar. El suelo ha sido nivelado con cemento y hay conductos que se levantan cada pocos metros con cables naranja colgando de las partes abiertas: líneas de fibra óptica.

 

Tom se dirige hacia otra abertura en la pared. Parece que de ésta parten diversas cavernas subsidiarias. Tom guía a Randy por la abertura, luego se vuelve para colocarle una mano en el brazo y sostenerlo: están en la parte alta de una escalera de madera construida en un pozo casi vertical que desciende sus buenos cinco metros o más.

 

—Lo que acabas de ver es la sala principal de conmutadores —dice Tom—. Cuando hayamos terminado será el mayor router del mundo. Estamos utilizando algunas de las otras cámaras para instalar ordenadores v sistemas de almacenamiento masivo. Básicamente, el CRDB más grande del mundo, con un buffer compuesto por una cache de RAM realmente grande.

 

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