Entreabrí un párpado cuando Trent se levantó de su mesa y se acercó hasta su colección de discos de música, ordenada en una hornacina junto al reproductor. Tenía buena pinta allí de pie frente a los discos. Estaba tan inmerso en su elección que ni se dio cuenta de que estaba puntuándole el trasero: nueve y medio sobre diez. Le había rebajado medio punto por llevar casi todo su físico escondido tras un traje que costaba más que muchos coches.
Le había dado otro buen repaso anoche, cuando se quitó la chaqueta después de que todos los empleados se hubiesen ido a casa. Tenía una espalda muy musculosa. Por qué la escondía siempre bajo la chaqueta era un misterio y un desperdicio. Su liso estómago era incluso mejor. Seguro que iba al gimnasio, aunque no sé de dónde sacaba el tiempo. Hubiese dado cualquier cosa por verlo en ba?ador, o sin él. Debía de tener las piernas igual de musculosas, no en vano estaba considerado un experto jinete. Y si sonaba como una ninfómana necesitada… bueno, no tenía nada que hacer salvo mirarlo todo el día.
Trent había trabajado hasta bien entrada la madrugada de la noche anterior, aparentemente solo en el silencioso edificio. La única luz encendida era la de la falsa ventana, que lentamente palidecía conforme descendía el sol, imitando la luz natural de fuera hasta que Trent encendió la lámpara de su escritorio. Me quedaba constantemente dormida y me despertaba ocasionalmente cuando pasaba una página u oía el runrún de la impresora. No se fue hasta que Jonathan vino a recordarle que debía comer algo. Supongo que se ganaba el pan igual que cualquiera. Aunque, claro, él tenía dos trabajos: el de reputado hombre de negocios y el de capo de las drogas. Probablemente eso bastaba para tenerlo ocupado todo el día.
Me mecí en la hamaca observando a Trent elegir un disco. La música empezó a sonar y la suave cadencia de la percusión llegó a mis oídos. Mirándome, Trent se ajustó su traje de lino gris y se alisó su fino pelo como si me retase a decirle algo. Le hice un gesto de aprobación somnoliento y frunció más el ce?o. No era mi música favorita, pero no estaba mal. Era antigua, con un sonido olvidado de fuerte intensidad, de tristeza perdida compuesta para conmover el alma. No estaba nada mal.
Podría acostumbrarme a esto, musité estirando con cuidado mi convaleciente cuerpo. No había dormido tan bien desde que dejé la SI. Era irónico que aquí, en una jaula en la oficina de un capo de las drogas, estuviese a salvo de la amenaza de muerte de la SI.
Trent volvió a su trabajo acompa?ando ocasionalmente la música con la pluma cuando hacía un alto para pensar. Obviamente era una de sus favoritas. Estuve durmiendo y despertándome toda la tarde, arrullada por el ruido sordo de la percusión y el murmullo de la música. De vez en cuando una llamada de teléfono hacía que la dulce voz de Trent fluctuase arriba y abajo con un agradable tono. Estaba deseando que llegase la siguiente interrupción para poder escucharla de nuevo.
Entonces hubo un alboroto en el pasillo que me hizo despertar de un salto.
—Ya sé dónde está su oficina —retumbó una voz excesivamente segura de sí misma que me recordó a uno de mis profesores más arrogantes. Se oyó un medio reproche por parte de Sara Jane y Trent me devolvió a mi inquisidora mirada.
—?Por todos los demonios! —masculló arrugando sus expresivos ojos—. Le había dicho que enviase a uno de sus ayudantes.
Rebuscó en uno de los cajones con excepcional prisa, despertándome por completo con el estrépito. Parpadeé varias veces saliendo de mi letargo y lo vi apuntar con el mando hacia el reproductor de música. Las gaitas y tambores cesaron. Volvió a tirar el mando al cajón con aire resignado. Casi se diría que a Trent le gustaba tener a alguien con quien compartir su jornada, alguien con quien no tenía que fingir ser otro, sino ser él mismo… fuese lo que fuese. Su enfado con Francis había hecho saltar a lo grande mis alarmas.
Sara Jane tocó en la puerta y entró.
—El se?or Faris ha venido a verlo, se?or Kalamack.
Trent inspiró lentamente. No parecía contento.
—Que pase.
—Sí, se?or.
Dejó la puerta abierta y sus tacones se alejaron para regresar enseguida acompa?ando a un hombre grueso con una bata de laboratorio gris. El hombre parecía enorme junto a la bajita secretaria. Sara Jane se marchó con la preocupación patente en sus ojos.
—No puedo decir que me guste tu nueva secretaria —refunfu?ó Faris mientras se cerraba la puerta—. Sarah, ?verdad?
Trent se levantó y extendió el brazo ocultando su desagrado tras su aparentemente sincera sonrisa.
—Faris, gracias por venir tan pronto. Es solo un asunto menor, podría haber venido cualquiera de tus ayudantes. Espero no haber interrumpido demasiado tu investigación.