La tensa rabia que transmitía su voz me hizo salir de mi madriguera. Trent se inclinaba hacia delante y juro que oí la sangre de Francis congelársele en las venas. El aura de hombre de negocios desapareció de la fachada de Trent. Lo que quedaba era pura dominación. Natural e inequívoca dominación.
Me quedé embobada por su transformación. El semblante de Trent no se parecía en nada al halo de poder de un vampiro. Era como el chocolate sin azúcar: fuerte, amargo y untuoso, como si dejase un regusto desagradable. Los vampiros usaban el miedo para infundir respeto. Trent simplemente lo demandaba y por lo que podía ver, ni se le había pasado por la cabeza que alguien se atreviese a negárselo.
—Te ha usado para llegar hasta mí —susurró sin parpadear—, eso es inexcusable.
Francis se encogió en la silla con su cara alargada retraída y los ojos abiertos como platos.
—Lo… lo siento —tartamudeó—. No volverá a suceder.
Trent espiró lentamente, concentrando su voluntad, y yo lo observé fascinada y horrorizada. El pez amarillo de la pecera saltó hasta la superficie. El pelo de la nuca se me erizó y se me aceleró el pulso. Algo se elevó, tan nebuloso como un chorro de ozono. El rostro de Trent parecía vacío y atemporal. Parecía envuelto en una bruma, y de pronto me pregunté, conmocionada, si estaríamos entrando en siempre jamas. Tendría que ser o brujo o humano para hacerlo, y yo juraría que no era ninguna de las dos cosas.
Aparté la vista de Trent para observar a Jonathan con los labios entreabiertos. Seguía de pie detrás de Francis, mirando a Trent con una mezcla de sorpresa y preocupación. Esta demostración de ira era toda una sorpresa, incluso para él. Levantó la mano a modo de protesta, dubitativo y temeroso. En respuesta, Trent parpadeó rápidamente y espiró todo el aire. El pez se escondió detrás de un coral. Se me puso la piel de gallina y se me erizó el pelo. Los dedos de Jonathan temblaban y apretó los pu?os. Sin apartar la vista de Francis, Trent dijo:
—Sé que no volverá a suceder.
Su voz resultaba suave como el polvo sobre un hierro frío. Los sonidos fluían de una palabra a la siguiente con una gracia líquida e hipnótica. Me quedé sin aliento, temblorosa. Me acurruqué sin moverme del sitio. ?Qué demonios había pasado? O más bien casi había pasado.
—?Qué piensas hacer ahora? —preguntó Trent.
—?Qué? —dijo Francis con la voz quebrada mientras parpadeaba.
—Eso es lo que me temía. —Las puntas de los dedos de Trent temblaron por la ira reprimida—. Nada. La SI te está vigilando muy de cerca. Tu utilidad empieza a desvanecerse.
Francis abrió la boca.
—Se?or Kalamack, espere, como bien ha dicho la SI me vigila. Puedo llamar su atención, mantenerlos alejados de los muelles de aduanas. Otro alijo de azufre me libraría de sospechas y los distraería al mismo tiempo. —Francis se movía nervioso en el borde del asiento—. ?Puede mover sus… asuntos? —concluyó la frase sin mucha convicción.
Asuntos, pensé. ?Por qué no decía directamente biofármacos? Mis bigotes temblaron. Francis distraía a la SI con una cantidad simbólica de azufre mientras Trent traficaba con el verdadero filón de oro. ?Desde cuándo?, me pregunté. ?Desde cuándo llevaba Francis trabajando para él? ?A?os?
—Se?or Kalamack —susurró Francis.
Trent juntó sus manos por las puntas de los dedos como si reflexionase. Jonathan arrugó sus finas cejas. La preocupación que le embargaba casi había desaparecido.
—Dígame cuándo —suplicó Francis, sentándose cada vez más al filo del asiento.
Trent envió a Francis al fondo del asiento con una rápida mirada.
—Yo no doy oportunidades, Percy. Yo aprovecho ocasiones. —Se acercó su agenda, pasando unas hojas hacia delante—. Me gustaría organizar un envío para el viernes. En la Southwest. El último vuelo antes de medianoche hacia Los ángeles. Encontrarás lo tuyo en la taquilla de la estación principal de autobuses, como siempre. Que sea anónimo esta vez, mi nombre ha salido demasiado en los periódicos últimamente.
Aliviado, Francis se levantó de un salto. Dio un paso al frente como si fuese a darle la mano a Trent, luego miró a Jonathan y retrocedió.
—Gracias, se?or Kalamack —dijo efusivamente—, no lo lamentará.
—No puedo imaginarme lamentándolo. —Trent miró a Jonathan y luego hacia la puerta—. Que pase buena tarde —dijo a modo de despedida.
—Sí, se?or, usted también.
Me dieron arcadas cuando Francis salió de la habitación. Jonathan vaciló en el umbral mientras observaba cómo Francis hacía repugnantes ruidos a las mujeres con las que se cruzaba en el pasillo.
—El se?or Percy se ha convertido más en un lastre que en una ventaja —susurró Trent con tono hastiado.
—Sí, Sa'han —coincidió con él Jonathan—. Le pediría que lo eliminase de la plantilla con la mayor brevedad posible.
Se me hizo un nudo en el estómago. Francis no se merecía morir simplemente por ser estúpido.
Trent se pasó los dedos por la frente.
—No —dijo finalmente—, prefiero que se quede hasta que encuentre un sustituto, y puede que tenga otros planes para el se?or Percy.
—Como prefiera, Sa'han —dijo Jonathan antes de cerrar suave mente la puerta.
Capítulo 20