Faris parpadeó extra?ado.
—?En el torneo de la ciudad? —dijo en voz baja—. Los vi en una ocasión. Los combates no terminan hasta que uno de los dos acaba muerto.
—Eso he oído.
El miedo me hizo retroceder hasta los barrotes.
—?Qué? ?Espera un momento! —chillé—. ?Qué quieres decir con ?muerto?? ?Eh! ?Que alguien se lo explique al visón!
Le tiré una bolita de pienso a Trent. Describió un arco de medio metro antes de caer a la moqueta. Lo intenté de nuevo, esta vez dándole una patada en lugar de arrojándola. Chocó contra la mesa con un tac.
—?Vete al diablo, Trent! —grité—. ?Háblame!
Trent me miró a los ojos con las cejas arqueadas.
—Por supuesto, son peleas de ratas.
El corazón me latía con fuerza. Atónita, me tumbé sobre mis cuartos traseros. Peleas de ratas. Locales ilegales. Rumores. A muerte. Iba a estar en un ring… luchando contra una rata a muerte.
Me levanté, confusa. Agarré los barrotes de mi jaula con mis largas y blancas zarpas. Me sentí traicionada por encima de cual quier cosa. Faris tenía mala cara.
—No lo dices en serio —susurró con las mejillas pálidas—. ?De verdad piensas obligarla a luchar? No puedes hacer eso.
—?Y por qué no?
La papada de Faris temblaba mientras buscaba las palabras.
—?Es una persona! —exclamó finalmente—. No durará ni tres minutos. La despedazarán.
Trent se encogió de hombros demostrando una indiferencia que yo sabía no era fingida.
—Sobrevivir es problema suyo, no mío. —Se colocó sus gafas metálicas y se inclinó sobre sus papeles—. Buenas tardes, Faris.
—Kalamack, te estás pasando. Ni siquiera tú estás por encima de la ley.
En cuanto terminó de hablar ambos supieron que había sido un error. Trent levantó la mirada en silencio y clavó sus ojos en Faris por encima de las gafas. Se inclinó hacia delante apoyando un codo en la pila de documentación de su mesa. Aguardé conteniendo la respiración. La tensión me había erizado el pelo.
—?Cómo está tú hija peque?a, Faris? —preguntó Trent. Ni su bonita voz fue capaz de ocultar la monstruosidad de la pregunta.
Faris se quedó lívido.
—Está bien —susurró. Su arrogante confianza desapareció, dejando únicamente a un hombre gordo.
—?Qué edad tiene ya?, ?quince? —dijo Trent reclinándose en su asiento. Se quitó las gafas y entrecruzó sus largos dedos—. Es una edad maravillosa. Quería ser oceanógrafa, ?no? Quería hablar con los delfines o algo así.
—Sí —contestó en un volumen apenas audible.
—No te imaginas lo encantado que estoy de que su tratamiento contra el cáncer de huesos funcionase.
Miré hacia los cajones del escritorio donde Trent guardaba sus incriminatorios discos. Mis ojos volvieron a Faris y entendí el porqué de su bata de laboratorio. Me recorrió un escalofrío y miré fijamente a Trent. No solo traficaba con biofármacos, sino que además los fabricaba. No estaba segura de qué me horrorizaba más, si el hecho de que Trent flirtease activamente con una tecnología que había aniquilado a media humanidad, o el hecho de que chantajease a la gente con ella, amenazando a sus seres queridos. Era un hombre tan agradable, tan encantador, tan asquerosamente seguro de sí mismo. ?Cómo algo tan nauseabundo podía coexistir junto a algo tan atractivo? Trent sonrió.
—Su cáncer lleva remitiendo cinco a?os. Es difícil encontrar buenos médicos dispuestos a explorar técnicas ilegales… y resultan caros —continuó diciendo Trent.
Faris tragó saliva.
—Sí, se?or.
Trent lo miró inquisitivamente.
—Bien, buenas tardes, Faris.
—Asqueroso —bufé sintiéndome ignorada en mi jaula—, no vales más que la porquería de la suela de mis botas.
Faris se acercó tembloroso hacia la puerta. Me puse nerviosa cuando detecté una repentina actitud desafiante. Trent lo había acorralado y el hombretón no tenía nada que perder.
Trent debió percibirlo también.
—Vas a abandonarme, ?verdad? —le dijo cuando Faris abría la puerta dejando pasar el ajetreo de las otras oficinas—. Sabes que no puedo permitirlo.
Faris se giró con una mirada desesperada. Boquiabierta, observé como Trent desenroscaba su pluma e introducía en ella una especie de dardo. Con un fuerte y corto soplido disparó a Faris.
El corpulento hombre abrió los ojos como platos, dio un paso hacia Trent y luego se llevó las manos a la garganta con un leve gru?ido. Su cara comenzó a hincharse. Yo miraba la escena demasiado conmocionada como para espantarme. Faris cayó de rodillas y se llevó la mano al bolsillo de su camisa. Revolvió en él con los dedos y una jeringa cayó al suelo. Faris intentó cogerla pero se desplomó. Trent se levantó con el rostro inexpresivo y apartó la jeringa de Faris con el pie.
—?Qué le has hecho? —chillé mientras Trent volvía a enroscar su pluma. Faris se estaba poniendo morado. Dio una bocanada de aire y después nada.