El Código Enigma

Al día siguiente hacen que el puesto de observación tenga un aspecto adecuado. Marchan a él y vuelven por turnos, arriba y abajo, arriba y abajo, marcando un camino en el suelo, y esparcen algunas colillas y contenedores de bebida junto con algo de mierda genuina y pis genuino. Flanagan y Kuehl cargan con un baúl metálico hasta allí arriba y lo ocultan al abrigo de la roca volcánica. El baúl contiene libros con siluetas de diversos barcos mercantes y militares italianos y alemanes, y guías similares para aeroplanos, así como binoculares, telescopios, cámaras, libros de notas vacíos y lápices.

 

Aunque en general el sargento Shaftoe dirige el cotarro, le resulta misteriosamente difícil conseguir un momento a solas con el teniente Enoch Root. Root ha estado evitándole desde aquel agitado vuelo en el Dakota. Al final, como al quinto día, Shaftoe consigue enga?arle; él y un peque?o contingente dejan a Root solo en el puesto de observación, y luego Shaftoe regresa para atraparle allí.

 

Root se asombra al ver regresar a Shaftoe, pero no le molesta especialmente. Enciende un cigarrillo italiano y le ofrece uno. Shaftoe descubre, irritado, que él es quien está nervioso. Root está tan tranquilo como siempre.

 

—Vale —dice Shaftoe—, ?qué vio? Cuando miró los papeles que pusimos en el carnicero muerto, ?qué vio?

 

—Estaban escritos en alemán —dice Root.

 

—?Mierda!

 

—Por suerte —sigue diciendo Root—, tengo ciertos conocimientos de esa lengua.

 

—Oh, sí… su madre era una teutona, ?no?

 

—Sí, misionera médica —dice Root—, en caso de que eso le ayude a disipar algunas de sus ideas preconcebidas sobre los alemanes.

 

—Y su padre era holandés.

 

—Correcto.

 

—Y los dos acabaron en Guadalcanal, ?por qué?

 

—Para ayudar a los necesitados.

 

—Ah, ya.

 

—También aprendí algo de italiano por el camino. Se oía mucho en la iglesia.

 

—Joder —exclama Shaftoe.

 

—Pero mi italiano tiene una carga excesiva del latín que mi padre insistió en que aprendiese. Así que probablemente sonaría demasiado pasado de moda a los nativos. Es más, probablemente les sonaría como si yo fuese un alquimista del siglo XVII o algo así.

 

—?Podría pasar por un sacerdote? Eso se lo tragarían.

 

—Si al final no queda alternativa —dice Root—, intentaré enga?arles hablándoles de Dios y veremos qué pasa.

 

Los dos aspiran los cigarrillos y miran la gran masa de agua que tienen frente a ellos. Shaftoe ha descubierto que se llama la bahía de Nápoles.

 

—Bien, en todo caso —dice Shaftoe—, ?qué decían esos papeles?

 

—Había un montón de información detallada sobre convoyes militares entre Palermo y Túnez. Evidentemente robada a fuentes secretas alemanas —dice Root.

 

—Convoyes antiguos o…

 

—Convoyes todavía en el futuro —dice Root con calma.

 

Shaftoe se termina el cigarrillo, y no habla durante un rato. Al final dice:

 

—Jodidamente raro.

 

Se pone en pie y comienza a caminar de regreso el granero.

 

 

 

 

 

El castillo

 

 

 

 

En cuanto Lawrence Pritchard Waterhouse baja del tren, algún canalla le golpea de lleno en el rostro con un chorro de agua helada salobre. El aluvión continúa mientras camina y comprende que allí no hay nadie. No es más que una cualidad intrínseca de la atmósfera local, como la niebla en Londres.

 

La escalera que lleva sobre los carrilles a la terminal de Utter Maurby está protegida por un tejado y paredes, formando un órgano gigantesco que resuena con una vibración infrasónica al ser aporreado por el viento y el agua. Al llegar a la parte baja de la escalera, la tormenta desaparece de pronto de su cara y puede permanecer de pie durante un momento y admirar el fenómeno con la atención que merece.

 

La tormenta ha combinado el viento y el agua en lo que esencialmente es una espuma caótica. Un micrófono sostenido en el aire registraría únicamente ruido blanco: ausencia total de información. Pero cuando el ruido golpea el tubo largo de la escalera, produce una resonancia física que se manifiesta en el cerebro de Waterhouse como un zumbido grave. ?La física del tubo extrae una estructura coherente del ruido inútil! ?Si Alan estuviese aquí!

 

Waterhouse experimenta cantando los armónicos de ese tono grave fundamental: octava, quinta, cuarta, tercera mayor, y siguiente. Cada uno resuena en la escalera en mayor o menor grado. Es la misma serie de notas producida por un instrumento de metal. Saltando de una nota a otra, Waterhouse consigue tocar en la escalera unas llamadas de corneta bastante pasables. La diana le sale bastante decente.

 

—?Qué encantador!

 

Se da la vuelta. Hay una mujer de pie tras él, sujetando una maleta del tama?o de una bala de heno. Tiene como unos cincuenta a?os, con aspecto de estufa, y llevaba una bonita permanente nueva de gran ciudad hasta segundos antes de bajar del tren. El agua salada le corre por la cara y cuello y desaparece bajo el férreo vestido de lana gris de Qwghlm.

 

—Se?ora —dice Waterhouse.

 

A continuación Waterhouse sube la maleta hasta lo alto de la escalera. Eso los sitúa a los dos, y a todo el equipaje, en un puente estrecho cubierto que pasa sobre los raíles y llega hasta el edificio terminal. El puente tiene ventanas, y Waterhouse sufre un asqueroso ataque de vértigo al mirar por ellas y a través de la media pulgada de lluvia y agua salada que pasa a cada momento frente a ellos en dirección hacia el océano del Atlántico Norte. Ese gran cuerpo de agua está sólo a un tiro de piedra e intenta con todas sus fuerzas acercase aún más. Debe tratarse de una ilusión óptica, pero las partes altas de las olas parecen estar al mismo nivel que el plano donde se encuentran ellos a pesar del hecho de que está al menos a veinte pies del suelo. Cada una de esas olas debe pesar tanto como todos los trenes de carga de Gran Breta?a juntos, y corren hacia ellos implacablemente, golpeando con furia las rocas. Hace que Waterhouse quiera sufrir un ataque, desplomarse y vomitar. Se tapa los oídos.

 

—?Es usted músico? —pregunta la dama.

 

Waterhouse se vuelve para mirarla. La mujer recorre con la vista el uniforme, comprobando las insignias. A continuación lo mira a la cara y le dedica una sonrisa de abuela.

 

Waterhouse comprende, en ese preciso instante, que la mujer es una espía alemana. ?Por todos los santos!

 

—Sólo en tiempos de paz, se?ora —dice—. Ahora la Marina tiene otros usos para hombres con buenos oídos.

 

—?Oh! —exclama—, escucha cosas, ?no?

 

Waterhouse sonríe.

 

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